Jerez

El increíble Juan Pedro Aladro kastriota

  • La fascinante vida del hijo ilegítimo de Juan Pedro Domecq Lembeye Descendiente de un bisabuelo que casó con la princesa Kastriota, el diplomático aspiró a la corona de Albania

Hace mucho mucho tiempo hablamos de los comienzos de una de nuestras bodegas más universales, la de Pedro Domecq. Conocimos a su fundador Patrick Murphy, el negocio que continuaron los Haurie y que sacó de la ruina el primer Domecq que pisó Jerez, Pedro Domecq Lembeye.

Un día de 1839 y de la forma más absurda, falleció a los 52 años el gran Pedro Domecq al caer en un caldero de agua hirviendo suspendido por cuerdas que usaba para curar su reuma. Así se marchó una leyenda en Jerez, un héroe para García Lorca y poco menos que un dios ante los ojos de los gitanos. Legó una enorme fortuna de un millón de libras y a falta de un varón, dejó el negocio en manos de su hermano Juan Pedro. Diana de Lancaster había dado a Pedro cinco bellísimas hijas que se introdujeron en la corte de Luis Felipe de Francia y que, como en un cuento de hadas, casaron a su vez con notables títulos nobiliarios del país vecino. Esto hizo que se desentendieran del negocio vinatero y que su tío Juan Pedro se hiciera con todas sus participaciones.

Juan Pedro, astuto y solterón, consiguió mantener el éxito de su hermano al frente de la compañía y, durante su mandato, realizó algunas gestiones que otorgaron prestigio a la empresa. Por entonces, ya se encontraba en Jerez venido de Bearn otro Domecq, Pedro Domecq Loustau, hijo de Pedro Pascual -hermano de Pedro y Juan Pedro- y de María de Loustau.

Domecq Loustau colaboró con su tío en el negocio. Y destacó sobremanera tras descubrir 'accidentalmente' el brandy -hecho que de sobra conoceréis- y lanzarlo al mercado mundial en 1847 con la marca de 'Fundador'. Dos años antes de la muerte de su tío, en 1867, ambos constituyeron una sociedad regular colectiva.

El 15 de agosto de 1869 fue un día desgraciado para Jerez. Juan Pedro Domecq fallecía, dejando toda su inmensa fortuna en manos de Juan Pedro Aladro, fruto ilegítimo de las relaciones que mantuvo con la gaditana Isabel Aladro Pérez. Juan Pedro lo reconoce y lo hace heredero universal tres años antes de su muerte. Merced a una real gracia de Isabel II de mayo de 1866, Domecq puede prohijarlo por arrogación y le da su apellido para utilizarlo a continuación del de Aladro. Desde su nacimiento, el niño había adoptado los dos apellidos de la madre, de la que fue considerado hermano y no hijo.

La verdad es que la figura de Juan Pedro Aladro es importantísima en la genealogía de la familia Domecq: Podríamos llamarle el eslabón perdido que hace de 'puente' entre la primera y la tercera generación familiar. Al contrario que sus parientes, no dedicará su tiempo al negocio de la Casa sino que fijará sus objetivos más lejos, en la diplomacia.

Juan Pedro Aladro nació en Jerez el 8 de mayo de 1845. Estudió en el Instituto Provincial (hoy Padre Luis Coloma), más tarde en el colegio privado San Felipe Neri de Cádiz, donde destacó en las disciplinas de Humanidades. Luego se traslada a Sevilla para seguir la carrera de Derecho hasta que en enero de 1867 entra a ocupar un destino en el Ministerio de Estado. A partir de entonces, Aladro comenzará su intensa carrera diplomática.

Juan Pedro resultó ser persona cultivadísima, generosa hasta la médula y consumado políglota: Hablaba el francés, alemán, inglés, italiano, español, ruso, albanés y el legendario euskera, al que tenía especial afecto y veneración. Gran viajero y amante de las letras y de las artes, poseía una rica biblioteca con más de trece mil volúmenes y en su casa-palacio de Jerez (hoy palacio Domecq) -que heredó de su padre tras comprarla en subasta pública después de la desamortización de Mendizábal-, puso un rico museo de las más variadas obras de arte.

El antiguo palacio había sido mandado construir por el primer marqués de Montana, Antonio Cabeza de Aranda y Guzmán, pero tras su fallecimiento en 1785, su esposa lo cedió en propiedad al Cabildo Colegial.

En Jerez, Aladro era considerado un "perfecto caballero, un fiel cristiano, un excelente hijo y un gran amateur a las bellas artes", como recoge José López Romero -uno de los que más han investigado el personaje- de boca de J. León Díaz en un trabajo sobre el 'príncipe abnegado'.

Juan Pedro Aladro casó en 1912 en La Teste, región francesa de Aquitania, con Juana Renesse y Maelcamp, una condesa belga casada en primeras nupcias con un noble holandés, Willem Jan Verbrugge. Cuando falleció Juan Pedro Aladro en París en 1914, sin sucesión alguna, la viuda viajó desde San Sebastián a Jerez para cerrar la herencia. Se convino que cediera a la Casa el 50 por ciento que su marido había heredado de su padre, a cambio de una renta vitalicia que no pudo disfrutar durante mucho tiempo al cruzarse la muerte en su camino.

Aladro había dejado la friolera de 2.066.420,889 escudos y poseía grandes fincas y casas. También poseía una cuadra con valiosos caballos a espaldas del palacio. Pero la clave era un negocio que, por entonces, daba dinero hasta aburrir: Los hijos de Pedro Domecq Loustau quedaron como únicos propietarios de las bodegas. Domecq volvía a los Domecq. A partir de los herederos, nacieron entonces las cinco ramas que conocemos: Los Domecq Rivero (los más franceses); los Domecq de la Riva (los sibaritas); los Soto Domecq, a los que llamaban los 'santos' y, por fin, los Domecq Díez, que fueron los 'listos', muy inteligentes y más bien bajitos, como Juan Pedro, el ganadero, al que llamaban 'padre Coloma' por su obra Pequeñeces.

El legado de Domecq Lembeye no empañó en modo alguno las relaciones, aprecio y confianza entre Aladro y sus familiares Loustau, copropietarios de la bodega: Cuenta López Romero que no había visita a Jerez de Aladro que éste no fuera recibido por sus primos en la estación o despedido por ellos al término de aquélla. Como diplomático, Aladro gozó de gran prestigio, especialmente durante el reinado de Alfonso XII, al que le unió una grandísima amistad. Juan Pedro fue agregado a la embajada española en Viena; secretario de las embajadas de París, Bruselas y La Haya, donde fue Ministro Plenipotenciario y, tres años más tarde, en Bucarest. A la muerte de Alfonso XII en 1885, Aladro dio por finalizada su labor diplomática y emprendió su otra gran tarea, que se convirtió casi en una obsesión: alcanzar el trono de Albania.

Juan Pedro conocía que la princesa Kastriota, heredera en línea directa de la casa y nombre del gran héroe albanés Jorge Kastriota Scanderberg (que desafió sin éxito en 1478 el poder turco para proclamar la independencia albanesa), estuvo afincada en Cádiz desde el siglo XVIII y casó con el bisabuelo materno de Aladro. Como curiosidad sobre esta ascendencia, contaba El Guadalete la marca que Juan Pedro tenía en el hombro derecho en forma de hoja de puñal, heredada del gran Scanderberg, y que nuestro personaje se veía en la obligación de enseñar a los muchos albaneses que, con frecuencia, acudían a su casa de París.

Juan Pedro se jactaba de ello: «Mi abuelo era el que nació en Vidania; yo nací en Jerez de la Frontera. Mi bisabuelo, estando en Nápoles con el Rey Carlos (que después lo fue de España bajo el nombre de Carlos III), casó con la heredera del trono de Albania, y vea usted ahora, cómo un vascongado-albanés va a reinar (si Dios quiere) en la península balcánica". Cuando Aladro traslada su residencia a París en 1886, comienza los preparativos para convertirse en rey de los albaneses, "a cuya causa puso hasta el último céntimo de su inmensa fortuna y hasta la última gota de su sangre". "En Jerez -escribía Pedro Luis Gálvez- era un noble de Francia, y en París vivía como un señorito andaluz. Siempre llevaba en el bolsillo un puñado de luises que repartía o tiraba como un gran señor de leyenda".

Como quiera que su estancia en París le restaba tiempo para estar en Jerez, nombró administrador de sus bienes a Jacinto Ribeyro y Soulés, un escritor palentino, hombre de confianza del príncipe -al que tradujo al castellano su novela 'Sotir y Mitka'-, fundador de la Asociación Pericial y Mercantil de Jerez y director de El Guadalete.

Juan Pedro imprimió diarios y folletos en Bruselas, Bucarest, Sofía, Nápoles, Atenas y otras ciudades, logrando que en 1899 fuera proclamado rey por el partido nacional albanés, a la espera de la independencia de ese país. Se entrevistó con la diplomacia alemana, austríaca e italiana y soberanos de Europa, que le prometieron su ayuda para que los albaneses se rebelaran contra la tiranía turca. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, Aladro terminó por convertirse en personaje molesto no sólo para los turcos sino también para otras naciones.

Cuando la guerra de los países balcánicos de 1912 trajo la anhelada independencia de Albania, era ya demasiado tarde para que Aladro reivindicase su legítima aspiración al trono. Su nombre ya no aparecía entre los pretendientes y los intereses internacionales eran otros. Finalmente, las grandes potencias nombraron al príncipe alemán Wied rey de Albania cuando Aladro ya había caído en el más absoluto de los olvidos.

Juan Pedro Aladro Domecq, o Kastriota, Caballero de la Gran Cruz de Isabel La Católica, de la Estrella de Rumanía, de San Alejandro de Bulgaria, Comendador de la Real Orden de Carlos III y Caballero de la Orden del Santo Sepulcro, entre otros cargos, se encontró con la muerte el 15 de febrero de 1914 en el hotel Square Lamartine de París sin que su influencia, dinero y esfuerzo le hubiera permitido ver cumplido su obsesivo sueño.

Y, desde entonces, de Aladro jamás volvió a saberse. Hoy día, sólo la plaza anexa al palacio Domecq recuerda su increíble existencia.

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