Jerez en el recuerdo

En el cuarto de los cabales

  • Recuerdos de una noche de tertulia en la sede de la Cátedra de Flamencología cuando estaba ubicada en la plaza de los Silos.

CORRÍA el mes de marzo de 1988 cuando los habituales contertulios de Noches Xerezanas celebramos nuestra sesión de los primeros jueves de cada mes. En aquella ocasión tuvo lugar en la sede de la Cátedra de Flamencología, que por aquel entonces ocupaba una vieja y evocadora bodega en la plaza de los Silos, cedida a dicha entidad por la casa Domecq, lugar donde permaneció hasta su traslado al palacio de Pemartín, sede de la Fundación Andaluza del Flamenco en plaza de San Juan.

Era aquel un espacio evocador de tiempos pasados, su vieja arquitectura bodeguera tradicional le daba un encanto y una enjundia inigualables. Tenía en su planta baja una sala con un escenario destinado a ofrecer interpretaciones y recitales flamencos con medio centenar de asientos para los espectadores. En la misma planta baja una mediana sala cuyas paredes aparecían cubiertas de viejas fotografías, recuerdos, carteles y posters relacionados con el cante flamenco que era el denominado "cuarto de los cabales". Una veintena de sillas de anea y una rústica mesa central imprimía a aquella sala un ambiente intimista y evocador. En la planta superior una amplia galería en la que su diverso mobiliario atesoraba viejos documentos y archivos relacionados con nuestro arte flamenco y sus intérpretes.

Aquella noche tuvimos como invitados tres excepcionales personajes jerezanos, tales fueron: José Moreno Alonso, profesor y escritor; Diego Moreno Iglesias, popularmente conocido como Dieguinchi, y Juan Fernández, el inolvidable artesano de la fragua más conocido como Tío Juane. Entre los tres, calculo, acumulaban como mínimo doscientos cuarenta años de edad, ya que el más joven creo que ya había cumplido los 78 años. Tras las palabras de bienvenida de nuestro anfitrión, Juan de la Plata, comenzó aquella memorable sesión en la que éste expuso las muchas vicisitudes durante los entonces treinta años de existencia de la Cátedra de Flamencología, de las zancadillas, intrigas e intereses creados por organismos controlados por la política que al no poderlo manejar lo habían condenado al ostracismo, retirándole las subvenciones oficiales con las que se sostenía la entidad. Con la elegancia de los jerezanos cabales, Juan de la Plata se tragó amarguras y desengaños, contando las cosas como si treinta años de sacrificios y entrega no tuviesen importancia. Acto seguido tomó la palabra el profesor Moreno Alonso, maestro jubilado, poseedor de la Encomienda de Alfonso X el Sabio, de la Cruz al Mérito Docente y autor de varias obras literarias. Con sus ochenta primaveras, una mente totalmente lúcida y una memoria envidiable, nos sedujo con sus vivencias en el Jerez de antaño, de sus ferias, de sus fiestas, de sus leyendas. Nos deleitó con sus recuerdos del célebre pintor Montenegro, hombre alto, desgarbado, esperpéntico, vestido siempre con una vieja gabardina negra, decía, que dormía muchas noches en un banco de la Alameda de Cristina y pintaba cuadros por un duro, que era lo que necesitaba diariamente para comida y vino, a quien conociera en los años veinte del pasado siglo.

Como había salido el tema de las fiestas de antaño, y estábamos próximos a carnaval, obligatoriamente surgió este asunto al que el profesor Moreno concebía como un torpe remedo del carnaval gaditano lo que se había iniciado en Jerez. Se estableció a continuación un animado debate en el que salieron los recuerdos del antiguo carnaval jerezano antes de su abolición con el advenimiento de la Guerra Civil. Un carnaval, decían nuestros veteranos invitados, con un estilo propio que nada tenía que ver con lo que nos querían colocar. Duraba solamente tres días, ya que comenzaba el domingo previo al inicio de la Cuaresma y terminaba el martes a las doce en punto de la noche, para dar paso al miércoles de ceniza que marcaba el inicio de la rigurosa cuaresma. Aparte de los bailes de máscaras en casinos, peñas, patios y plazuelas, su escenario principal eran la calle Larga y la plaza del Arenal, vías en las que se cortaba el tráfico de carruajes. Su principal atracción era el desfile de máscaras, comparsas y agrupaciones corales plagadas de letras satíricas y guitarras como único acompañamiento musical. El profesor Moreno Alonso decía que no fue en la guerra Civil la primera vez que se prohibió el carnaval en Jerez, ya que ello ocurrió en varias ocasiones a lo largo de la historia, una de ellas fue bajo el mandato del Corregidor Eguiluz a principios de siglo XIX a causa de varios crímenes cometidos bajo el amparo de las máscaras, hasta el punto de prohibirse también las caras tapadas de los penitentes en Semana Santa, ello dio lugar a la adopción de la túnica egipcia que todavía subsiste en las hermandades del Nazareno y de la Expiración.

En ese momento Dieguinchi se levanta y, con una privilegiada memoria a sus 83 años de edad, comienza a interpretar algunas de aquellas coplas, que desde luego en nada se parecían a las que hoy escuchamos, ya que en ella destacaban los aires flamencos propios de nuestra tierra. Uno de nuestros contertulios que conocía a Dieguinchi de toda la vida por haber trabajado con él en el desaparecido Diario Ayer, nos contó que éste siempre se caracterizó por vestir la misma indumentaria aunque fuese Domingo de Ramos: un impecable mono de trabajo de color azul, planchado y almidonado, adornado con un artístico pañuelo de seda magistralmente doblado y colocado en el bolsillo superior. Su ropa interior decía, y corroboraba el propio interesado, era siempre de seda. Vivía desde hacía unos años en Sevilla con una de sus hijas por cuya salud juraba cada vez que abría la boca. Comenzó a narrar con nostalgia sus vivencias en Jerez, su ciudad natal, por la que sentía auténtica devoción. Habló de los paseos por sus calles que él los sentía vivos aún.

"Aquí tuve una novia, allí un amigo, en tal sitio oí cantar a Manuel Torre, más allá a Vallejo y en la calle Encaramá al Caracol" ¡Cuántos recuerdos! ¡Cuántos buenos ratos! ¡Qué multitud de vivencias!

Apuntó mil cantes, contó mil anécdotas y se paseó por la noche tertuliana como sólo pueden hacerlo personas como él. Dieguinchi presumió de viejo y de estar en el andén esperando ese tren que va a llegar y por lo tanto quería estar preparado, porque le habían dicho que el cielo es la gloria, y que allí, aparte de lo divino también hay una calle Nueva y una Plazuela en la que todas las noches cantan Fernando y Manuel, siendo el lugar al que un día también llegara Rafael para enseñar a torear a los ángeles.

Por último en aquella noche mágica, el inolvidable Tío Juane, patriarca de los gitanos de San Miguel, sobrio y sentencioso interpretó unos cantes por martinete, hablando a continuación sobrio y por derecho de los gitanos de Jerez y de su integración en la sociedad local. Hablaba poco y sustancioso pero con innata sabiduría como no queriendo interrumpir, pues decía que el que habla sólo repite lo que ya sabe, sin embargo el que oye aprende.

Así transcurrió aquella memorable noche tertuliana, noche lluviosa y desapacible que dejó huella en nuestros corazones, dándonos la esperanza de llegar a la edad de nuestros viejos invitados con su misma alegre sabiduría y las almas pletóricas de hermosos recuerdos. Gracias dimos al cielo por habernos permitido compartir aquella velada con jerezanos de semejante talla.

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