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EUREKA | FESTIVAL DE CINE DE SEVILLA

La línea recta y el meandro

Un fotograma de la tercera historia de 'Eureka', la vuelta de Lisandro Alonso.

Un fotograma de la tercera historia de 'Eureka', la vuelta de Lisandro Alonso.

La fascinación de Lisandro Alonso por el inolvidable plano secuencia que abre Millennium Mambo daba cuenta de su manera de entender la puesta en escena: la inmersión en un lento y oscilante movimiento ininterrumpido durante el cual se establecía una deliberada exhibición del dispositivo (el giro de cabeza de Shu Qi para mirarnos a nosotros, a la cámara y a HHH tras ella) en el susurro de una bella promesa de amor y cine. Cuando el cineasta argentino lo tiene claro, como ocurría en su obra maestra Los muertos, necesita extremadamente poco para poner en marcha ese mecanismo directo que guía un destino con determinación feroz e implacable. Sin embargo, cuando Alonso duda sobre la autenticidad de lo que está narrando, tiende a la dispersión, al alargamiento, a la derivación inconsecuente, que suelen casar mal con su estilo, donde los personajes se definen únicamente a través de sus actos.

Eureka necesita tres partes y dos horas y veinte para no encontrar casi nunca una mirada precisa y un tono justo que acompañen el devenir de los indios americanos a través de la historia. Lisandro lo intenta casi todo: desde una pseudo parodia de un mal wéstern televisivo en blanco y negro hasta un relato de buscadores de oro en la selva amazónica, pasando por otro sobre la actividad diaria de una policía india y su hija en territorio Reichardt. Hay algunas ideas originales, como ese pájaro mágico que conecta la segunda parte con la tercera o el cierre de la obertura a través del tubo catódico; pero como evidencia el largo, y estéril, plano fijo que le dedica a la muchacha en el segundo segmento, no basta con utilizar bien la forma que en otros casos funcionó (el final de Jeanne Dielman) si esta no aparece dotada de un fuerte sentido dramático y político que haga vibrar la imagen desde su interior.