Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

ANÉCDOTAS DEL JEREZ. GENIO Y FIGURA

La gran aventura mexicana (y II)

  • El final feliz a la apuesta de dos soñadores que habían sembrado de viñas los desiertos del norte de México Perico Domecq y Antonio Ariza llegaron a ser dos personajes en aquel país

A finales de los años sesenta del pasado siglo, la sociedad Pedro Domecq México se encontraba en su momento de mayor auge. En sólo dos décadas de duro trabajo, Pedro Domecq González y Antonio Ariza Cañadilla habían conseguido colocar la compañía en lo más alto de la industria mexicana sin todo el respaldo familiar de la Casa matriz en Jerez. Tomaron ventaja con la prohibición de las importaciones en aquel país; poblaron de viñas los desiertos del norte de México y convirtieron un nuevo brandy, 'Presidente', en el más demandado entre los consumidores mexicanos. Había nacido la leyenda.

Tanto Perico como Antonio se encontraban perfectamente adaptados al país. Perico, segundo vizconde de Almocadén, había casado en Jerez en 1929 con Blanca Zurita de los Ríos, que le había dado cuatro hijos: Pedro, Mercedes, Manuel y Blanca, con los que nunca perdió contacto. Luego abandonó Jerez, se asentó entre México y los Estados Unidos, donde poseía algunos negocios, y decidió iniciar una nueva vida. Allí conoce a Betty de Rodríguez, una americana-mexicana con la que casa y tiene dos hijos: Miguel y Brianda, o Brenda como la conocían en Jerez, que más tarde volveremos a encontrar en esta historia. Además, Pedro había visto con tanta claridad que aquel negocio prosperaba, que trasladó su despacho desde Nueva York a Ciudad de México.

Y Antonio estaba encantado. Se desenvolvía como pez en el agua, amaba la cultura y arte mexicanos y todo lo que tuviese relación con el país, al que adoraba. Su mujer era de Veracruz, Lourdes Aldulcin y sus hijos mexicanos: Marianela, Antonio, José Manuel y Marilourdes. Ademas, había evitado a sus hermanos los horrores de la guerra llevándoles a México, e incluso llegó a emplear a Pepe en la compañía. De esta pasión de Ariza por las tierras mexicanas y sus gentes surgió su repetida cita: "No hay nada, por pequeño o grande que sea, si está en mi capacidad y en mis fuerzas, que yo no haría por México. El hombre no sólo es de donde nace, sino de donde se hace, y yo me he hecho aquí. Todo se lo debo a este noble y hermoso país".

Pero el éxito de la aventura no hubiera sido posible sin una perfecta organización comercial y una acertada campaña publicitaria. Para ello, Domecq-México contrató a un grupo de vendedores compuesto por mexicanos y españoles. Entre estos últimos, figuraban muchos exiliados políticos llegados a México tras la dolorosa contienda española. Dejaron a un lado sus principios y se dispusieron a trabajar duro. Ela Gedovious menciona en su biografía de Antonio Ariza a un tal José Pérez Gómez, prototipo de aquel equipo humano, al que se le encomendó la durísima ruta de Tijuana a Tapichuela. Tras uno de esos pesados viajes, comentó a Antonio: "Quisiera comprarme una docena de pijamas y, acostado entre lectura, radio y televisión, ir colocándome uno por uno sin levantarme de la cama hasta que la docena de pijamas se haya roto totalmente".

Esta acogida a los republicanos que abandonaron España, poco conocida, la resumió Ariza cuando pronunció un discurso ante el personal de la compañía en la que resumía la filosofía de la empresa: "Casa Domecq, una mano amiga, tradición que obliga". Era, como ya sabréis, el lema de la compañía familiar: 'Domecq obligue', lema del escudo familiar, algo que es tanto como 'Nobleza obliga'. Indica que si a cada noble le obliga su nobleza, a todo Domecq le obliga su apellido. Siendo Domecq, no le hace falta su nobleza para ser caballero. Les basta ser Domecq.

Nuestros dos hombres consideraron también indispensable una óptima proyección publicitaria y promocional de sus productos, especialmente del 'Presidente'. Tres agencias se encargaron de unas campañas espectaculares y de gran impacto: Una de ellas fue la capitaneada por Everardo Camacho; también la de Eulalio Ferrer, donde incluyó los caballos de Domecq y "las cosas buenas mexicanas" y, más tarde, se incorporó la agencia de Augusto Elías. Con ellos y con el presidente de Televisa, Emilio Azcárraga, Pedro y Antonio despachaban a menudo para analizar los programas espectaculares que se fueron creando alrededor del nuevo brandy. Contaba además Domecq-México con otra marca de brandy, el 'Don Pedro' y los vinos de 'Los Reyes', 'Cabernet', 'Chateau Domecq' y 'Cava Reservada', lo que garantizaba la alta calidad de los viñedos y de los vinos mexicanos. El portafolios fue creciendo con nuevas marcas de brandy y vinos, aunque la mejor noticia se produjo con la compra de la demandada 'Tequila Sauza', que Domecq adquirió en 1982.

No cabía duda de que aquella aventura había acabado en un verdadero éxito. El nombre de Domecq-México se extendió por todo el país como símbolo de una compañía ejemplar y modélica que daba dinero hasta aburrir. Y de hecho, durante los más de cincuenta años que habían transcurrido desde el nacimiento de la compañía, no se había producido en la empresa conflicto laboral alguno, gracias a una política de justas retribuciones y prestaciones que hicieron de Domecq en México una de las más sobresalientes empresas del país en materia social y laboral.

Por su parte, Perico y Antonio eran dos personajes en México. Gozaban de fortuna, éxito y popularidad entre los mexicanos y se decía que mandaban tanto o más que el mismísimo presidente López Portillo. Quizás por todo ello, a finales de 1978 ocurrió algo inesperado que tuvo en vilo a todo el país: Brianda Domecq, hija de Perico, había sido secuestrada por unos delincuentes cuando salía de su casa en un barrio residencial suburbano al norte de la capital. Brenda, que conducía un coche, fue interceptada por otro vehículo del que salieron cinco personas que tomaron a la mujer como rehén. Los raptores exigían a Domecq el pago de un millón de dólares (setenta millones de pesetas de la época) por su liberación y que no se avisara a la Policía. La familia respondió que no podía afrontar ese pago, aunque siguieron las conversaciones telefónicas con los secuestradores sin que éstos imaginaran que la Policía seguía sus pasos. Entretanto, la compañía recibía amenazas de muerte, algunas de ellas dirigidas contra los valiosos caballos que Álvaro Domecq iba a presentar en un espectáculo ecuestre en México.

Once días estuvo secuestrada Brianda. La Policía mexicana tiró del hilo y, poco a poco, fueron localizados y detenidos los raptores sin que se realizara un sólo disparo y no se abonase el rescate. Tras ser liberada, Brianda respondió con enorme naturalidad: "Ojalá que esto sea como el sarampión, que ocurre una sola vez en la vida".

Brenda tenía entonces 36 años y estaba casada con el médico mexicano Fernando Rodríguez. Licenciada en Letras Hispánicas, realizaba su doctorado en Literatura. Había escrito algunos obras y consideró que debería escribir un libro sobre su cautiverio.

Perico se llevó un enorme disgusto con todo aquello. Estaba aquejado del corazón y la situación de su hija le sobrepasaba. Cuando el corazón avisó por primera vez, Pedro se recuperó en una clínica de San Francisco. Pero mucho después, otro achuchón se lo llevó por delante la noche del 26 de febrero de 1983. Perico fallecía a los 81 años de un paro cardíaco y dejaba tras de sí una estela de enorme tristeza en la compañía que fundó en 1954.

Todos los años, el 26 de febrero, un sentimiento conmovedor invade a la familia Domecq. Y se rememora la oración que su amigo Antonio Ariza, con el gesto descompuesto por el dolor, pronunció ese mes de 1983 ante el personal de la empresa: "Se nos fue don Pedro, o Perico, como en su gigantesca sencillez gustaba ser llamado... Entregó a todos su señorío y su bondad. Se llevó y tiene el cariño y el recuerdo emocionado de cuantos le tratamos..."

Antonio quedó destrozado. Había perdido un socio pero, ante todo, un amigo. Poco antes de fallecer, Perico le había dedicado una foto a Ariza que decía: "Antonio. Hemos trabajado y gozado juntos. Perico". Y cuando todo el imperio Domecq se vendió a los ingleses de Allied-Lyons, el propio Antonio envió a Manolo DomecqZurita el hermoso busto de su padre que presidía la planta de Los Reyes y que hoy conserva en el palacio del marqués de Camporreal.

La verdad es que la venta de la compañía, negociada en 1994 en la distancia, entre Londres y Jerez, desconcertó a Antonio. Mucho más considerando que el negocio de México pesaba más que el de Pedro Domecq Jerez, a quien Perico había cedido la sociedad. Pero Antonio siguió día tras día en su despacho como presidente ejecutivo hasta su renuncia "concertada y amable", siendo nombrado entonces presidente de Honor Vitalicio.

El 26 de mayo de 2005 fue un día triste en México. Antonio había fallecido inesperadamente de muerte natural a los 84 años. De la noticia se hicieron eco los principales diarios mexicanos, que lo definieron como "un soñador que vio en los desiertos de México la posibilidad de recrear la campiña de su Jerez natal". Su paradero me lo ha descubierto su gran amigo Pepe Castaño. Antonio siempre fue hombre de apasionada fe y, como su madre Manuela le enseñó, fue ferviente devoto del Jesús Nazareno. En el columbario de San Juan de Letrán reposan parte de sus cenizas junto a las de otros familiares. Años después y siguiendo los deseos de su tío, su sobrino Antonio Furriel Ariza entregó a la hermandad un cuadro a carboncillo de la Virgen de Guadalupe original de Juan Lara, que permanece en la capilla de Ánimas de esa iglesia.

Se nos fue un hombre importante en México, con una biografía que, partiendo de orígenes humildes, se eleva al contacto con los grandes mitos de la segunda mitad del siglo XX. Por su rancho en Texcoco pasó lo más granado del mundo taurino de Hollywood y, por supuesto, de la más alta oligarquía mexicana.

La lista de méritos es innumerable: Filántropo del año 2000, Premio Nacional del Altruismo de 2003, creador junto al doctor David Kershenobich de la Fundación Mexicana de Enfermedades Hepáticas, también del Instituto Cultural Domecq, defensor del turismo en México, promotor de una raza pura de caballos, el caballo azteca, mediante el cruce de ejemplares del hierro de la Casa de Alba con caballos charros, además de buen padre y abuelo, gran cazador, aficionado de 'hueso colorado' a los toros...

Su lema, en fin, es frase de cabecera de los empresarios mexicanos, para los que ha sido un mito: "Somos un poco esclavos de la responsabilidad. No es la libertad de hacer lo que quiero, sino la libertad de lo que debo hacer".

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