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La ciudad y los días

carlos / colón

Chucherías

SE ha abierto la fase de liquidación de Fiesta, la empresa de caramelos y chucherías que desde 1965 -aunque sus orígenes en Puerto Rico se remontan a los años 40- popularizó las piruletas, el chupachú con chicle Kojak (ya sé que Chupa Chups es otra marca, pero su éxito bautizó a todos los caramelos con palito con su nombre como Turmix convirtió todas las batidoras en la turmi o Frigidaire todas las neveras en el friyider), el Lolipop, la piruleta roja, el Tico Tico, el Fresquito o la Mega Torcida. Es la liquidación, también, de un trocito de las memorias de quienes fueron niños a partir de los años 70.

Supongo que los pacientes que llegaban al chicle del Kojak chupándolo entero y los impacientes que lo hacían de un bocado lo sentirán tanto como mi generación sintió la desaparición de los puestecillos de chucherías ambulantes -un canasto sobre un caballete- o de los fijos de madera pintada de blanco y verde como el de la viejecita del ensanche de Regina, junto a la cuchillería, en lo que comprábamos pipas y garbancitos tostados vendidos en cartuchos de papel, caramelos con forma de botellas de coñac o de aguardiente, bucaritos de plástico llenos de bolitas de anís, palodú y cigarrillos de chocolate. Por no hablar de los perdidos lujos del Mauri de Francos o de los tentadores botes de cristal llenos de caramelos de La Casa de Las Galletas, Marciano, Casa Sosa o El Grano de Anís.

Cosas sin importancia que el tiempo hace importantes. Ya saben lo que desató el sabor de una magdalena mojada en una infusión: los siete volúmenes de En busca del tiempo perdido. Conforme pasa el tiempo lo seriamente importante no deja de serlo, faltaría más, pero lo falsamente importante mengua hasta su exacta y minúscula proporción; mientras lo que se tenía por intrascendente se agiganta hasta adquirir todo su valor sentimental. El reencuentro con un viejo libro en la misma edición que leímos de niños, volver a ver una película que nos dio una tarde de felicidad en el Esperanza, el Bécquer, el Regina, el Lux o el Delicias, el olor a frío de una escalera y un portal con mármol y azulejos en una mañana clara de invierno, el sabor de las tortas de aceite de Ochoa, el alfilerazo de una canción o el recuerdo de una chuchería pueden devolvernos, por un instante, un trozo del tiempo perdido. Como en de los Cielos, en el reino de la vida el tiempo hace que lo que se creía lo último sea lo primero.

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