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Relatos de verano

Juan Manuel Marqués Perales

Malaya tenía su doble (VI)

TAL como llegó a su casa, la presidenta Salomé Díez puso un cedé de Sabina, y buscó su canción preferida: 19 días y 500 noches. Un momento de paz antes de realizar dos llamadas telefónicas. Era como su criptonita.

-Juan (voz intimidante).

-Dime, presidenta. ¿Cómo estás?

-¿Qué cómo estoy, Juan? ¿Qué cómo estoy? -Juan se puso en posición de recibir a un miura a pogayola- Acabo de ver a Rufino, que es nuestro secretario en la agrupación de Triana, sentao en la calle San Jacinto con un cartel de cartón en el que pide dinero para pagar a sus abogados porque es un ieledé, un imputado de larga duración. ¿Esto cuándo se va a acabar, Juan?

-Eso lo sabrá la juez Malaya.

-Qué juez ni qué jueza, Juan, si Rufino se ha prejubilado tres veces por la cara, y no ha trabajado más que en Ruperto y cuando era joven. Lo echaron por pasarse con el adobo de los pájaros; que hasta se atragantó una vieja. La última ha sido en Google. ¿Tú conoces a alguien de Andalucía que trabaje en Google? Yo no, pues éste no sólo eso, sino que encima se ha prejubilado, debe ser el único del mundo, y encima cobra la paguita de los ILD, qué vaya invento habéis tenido con dar una paguita a los imputados. Juan, que le vamos a tener que cambiar el nombre al partido, y en vez de Ganamos, vamos a ser Lacagamos.

-Presidenta, es que las criaturas lo tienen todo embargado.

Se oyó un sonido extraño al otro lado del teléfono, como si la presidenta estuviera imitando el resoplido de un roncaor que ha mordido un anzuelo.

-¡¡Criaturita!! Criaturita yo. Juan, me cago en la mar de Triana, con esto hay que acabar, hacemos un decreto y sacamos a toda esta gente de la calle. ¿Vale? Y si no quieren, voy yo y los cojo del pelo uno por uno. -Colgó el teléfono. El pobre de Juan fue a por una pastilla.

Salomé Díaz tuvo que volver a oír la misma canción de Sabina dos veces más, ya iban 1.500 noches, antes de realizar su segunda y trascendental llamada.

-Mari. -Dijo Salomé con complicidad.

-¿Qué quiere presidenta?

-Cuídame mis intervenciones públicas, niña.

-¿Las mías o las tuyas?

-Las mías, joé, que para eso eres mi doble. Mira, Mari, que hay más gente en Sevilla, y muy poderosa, con dobles, así que vamos a moderarnos un poquito.

-Ya te lo dije presidenta, que hay mujeres que trabajan mucho.

Cuando los camareros de La Grande habían apilado todas las mesas de metal de la terraza, echado serrín en la solería del interior y pasado la escoba, Manolo Lombardi se levantó y pagó sus cañas, el plato de cañaíllas y los tres Balantine's que se había encajado Conchi Delgado, la doble de la juez. Ambos debían volver a la Comisaría para terminar la declaración ante el comisario don Gabino Alvar, quien a esa hora, casi a la una de la madrugada, aún no había metabolizado el ácido úrico de las gambas, el alcohol de la botella de Guitián y el de las dos copas de orujo que vinieron después.

-Bueeeeno, Mooontse, ¿ha sabido algo más?-. El interrogatorio se presentaba harto pesado por los melismas con el que el comisario floreaba su pronunciación cuando iba beodo.

-No, señor comisario, pero yo he pensado que tampoco es para tanto. Montse aparecerá, yo no voy a poner la denuncia de desaparición, me vuelvo con mi maletita y asunto acabado. ¿No aparecen los niños de Argentina? Pues esto será igual, pero más rapidito.

-¿Pero se va a ir usted así, Conchi? -El comisario se había tragado el tartamudeo y comprendió que Conchi estaba dando marcha atrás.

-¿Desea usted marcharse ahora?

-Sí.

-Lombardi, acompañe a esta señora a su casa, que es muy tarde. -El comisario pronunció su orden a la vez que, con un movimiento de cejas, le indicó al policía que no se separase de esa mujer en las próximas horas. No hacía falta, no la iba a dejar, aunque por un interés bien distinto. El pargo iba a dejar el río.

Así, que los dos salieron de Comisaría. Lombardi llevó a Conchi hasta su automóvil, puso el cedé, y comenzó a sonar Sabina, sí, 19 días y 500 noches.

Con la rumbita fina, Conchi miró por primera vez a Lombardi con otros ojos; él se sentía Bogart camino del aeropuerto con Ingrid Bergman del brazo. Siempre nos quedará París. A partir de ese momento, Lombardi supo que iba a protagonizar una road movie por las calles del centro de Sevilla, por la carretera de Carmona, donde él vivía, y la avenida de Su Eminencia, donde residía Conchi, antes de salir directo hacia la autopista de Cádiz. La juez Montse Malaya, la verdadera, se había citado con Conchi en la Venta el Pino, de El Portal. Habían quedado al mediodía, así que Lombardi, invitó a Conchi a su piso a ver una película, El árbol de la vida, mira que era raro el pargo, y a comer algo. Conchi se estaba quedando frita sobre los hombros de Lombardi.

-Manolo, ¿tú por qué te llamas Lombardi?-Le preguntó Conchi con su planta de juez Malaya y su aspero acento de Casariche heredado de sus padres y tíos.

-Por que en Cádiz hay muchos italianos, Conchi.

-Os gusta la pizza, con tanto adobo...

-No, Conchi, de pizzerías estamos normal, no es eso, es que en Cádiz vivivieron muchos italianos del comercio con América y algunos de sus descendientes se quedaron. De ahí nos vienen los apellidos.

-Hijo, yo no tengo de . Conchi Delgado de Los Pajaritos, sin trabajo anterior, sus padres de Casariche, ni un italiano, separada de un cara que se busca el dinero por la noche, tan pobre, tan pobre, que nadie me quiere corronper, aunque según la juez en algo sí he pecado, en la cantidad de cursos de formación a los que me apunté: el que más me gustó fue el de costurería cofrade. Bueno, y el de iniciación a Android. ¿Qué quiere? Si por cada curso, me daban 600 euros al mes; bueno, hasta que llegó la crisis económica y la Montse comenzó a investigar si los parados lo somos de verdad o si hemos sido corrompidos por la Junta para dejar de trabajar y vivir de los fondos. Qué barbaridad, Lombardi.

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