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Cultura

En el transcurso de un feliz viaje

HACÍA tiempo que Carlos C. Laínez no presentaba su pintura de forma individual. Sólo pudimos contactar con ella en algunas colectivas donde nos hacía partícipes, aunque mínimamente, de su preclara intencionalidad representativa. Sí nos había ofrecido su poderosa imaginación en los trabajos de aquel extravagante hacedor de imposibles que era su Alejo Sloan, el curioso científico inventado por la extrema sabiduría del artista jerezano. Se echaba, por tanto, de menos su personalísima pintura, aquella que ilustraba una sociedad mediata llena de feliz ironía de la que muchos éramos fieles seguidores. Afortunadamente vuelve a la escena expositiva con una serie que nos sitúa en la senda del mejor Laínez, esa que transcribía escenas extraídas de una realidad creada por el importante imaginario de un artista que sabe relatar, con un personal lenguaje representativo, historias festivas protagonizadas por unos ilustres personajes que consiguen imponer a lo cotidiano un imposible estamento con lo real marcando irónicas posiciones.

Esta exposición jerezana invita al espectador a contemplar a unos viajeros que nos describen esos paisajes mediatos del que Laínez es un consumado creador. La felicísima iconografía del artista vuelve a situarnos en ese organigrama existencial en el que la ficción y la realidad diluyen sus fronteras. Los personajes nos hacen participar de sus imprevisibles proposiciones viajeras. El paisaje real trastoca sus límites hasta ofertar un nuevo sistema ilustrativo. Los elementos constitutivos del lenguaje de Carlos Laínez nos ofrecen sus típicas líneas argumentales, de sumos registros esquemáticos; el artista necesita muy poco para ofrecernos una excelsa historia protagonizada por una curiosa humanidad donde todo es susceptible de hacerse realidad.

La pintura que se ofrece en la galería Fedarte nos vuelve a situar en esos episodios surreales donde lo cotidiano abre sus perspectivas a unos horizontes imprevisibles que sólo pueden ocurrir en las mentes de espíritus abiertos. La obra de Carlos Laínez exige miradas limpias, cómplices y abiertas. Sus historias de viajeros nos ofrecen perspectivas de caminos diáfanos y amplios. En cada pieza existe un pequeño dato que hace brotar la expectación del espectador y lo identifica con una realidad especialísima, a contracorriente, llena de pasajes sacados de la mejor literatura. Y es que la obra de este artista posibilita felices relatos tan bien pintados como descritos por una poderosa pluma de sabia concepción. Una pintura relatada o una escritura pintada que nos hace transitar por esa realidad mediata, surreal y bella de la que no tenemos noticias fidedignas desde que la gran Remedios Varo, la sabia pintora surrealista aragonesa, nos dejara sus maravillosas historias pintadas.

Carlos C. Laínez nos vuelve a reconquistar la mirada para una bella causa llena de festiva representación.

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