La Cena

Cuando el andar se hace leyenda

  • La hermandad cambia su situación en el Lunes Santo para poder disfrutar de una recogida única.

LA hermandad de San Marcos es fiel reflejo de una Semana Santa hecha con gusto y que sobre todo sabe andar. Son muchos años, y estar a la altura impuesta por sus mismas andas es difícil, pero el martillo de Martín Gómez es justo con su público, siempre exige el máximo a sus hombres de abajo y esta característica es una de las que provoca que cientos de personas copen cada año las inmediaciones del templo. No es fácil. Este barrio está compuesto por calles estrechas y grandes naranjos que a pesar de dotar de color y olor a esta estampa de la Pasión, causa perjuicio a la hora de visualizar el tremendo paso de misterio de la hermandad de la Cena.

La impronta del misterio de Luis Ortega Bru, con la aportación de cinco apóstoles de los hermanos Ortega Alonso, se impone cada Lunes Santo como una de las imágenes con más sentimiento y dinamismo de la Semana Mayor jerezana. Es una estampa para perderse. Mientras Jesús bendice el cáliz, con una mirada cargada de una expresión premonitoria de su futuro mortal, el resto de los apóstoles pintan este óleo con doce gestos cargados de una personalidad extrema que se consuman en la talla de Judas Iscariote. Vuelto de espaldas a la mesa y con una bolsa de monedas en la mano supone la joya de esta corona escultórica.

La luz proyecta su cara más seria en el fondo de San Marcos cuando se escucha la primera llamada. Un racheo sigue a los nazarenos rojiblancos y el sol descubre poco a poco el misterio hasta que la talla de tamaño natural de Nuestro Padre Jesús de la Cena pasa la puerta de la parroquia, momento al que pone sonido la agrupación musical de la Estrella de Dos Hermanas. El gentío se vuelve alegría y cuando se quieren dar cuenta, los naranjos de la calle a al que da nombre abrazan el misterio mientras busca la Santa Iglesia Catedral.

El mayor estreno de esta hermandad es su posición en la Carrera Oficial. Por primera vez será tercera en el orden establecido del Lunes Santo, una reclamación histórica que beneficia a esta hermandad para poder recrearse, como ella sola sabe, en sus callejones de recogida en un itinerario recuperado por calle Pozuelo y Letrados donde El Salmonete hizo rezo su canto desde un balcón de la casa del Conde de los Andes.

Si perfecto y característico es el paso de misterio de La Cena, menos no se puede decir de Santa María de la Paz. El palio de cajón con caídas plateadas y cinceladas por las dos caras tiene luz propia incluso en la oscuridad del templo de San Marcos, desde donde se escuchaba el andar de los hombres de abajo que salvan las distancias entre la parroquia y el gentío. Los hermanos de la cofradía rescataron esta talla del convento de San Miguel de El Puerto, de la que cayó rendido el mayordomo de la hermandad en la década de los 80.

Con semblante de Virgen madre, el dolor de María Santísima de la Paz es sereno e interior con la mirada baja, perdida entre una candelería perfectamente encendida entre las estrecheces de su barrio cuando empieza a caer la tarde. A este palio le sienta igual de bien la luz plena del sol que callejones estrechos donde los cirios ofrecen iluminación única. Mientras, detrás de este monumento de plata andante, la banda de música del Nazareno de Rota marca el soniquete de la perfección.

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