Jerez

El acento de Maleni

LA verdad; apenas si sé quién es la tal Nebreda miembro -¿o miembra? del Partido Popular en Cataluña, esa que puso a caer de un burro a Magdalena Álvarez, la inefable ministra de Fomento, de la que dijo: "resulta difícil entenderla porque tiene un acento de chiste" y a la que, también, calificó de: "cosa que probablemente Chaves supo, con habilidad, encasquetar a Zapatero". Lo que si sé, es que estoy seguro que, en ningún momento, su intención fue la de menospreciar u ofender al acento andaluz; evidentemente, sí que quiso, aunque sus lanzas se le tornaron cañones, escarnecer e insultar a la indescriptible ministra.

Verán, Magdalena Álvarez no es que tenga un acento de chiste, que lo tiene, es que, además, no sabe hablar, no se sabe expresar con propiedad. No lo digo sólo yo; que lo digo porque lo puedo decir, porque nací en Andalucía, me crié en Andalucía, me eduqué -hasta sexto de bachillerato- en Andalucía, mis dos hijas son andaluzas, trabajo y vivo en Andalucía…, en fin que, a este respecto, puedo hablar con la misma autoridad que el que más; lo dice, también, ella misma, cuando reconoce que: "yo no sé hablar si me fijo en los detalles, porque pienso más rápido que hablo, por eso, ehhh, ehhh, por eso pierdo el, ehhh, ehhh, el hilo". Su obvia lengua de trapo, su hueca charlatanería, que nos recuerda al gran Mariano Ozores o a Cantinflas, porque habla sin decir nada, en absoluto tiene que ver con el acento andaluz, ni con los andaluces. Tiene que ver con su demostrada ineptitud, con su falta de liderazgo, con su inutilidad congénita y con su pasmosa desvergüenza para no asumir errores propios y encontrar siempre algún culpable que no sea ella.

Los políticos, da igual las siglas que defiendan, son oportunistas por naturaleza. Su capacidad para aprovechar cualquier circunstancia en beneficio de sus intereses, difícilmente se podría mejorar. Acuérdense de la guerra de Irak, del terrorismo de ETA, del desempleo, de la masacre del once de Marzo, de Guantánamo, de Cuba, de la crisis económica, etc… Resulta muy complicado encontrar seres humanos, metidos a políticos, con la suficiente grandeza de miras como para no hacer uso de la desgracia ajena y mantenerse fiel a la honestidad, la coherencia y la justicia; muy difícil.

Que Magdalena Álvarez no da la talla como ministra es una evidencia incontestable. Si su puesto dependiese del consejo de administración de cualquier empresa privada, medianamente seria, hubiese sido procedentemente despedida hace bastante tiempo. Su permanencia al frente de un ministerio tan crucial para el día a día de todos los ciudadanos, como es el de Fomento, sólo se puede entender por la sinrazón y el nepotismo que mangonea la "cosa pública".

La mayor parte de nuestros políticos, entre ellos la ministra Álvarez, no actúan con seriedad porque no son serios. Colocan sus propios intereses, y los de sus partidos, muy por encima de los de los ciudadanos; confunden el chorizo con la velocidad y acaban por creerse insustituibles cuando no son más que mediocres peones partiéndose el bazo por permanecer en un tablero al que no pertenece su juego de perdedores. Pero soñar es gratis y estos pobres infelices, convencidos de dejar "su legado" para la Historia -la misma que, sin haberles llegado a conocer, les olvidará, como a los efímeros presuntuosos que son, corresponde- continúan "erre que erre" aferrados a un sillón que, por deméritos propios, jamás debieron ocupar.

A personajes como "la Maleni", nada les importa el estrepitoso fracaso de su gestión, ni el profundo malestar generalizado de la ciudadanía, ni los patosos errores cometidos, ni el vergonzoso incumplimiento de la mayor parte de sus promesas… nada, porque los límites de su mundo "de chiste" y poca "cosa" más, no van más allá de tratar de permanecer en la poltrona el mayor tiempo posible, caiga quien caiga.

Ella, y los que son como ella, desconocen el significado y la dignidad que implica el hecho de dimitir, porque la cateta vanidad que les embarga les hace presumirse por encima de la mayoría del resto de los mortales: los que pagamos sus sueldo, sus dietas y sus gastos de representación, los que padecemos la desgracia de tener que soportar su inconmensurable ineptitud, y, esto, poco tiene que ver con el acento de chiste de la Maleni, ¡carajo!

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