Pasarela

20 años sin Lola

  • La artista jerezana se apagó una mañana de mayo tras haber vivido la vida a chorros; el cáncer terminó ganándole la partida pero no consiguió borrarla del imaginario popular.

El mes de mayo tiene desde hace 20 años un día pintado en negro. Aquel 16 de mayo Madrid se quedó sin flores para despedirla y España entera lloró su pérdida. Lola Flores no se podía ir de puntillas; no era su estilo. Por eso su despedida se recuerda como una de las más multitudinarias de la historia reciente. Más de 150.000 personas pasaron por el Centro Cultural de la Villa, en la céntrica Plaza de Colón, para dar su último adiós a La Faraona. Se despidió después de plantarle cara durante décadas a su bestia negra, el cáncer, cuya batalla comenzó a lidiar a principios de los 70. Lola no se podía despedir a la francesa porque no era su estilo, por eso pidió que para su funeral le pusieran la mantilla blanca que le regaló su amiga Carmen Sevilla y un rosario de plata entre las manos. Quería irse descalza, aunque eso sí, con las uñas de los pies en un llamativo rojo carmesí. Y sus hijos respetaron su petición, como siempre. Porque si algo hizo Lola, además de vivir la vida apasionadamente y pasear su duende por medio mundo, fue ganarse el respeto y la confianza de todos los que la rodeaban. Su familia era para ella lo más grande y ella para los suyos, el baluarte sobre el que se sustentaban todos sus sueños.

Y, precisamente por eso, ni su marido ni su hijo pudieron aquel día escuchar cómo sonaba La Zarzamora de camino al cementerio de La Almudena. Se sentían vacíos sin la Faraona; la vida, para ambos, había dejado de tener sentido.

Por eso Antonio, su único hijo, su ojo derecho, no pudo soportar su muerte y sólo quince días más tarde hizo llorar lágrimas de sangre a sus dos hermanas y a su padre, el Pescaílla, que ya estaba herido de muerte. La casita que Lola había creado para él en el jardín de 'El Lerele' para tenerlo bajo su manto y protegerlo, como una leona, del mundo de las drogas, amaneció aquel día teñido de luto. Una mezcla de alcohol y barbitúricos fue suficiente para acabar con la vida de Antonio y para ahondar, más si cabe, en el profundo dolor que sentía la familia.

Lolita reconoció hace poco que durante años se había sentido responsable de la muerte de su hermano. Era la hermana mayor, la que tenía que haber heredado el empuje de La Faraona para hacerse con las riendas del Clan Flores, pero le fallaron las fuerzas. La pena de no tener consigo a su madre, los trámites de separación de su marido Guillermo Furiase, sus hijos entonces muy pequeños, su nuevo disco... Eran tantos los fuegos que debía apagar que decidió dejarse llevar por la situación y no atender a ninguno. Aquel vacío le hizo caer en una espiral de drogas y alcohol de la que pudo salir gracias a su hija Elena y, sobre todo, a su hermana Rosario, que fue la que la convenció de que aquello que estaba haciendo no tenía ningún sentido.

Como buenas hembras del Clan Flores, Rosario y Lolita decidieron entonces mirar al cielo para tomar fuerzas y para reinventarse en el mundo del arte. Aunque ni la una ni la otra pudieron llegar tan lejos como su madre.

La sombra que había dejado la gran Lola era demasiado alargada. Aunque se mostraba orgullosa de haber conseguido el lazo de Isabel la Católica y la Medalla del Trabajo, nunca tuvo que mostrar ninguna de estas enseñas para dejar patente su valía. Lola fue la primera Marca España y seguramente la mejor embajadora que ha tenido nunca este país. Su arte ocupó portadas de medio mundo; fue ídolo de masas en España e Hispanoamérica y arrasó con sus espectáculos en la Gran Manzana. Fue el New York Times quien anunciaba su espectáculo con aquella famosa frase: "Una artista española que ni canta ni baila, pero no se la pierdan".

Y así era ella. Irradiaba arte sólo con su mirada y embelesaba a las masas con un simple movimiento de manos, como si de un hipnotizador se tratara. Paseó la bata de cola como pocas y peleó por el triunfo sin prestar atención a las dificultades que encontraba en el camino. Los sinsabores de su unión escénica y pasional con Manolo Caracol quedaron en un segundo plano con aquel famoso contrato de seis millones de pesetas que le ofreció el empresario Cesáreo González a principios de los 50. No le hizo falta mucho más para tener a los suyos como auténticos reyes. Lola era la que cortaba el bacalao, y no sólo en su casa. Arropaba a sus mayores y hacía de madre de sus hermanos. Y se enorgullecía de ello.

Aunque su vida no fue, ni mucho menos, un camino de rosas. Entre sus sinsabores hay que recordar no sólo su gran batalla contra el cáncer, una enfermedad que la persiguió durante más de 20 años y a la que hizo frente con una asombrosa entereza, sino también sus años de lucha por sacar de la droga a su hijo Antonio y, por último, su mano a mano con Hacienda para evitar entrar en la cárcel como consecuencia de haber defraudado al fisco durante tres años consecutivos, una guerra que terminó con una condena de 16 meses de prisión y una multa de 28 millones de pesetas.

Pero Lola se pasó por la peineta estos sinsabores y supo escribir su vida en mayúsculas después de habérsela vivido a chorros, como a ella le gustaba presumir. Rezumaba arte por sus cuatro costados y, además de dominar los escenarios, dejó claro que se atrevía con otros palos como la interpretación, la pintura o el periodismo.

Consiguió forjar una gran familia no sólo entre los suyos sino también entre bambalinas y, en más de una ocasión, vio como el mundo del arte se postraba a sus pies. Quizá el homenaje más recordado fue el que le organizó Julio Iglesias en Miami a principios de los 90, en el que participaron no sólo todos los miembros del Clan Flores sino también los mejores artistas del panorama español. Unos años antes, José María Íñigo había hecho algo parecido en TVE.

Ahora, cuando se van a cumplir 20 años de su muerte, el imaginario popular sigue recordándola en presente y valorándola como a una de las más emblemáticas artistas españolas. "Seré eterna", le gustaba presumir a La Faraona. Y no se equivocó.

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