Jerez en el recuerdo

La Batalla de los Cueros

  • Puede que muchos de nuestros lectores conozcan lo ocurrido en dicha gesta, aunque no por ello estaría de más recordar esta curiosa página de nuestra historia.

CUANDO pasamos por la barriada del Pelirón, lugar antaño destinado para pacer el ganado mostrenco o sin dueño a las afueras de la ciudad, y en el que a partir de las primeras décadas del pasado siglo XX algunas familias humildes comenzaron a autoconstruir sus modestas viviendas, observamos cómo la mayoría de sus calles llevan nombres de batallas. Batalla de Gigonza, Batalla de Jimena, Batalla de los Potros, Batalla del Salado, Batalla de la Matanza, Batalla de Vallehermoso, Batalla de la Janda etc. Pero hay una calle cuyo nombre quizás nos llame más la atención y despierte nuestra curiosidad, esta es Batalla de los Cueros. Por ello quizás algunos se pregunten: ¿qué batalla fue esa de los Cueros? Puede que muchos de nuestros lectores conozcan lo ocurrido en dicha gesta, aunque no por ello estaría de más recordar esta curiosa página de nuestra historia. Veamos:

Como es sabido en 1264 tras la conquista de Jerez por Alfonso X el Sabio, nuestra ciudad quedó en la frontera frente a los reinos musulmanes de Ronda, Granada y Málaga. Ello hace que desde ese preciso momento Jerez quede como importante bastión defensivo frente a un enemigo que deseaba a toda costa recuperarla. Dicha circunstancia da lugar a numerosos asedios y batallas en las que los jerezanos se defendieron muchas veces de forma heroica. De entre todas ellas he escogido una curiosa batalla que es la que da nombre a la calle antes citada, es la denominada de la Matanzuela. El Padre Luis Coloma nos lo cuenta magistralmente en un opúsculo al que titula La Batalla de los Cueros. A través de dicho trabajo así como otras referencias existentes en algunos tratados de historia de Jerez como la del P. Martín Roa o Bartolomé Gutiérrez podemos conocer las circunstancias de esta legendaria y singular batalla.

La alcaidesa

Ocurrió así: Corría el otoño de 1325 cuando un poderoso ejército musulmán procedente de tierras granadinas que, avanzando por tierras de Arcos, robaban mucho ganado y capturaban hombres para venderlos como esclavos. Dichas huestes acamparon en las cercanías de Jerez con la intención de sitiarla, tomarla por asalto y saquearla. El grueso de aquella tropa se asentó en un lugar cercano a la laguna de Medina donde se encontraban las canteras de Martelilla y desde allí hostigaban sin cesar a las escasas fuerzas que defendían nuestra poderosa muralla, ya que la guarnición jerezana se hallaba lejos combatiendo al lado del rey Alfonso XI.

Las distintas fuentes no aclaran con certeza si el alcaide, Simón de los Carneros, se encontraba ausente de Jerez guerreando junto al rey, aunque más bien parece ser que había fallecido. El caso es que el príncipe moro Abensaha había juntado gente de a caballo y de a pie procedentes del norte de África y de las costas de Granada y Málaga viniendo sobre los campos cristianos haciendo robos, cogiendo muchos cautivos y llegando hasta las afueras de Jerez. En esos días el Alcázar y con ello la defensa de Jerez, cuenta la historia, quedó a cargo de una mujer, la viuda del alcaide Simón de los Carneros. La historia no revela el nombre de esta dama, sólo dice que era "una dueña discreta, viuda y sin hijos". Ante tan grave peligro aquella mujer no dudó enviar un mensajero a Sevilla pidiendo socorro en la seguridad de recibir la ayuda pronta que necesitaba.

Pasaron los días y el socorro sevillano no llegaba y la situación se hacía ya por momentos insostenible. La ciudad estaba condenada a caer sin remedio en manos de la morisma, con lo que ello podía significar de muerte saqueos, violaciones y captura de prisioneros para ser vendidos como esclavos. En un intento desesperado para evitar el trágico final que se avecinaba, la alcaidesa ordenó fuesen concentradas todas las bestias existentes en la ciudad: vacas, caballos, mulos, asnos, etc. Una vez reunido el ganado, a cada uno de los animales les fueron atadas a sus colas pieles procedentes de las curtidurías, colocándoles además en los cuernos de las vacas o en el lomo de asnos y caballos una antorcha o tea impregnada en sebo.

Llegan los cordobeses

De esa manera, el 24 de octubre de 1325 a eso de las ocho de la tarde, cuando ya el sol se acababa de poner y sólo quedaba el leve crepúsculo que precede a la noche, partió aquel ganado junto con los hombres disponibles en su mayoría viejos y mozalbetes con todo sigilo por la puerta de Rota, no sin encomendarse previamente a la Virgen de la Merced. Silenciosamente se pusieron en camino y por un determinado lugar cruzaron el Guadalete camino de Medina hasta llegar a la retaguardia del ejército agareno.

Habían pasado cerca de tres horas desde la partida de los jerezanos cuando ya bien entrada la noche se oyó fuera de la muralla el ruido de caballos, lanzas, espadas y gran número de gente de guerra que a ella llegaba. Los centinelas dieron aviso inmediato a la alcaidesa pidiéndole entregar al enemigo lo que por la fuerza iban a tomar. La noble dama subió con dos donceles al adarve de la muralla, desde allí el reflejo de las armas que brillaban y chocaban amenazantes en la noche le hizo presagiar lo peor. En esto y en el silencio de la noche una voz se alza desde fuera: ¡Ah de los hombres buenos, Córdoba por Jerez! Eran las tropas de Córdoba que sin ser llamadas habían sabido del peligro en el que se encontraba nuestra ciudad y venían en su ayuda. Los cordobeses, tras ser alertados de los acontecimientos, emprendieron inmediatamente el camino hacia el campamento musulmán cercano a la laguna de Medina.

La batalla

Antes del amanecer los jerezanos con sus potros y sus cueros se habían acercado sigilosamente por la retaguardia al campamento moro. En un momento determinado con gran ruido y vocerío hicieron sonar trompetas, tambores y otros cacharros. Cientos de cabezas de ganado enloquecidas por el ruido con las antorchas encendidas y las pieles atadas a sus colas, corrieron en estampida hacia donde estaban las huestes enemigas, quienes, al oír el estruendo y ver el fuego de las antorchas entre la inmensa polvareda que provocaban las pieles arrastradas por los animales, creyeron que un gran ejército se les venía encima. Huyen despavoridos con tremendo desorden y confusión hasta una alquería denominada en tiempos de árabes Margalihut y más tarde Aldea de Pedro Gallego, donde se tropiezan de cara con los cordobeses. Los seiscientos jinetes y peones cordobeses los reciben con tal furia que no parecía causa ajena sino propia. Tan grande fue la victoria y tantas fueron las bajas enemigas que la Batalla de los Cueros fue también conocida como de La Matanzuela.

Cuenta la historia que las tropas victoriosas entraron triunfalmente a nuestra ciudad por la Puerta Real en la que ondeaban los pendones de Córdoba y de Jerez. Cuatro días estuvieron descansando en Jerez los caballeros cordobeses tras esta victoria, siendo agasajados con grandes fiestas, quedando hermanadas desde entonces las dos ciudades. En el barrio de San Mateo existe una calle que lleva el nombre de Alcaidesa en honor a la dama que mandaba el Alcázar en aquel tiempo, también hay otra denominada Cordobeses en recuerdo de los caballeros de dicha ciudad que vinieron en defensa de Jerez.

Un hecho épico que quedó en los anales históricos de nuestra ciudad, y que como muchos de los que tuvieron lugar en le Edad Media no es posible saber dónde termina la historia y comienza la leyenda.

FUENTES: Fray Esteban Rallón, Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron, edición Servicio de Publicaciones UCA, vol II 1997. Bartolomé Gutiérrez, Historia de Jerez de la Frontera, Jerez 1886. Coloma P. Luis, La Batalla de los Cueros, Editorial Razón y Fe. Madrid 1947.

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