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La estrella azul | Crítica

Emoción y honestidad

Cuti Carabajal y Pepe Lorente en una imagen de 'La estrella azul'.

Cuti Carabajal y Pepe Lorente en una imagen de 'La estrella azul'.

Viendo esta Estrella azul sobre el malogrado rockero zaragozano Mauricio Aznar (1964-2000), cantante y líder de la banda Más Birras y figura de culto, la palabra honestidad resuena como la más ajustada para definir lo que hace Javier Macipe con unos materiales que, en otras manos, hubieran caído en el cliché del biopic de (corto) alcance local.

Su mirada a una etapa de la vida de Aznar, aquella en la que, tras una recaída en las adicciones y un fracaso amoroso, puso rumbo a la provincia argentina de Santiago del Estero en busca de las raíces del folclore local y los secretos de la chacarera, popularizada mundialmente por artistas como Atahualpa Yupanqui, se forja en una triple dimensión de reconstrucción ficcional, acercamiento documental y una autoconciencia que, lejos de molestarse o entorpecerse unas a otras, terminan creando una intrincada y muy honesta emoción sobre los senderos de la creación, la renuncia al éxito, las convicciones y los fantasmas (familiares) de la depresión y la muerte.

Lo primero que nos llama la atención del filme es el tono interpretativo de Pepe Lorente en la piel de Aznar, no sólo por esa exhibición orgullosa del acento maño y la pose roquera, sino también por un naturalismo bastante insólito en nuestro cine. Con él y sus malas pulgas viajaremos hasta el nordeste argentino para descubrir la región en contacto con esa familia (los Carabajal, ellos mismos) que lo acoge casi como un pariente y en la que aprende los rudimentos rítmicos y la poesía auténtica de una música de raíz que pertenece ya para siempre al patrimonio universal mientras el tiempo toma otra cadencia y el paisaje se abre como espacio acogedor y sensual.

Pero igualmente interesante es ese viaje de regreso a Zaragoza donde la melancolía y la fatalidad se instalan ya como certezas en un juego en el que la película se abre ante los ojos del espectador en una no menos sincera revelación de las propias tripas con las que se ha construido, pacientemente, siempre en el tono justo, una historia donde se cruzan las culturas y las sensibilidades para anudarse en la figura de Aznar-Lorente.