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El perfil

El 'corredor de fondo' de la calle Larga

  • Juan García Cintado se jubila tras 52 años de trabajo en la hostelería. "¿Las piernas? Perfectamente".

 Es un artista de la bandeja. El hábil funambulista que se sostiene con el ‘servicio’ en lo más alto sobre la cuerda floja driblando y rompiendo caderas a lo Messi entre un mar de coches y peatones. Y todo deprisa, muy deprisa. Ahora, después de más de medio siglo en el duro oficio de la hostelería, este hombre menudo, sonriente y correcto, ha pasado a sus 65 años a mejor vida, la vida de la jubilación. Aunque ni Carmen, la santa Carmen, ni sus tres hijas, los cinco nietos y dos biznietos acaben de creerle.Todos le paran por la calle, le abrazan y felicitan. Juan Antonio, Juanito para todos, es ahora un hombre libre. Todo un personaje de Jerez, que lo ha sido en dos ocasiones,  y su calle Larga.

– ¿Cómo comenzó todo?

– Fui el más pequeño de diez hermanos que nacimos y nos criamos en Federico Mayo. Mi padre, Manuel, fue tintorero, teñidor de pieles. Uno de los tres varones siguió su oficio; el otro acabó de arrumbador en Sáchez-Romate.

– Y llegaron tiempos difíciles.

– Bueno, yo tuve que dejar los estudios muy joven, con sólo 13 años. Había que aportar dinero a la casa. Y de cabeza entro a fregar platos en el antiguo ‘Salón Italiano’, lo que hoy es ‘La Canilla’. El salón acostumbraba a hacer tartas y helados por encargo y ahí aparecía yo, llevando los pedidos de un lado a otro.

– Hasta que aparecen los hermanos Juan y Manuel Benítez.

– Los Benítez llevaban ‘La Venencia’, justamente enfrente. Alguna cualidad debieron verme que en seguida me ficharon. Pensaba que sería por poco tiempo y allí me quedé ¡treinta y cinco años! Fue una etapa muy intensa. Cuando cerró el bar, Roberto Merello me empleó durante cinco años en ‘La Canilla’. Luego hay un paréntesis muy triste cuando, junto con un compañero, abrimos dos negocios en Algarve y luego en Plateros, que no lograron prosperar. Fueron años perdidos.

– Y, por fin, el ‘Maypa’.

– Los Alzola necesitaban personal para el restaurante que abrieron en el parque empresarial. Fue Paco Carrillo quien me ayudó a conseguir el trabajo. Y allí trabajé los últimos cinco años. Hasta ahora. Total, cincuenta y dos años tras la barra de un bar.

– Y llegaron las carreras...

– A partir de los setenta, comenzamos a servir en los comercios del centro: Plateros, Honda, Doña Blanca... hasta la plaza Aladro. Y el servicio llegaba caliente. Yo tenía tres tipos de bandejas. 

– ¿No se cansaba?

– Es que a mí ese trabajo me daba muchas satisfacciones, me gustaba el oficio, la atención al cliente, que es algo primordial. Usted no me habrá visto nunca servir una cerveza con mala cara. Siempre me limité a lo que me dijeron: ver, oír y callar. ¡Si yo hablara...!

– ¿Alguna ‘herida de guerra’?, ¿las piernas, quizás?

– Las tengo perfectamente. Le diré una cosa: En 52 años de trabajo, sólo me he dado de baja siete días. ¡Y fue por una operación de apendicitis!

– Hábleme de ‘La Venencia’.

– Estando al lado de ‘Los Cisnes’,  aquel bar era impresionante. Era punto de cita hasta entre los tratantes. Venían políticos, toreros, artistas, flamencos... Siempre me acuerdo de Manolo Caracol, que llegó un día con un ‘Mercedes’ verde. Entonces, la calle Larga era la carretera general. Había que pasar por allí obligatoriamente. Se bajó, se tomó unas copas y se le acercó Lorenzo Calderón, empleado del ‘Bar de Andalucía’. Alguien le dijo: ‘¡Caracol, este canta mejor que tú!’ Empezó el hombre a cantar como Caracol y Manolo, en una esquina, todo emocionado. El hombre lo hacía perfectamente. Otra cosa: Las mejores saetas se ha cantado siempre desde ‘La Venencia¡ Fama tenían. ¡Qué lástima!, ¡ya todo eso se ha perdido!, ¡ya no es lo que era antes la calle Larga, repleta de bares y restaurantes!

–Ha conocido a infinidad de famosos... ¿Quién le ha impresionado más?  

– He conocido a muchísimos. Miguel Primo de Rivera era uno de ellos. Le encantaba el té americano que hacíamos en ‘La Venencia’ y, casi siempre, se lo llevaba a la alcaldía. Una tarde, el conserje no me dejó pasar. ‘Es que está con el ministro de Justicia, Oriol y Urquijo... (a la sazón yerno del alcalde)’. ‘Pues díle que me marcho’, le contesté. Cuando supo don Miguel que esperaba fuera embroncó al bedel: ‘Ya puede estar aquí el ministro que sea -le ordenó-, que Juan siempre podrá llamar a la puerta’.

– Lo peor de la hostelería es...

– Tu familia, tus hijos, no poder compartir con ellos esos momentos en los que los demás se divierten y tú trabajas. Una Semana Santa, unas Navidades... Y el horario es horroroso: Sabes cuándo entras, nunca cuándo sales.

– ¿Qué es lo primero que hará?

– Estoy aún en un sueño. Me gustaría recuperar el tiempo perdido. Me haré un viajecito con Carmen, que se lo merece. 

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