EL martes pasado hablaba del fenómeno del 'fachadismo', esa práctica habitual en los centros históricos que consiste en conservar las fachadas de los viejos edificios y aniquilar sus interiores. Pero hay que advertir que, en realidad, existe un paso más (el último es el derribo total). La fase siguiente al 'fachadismo' es lo que podríamos denominar 'portadismo'. No se trata de mantener, al menos, el perímetro exterior de las casas; aquí lo único que interesa ya es el elemento de mayor significación: la portada. Junto a todo lo relacionado con la rentabilidad económica, en actuaciones de este tipo se suma una falta de comprensión de la arquitectura de la Edad Moderna, de su, en ocasiones, falta de simetría, de su organización en volúmenes aparentemente anárquicos, de su crecimiento casi orgánico, de su preocupación por destacar el acceso principal, la portada labrada en piedra, que ennoblece un conjunto de gran sencillez compositiva. Ello explica actuaciones como las de la Casa de las Piedras Negras de la Plaza San Juan, calle Paralejo nº 2 o calle Guarnidos nº 2, donde en torno a la portada se crearon nuevas fachadas más "racionales" en su distribución, aunque con una estética cercana al pastiche más rudimentario. La otra cara de la misma moneda la encontramos en la plaza Mirabal (de Ramón Chaveli) nº 6 y 7, donde la imitación de estilos del pasado dio paso a la más rabiosa modernidad y convirtió la portada en un extraño añadido, a la manera de un resto arqueológico, tapiada, sin función y sin el menor intento de acomodo en una nueva construcción que se llevó por delante un patio mudéjar que suponía un estorbo demasiado costoso.

En definitiva, actuaciones inmersas en la hipocresía del mal menor y en la descontextualización y falsedad de una arquitectura tramoyista que algunos llaman, con no poco descaro, "rehabilitación".