Hípica

A Binder también le gustaba conducir

  • Repaso al amplio surtido de términos que la automoción ha heredado directamente de los maestros carroceros de los siglos XVII, XVIII y XIX Binder, Studebaker o los mismísimos hermanos Peugeot. Hoy comienza en Sementales el concurso de exhibición de carruajes.

 aramos el descapotable y tiramos del freno de mano. Mientras esperamos a nuestro acompañante revisamos las llantas de las ruedas, comprobamos que en la guantera está todo lo necesario y que la capota está en perfecto estado para plegarla y dejar que el sol nos dore la piel con precaución. 

Ya estamos listos. Nos acomodamos en los asientos tapizados de cuero, bajamos el reposabrazos, descansamos los pies en las alfombrillas del suelo del coche, limpiamos el salpicadero y el parabrisas del cabriolet y nos vamos de paseo sin abusar de la bocina, a pasito lento, para no forzar los amortiguadores, las ballestas, los aletines y la carrocería.

Hace un día seco y soleado que nos anima a cerrar la calefacción después de que hayamos guardado el equipaje en el portamaletas porque nuestro utilitario no tiene baca.

Estamos en el siglo XXI pero podríamos estar en el XIX. O en el XVIII. E incluso en el XVII, cuando las grandes urbes mundiales como París o Nueva York trataban de poner orden al caos de tráfico de sus grandes intersecciones urbanas. Porque hace doscientos y trescientos años, cuando la polución era todavía ciencia ficción, ya había atascos de caballos en la quinta con la ciento veinticuatro y en la glorieta del Arco del Triunfo. El padre del moderno Volkswagen Phaeton, de la berlina o del cabrio cupé es el coche de caballos que fabricaban carroceros de renombre como el francés Binder Frères, los hermanos Peugeot o los americanos de origen holandés Studebaker, que participaron en la transición de los caballos de tiro a los de vapor. 

Y aquellos súper coches fabricados a medida y por encargo por los ricachones europeos ya contaban con amortiguadores, portamaletas, freno de mano, salpicadero, guantera, tapicería de lujo, llantas, capota, aletines y guardabarros. E incluso con baca, aunque este elemento del habitáculo sólo se instalaba en el omnibús, el padre del autobús, que nació en el corazón de Nantes.

Resulta que se complicó tanto la circulación en las arterias urbanas y venas y capilares de la vieja Europa rural que los cocheros, los cocheros de caballos, tuvieron que inventar el derecho de tránsito, una tasa que afrontaba el coste del mantenimiento del pavimento que destrozaban los pesados primeros coches de vapor. ¿Se atreven a ponerle un nombre? Exacto: peaje.

No es fácil determinar si el permiso de conducir está ligado o no al arte de manejar coches de caballos pero lo que sí parece demostrable es que el impuesto de circulación no solamente se pagaba siglos atrás sino que estaba visible en la carrocería de aquellos rudimentarios vehículos del mismo modo que hoy lo está la matrícula de las tres letras.

Y sí, sus vidas están más sujetas al pasado ecuestre de lo que saben. Recuérdenlo cuando arranquen el utilitario y disfruten del paseo sin soltar las riendas. O el volante.

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