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El Salado: algo más que un arroyo (II)

  • Al encuentro de la historia junto al Arroyo Salado de Caulina

Como recordarán los lectores, el pasado domingo realizamos un recorrido por los paisajes del arroyo Salado de Caulina, recordando como este modesto curso fluvial es uno de los más citados en las fuentes documentales al estar vinculado con no pocos episodios de nuestro pasado. Conocido también con los nombres de Badalejo, Salado de Cuenca, Albadalejo… es mencionado en la historiografía tradicional jerezana, figurando en los planos y mapas de los últimos tres siglos (1).

Antes, mucho antes de que los primeros hombres poblaran este rincón de la campiña, la gran planicie que hoy constituyen los Llanos de Caulina fueron un territorio de unión entre los valles de los ríos Guadalete y Guadalquivir. Diferentes autores han destacado la importancia desde el punto de vista paleogeográfico de estos amplios espacios que hoy surca el arroyo Salado, identificándolos como "el antiguo paso de un que desembocaba en el estuario actual del Guadalete, al comienzo del Cuaternario" (2). Y es que, hace unos 2,5 millones de años, a lo largo del Plio-Pleistoceno, esta gran depresión aluvial constituyó un canal secundario del Guadalquivir "que, desde el caño de Casablanca, se dirigía por el valle del actual arroyo del Salado a la zona de La Cartuja, donde posiblemente se le unía al río Guadalete como un afluente" (3).

El origen de estos llanos es fundamentalmente tectónico como delata la trayectoria que sigue el Salado entre el cerro del Trobal y las antiguas canteras de Majarazotán (4). Debido a estos últimos movimientos tectónicos que durante el Pleistoceno se producen en las cordilleras béticas occidentales, se originaron pliegues y fallas (Falla del Bajo Guadalquivir) que levantaron ligeramente el terreno al norte de los Llanos de Caulina, creando así la actual divisoria de las cuencas del Guadalquivir y Guadalete y cortando definitivamente la antigua conexión existente a través de los Llanos hace unos 2 millones de años (5).

Sea como fuere, en los albores de la aparición de los primeros hombres en estos parajes, los Llanos de Caulina eran una amplia depresión conectada con el amplio estuario del Guadalete que en tiempos históricos se iniciaba en las proximidades de la Cartuja y penetraba hacia el interior a través de los la vaguada de La Catalana. Este territorio debió tener el aspecto de un gran estero y de un extenso aguazal recorrido por multitud de canales que, por sus dificultades de drenaje, se anegaba fácilmente con las lluvias invernales inundado buena parte de estos parajes que hoy drena el Salado. No es de extrañar por ello que, debido a esta facilidad de comunicación que posibilitaban los esteros y a los recursos que de ellos podían obtenerse, se hayan encontrado en los bordes de estos llanos y a orillas del Salado de Caulina, yacimientos de gran interés que testimonian la presencia de las distintas culturas desde hace milenios.

Entre los enclaves más relevantes destaca sin duda El Trobal, un poblado de la Edad del Cobre, ubicado en un cerro entre los arroyos del Rano y de La Basurta, tributarios del Salado, en el borde oriental de los Llanos de Caulina "que debía constituir en esta época una zona lacustre" (6). Entre 1985-1988, en los terrenos de una cantera, se pusieron al descubierto más de un centenar de estructuras correspondientes en su mayoría a silos de unos 3000 a.C. Al mismo periodo corresponde un enterramiento colectivo en una pequeña cueva artificial, datado a finales del tercer milenio y comienzos del segundo a.C., que fue excavado en 1988 en Torremelgarejo, en las proximidades del castillo, en un lugar desde el que se domina todo el contorno. Entre los ajuares que acompañaban a los restos óseos allí depositados destacan vasos cerámicos y puntas de flecha, así como una alabarda de sílex, pieza esta última de gran factura. Ambos enclaves son una clara muestra de las sociedades tribales neolíticas asentadas en los alrededores de los Llanos de Caulina (7).

Próximo al circuito de Velocidad, situado junto al arroyo del Gato y controlando estratégicamente la llanura diluvial, se encuentra el Cerro Naranja. Se trata de una pequeña elevación de 57 m, donde se excavó en 1984 una villa de campo turdetana ocupada desde finales del siglo IV a los comienzos del III a.C., cuando se abandona. La presencia romana en esta zona está también confirmada por varios yacimientos entre los que destacan los restos de una villa del siglo I y II d.C. hallada con motivo de las obras de la autovía de Arcos en 2005, junto a Torremelgarejo, o los alfares situados en el reborde oriental de los Llanos de Caulina. Entre ellos destacan el de El Boticario (junto a Cerro Naranja y el circuito) y el de Las Aguilillas, junto a Estella del Marqués, también del siglo I. d.C, vinculados ambos al arroyo Salado de Caulina y a los cercanos afloramientos de arcillas triásicas (8). En el cortijo de Jara, en la cabecera del valle del Salado, se encontró hacia 1960 una escultura femenina que debió formar parte de una villa cercana. Conocida como "Dama de Jara", puede admirarse en la planta baja del Museo Arqueológico (9). Otros enclaves romanos en estos parajes, relacionados con posibles villas y alfares son los situados en las proximidades de La Catalana, en las cercanías de La Vaquera o el ubicado junto a La Cartuja en la confluencia del Salado y el Guadalete.

Ya en los siglos medievales, el valle del Salado servirá de vía de comunicación natural entre las campiñas gaditanas y las sevillanas, entre el Guadalete y Gibalbín. De origen andalusí, el topónimo de Albadalejo (también en sus formas de Badalejo o Baladejo) con el que se conocerá el arroyo y una parte de los Llanos de Caulina situados frente a Estella del Marqués, apuntan también a la presencia árabe en estos parajes. Junto al Salado discurría la antigua Cañada de Albadalejo o Albaladejo nombre que, como apunta Laureano Aguilar, "procede del árabe al-Balat= el camino, cañada que, en parte, discurre también sobre el trazado de la vía romana" (10).

La Torre de Melgarejo, fortificación levantada probablemente en el siglo XIV, sirvió también para controlar el territorio de los Llanos de Caulina y los caminos que los cruzaban cuando estas tierras lo fueron de frontera. Como dato curioso, durante el siglo XIV, el valle del Salado fue la ruta elegida por los ejércitos de Alfonso XI, con el rey a la cabeza, cuando desde Sevilla se desplazaba hacia el Campo de Gibraltar en las diferentes campañas militares que el monarca castellano llevó a cabo en el Estrecho (11). En esta misma época, la historiografía local, sitúa a orillas del Salado, en los Cerros del Real (Lomopardo), la gesta heroica de Diego Fernández de Herrera cuando en 1339 dio muerte al emir Abu Malik, hijo del sultán de los benimerines Abu l-Hasan, quien al frente de un fuerte contingente militar, llevó a cabo incursiones por los campos de Medina, Jerez y Arcos. Malherido después de su hazaña, el jerezano cruzó el Salado por el "vado del Testudo" y a través del camino de Albadalejo, consiguió llegar a la ciudad donde murió poco después (12). En 1370, en el paraje donde se unen el Salado y el Guadalete, tuvo también lugar la conocida como Batalla del Sotillo, que inmortalizaría Zurbarán en un famoso cuadro (13).

Más cerca ya de nuestro tiempo, y como prueba de que el arroyo Salado fue siempre un curso permanente de agua, en su cauce se construyeron diversos ingenios hidráulicos como el Molino de La Cartuja o del Salado o la Molineta de la Catalana, topónimo este último que aún da nombre a un antiguo camino que, desde Lomopardo, conduce hasta Estella del Marqués (14).

En el Jerez medieval, junto a los puentes y alcantarillas del Guadajabaque y el Mata Rocines, tuvieron también un papel destacado en los caminos en el entorno de la ciudad, los que se labraron para salvar las crecidas aguas del Salado o Albadalejo. De uno de estos puentes da cuenta el profesor Juan Abellán en un interesante estudio sobre las estructuras viales del Jerez del siglo XV en el que informa de la construcción de un puente de madera para cruzar el arroyo Salado en dirección hacia Arcos "por el camino que va a las caleras" (15). Las caleras estaban ubicadas en el entorno de Las Aguilillas y Los Garciagos, llegándose a ellas por una vía que, seguía en parte el trazado el antiguo camino de Albadalejo. La obra se llevó a cabo en un lugar que en la actualidad se corresponde, aproximadamente, con el paraje donde se sitúa el puente de la carretera de Cortes que cruza este arroyo a la altura de la Venta Las Cuevas en Estella del Marqués.

Dos siglos más tarde, encontramos nuevos puentes en el Salado. Refiriéndose a él con uno de sus nombres antiguos, Badalejo o Badalae, el historiador Bartolomé Gutiérrez (1756) señala que: "Tiene este referido Badalae dos puentes, una dilatada por el passo del Hato de la Carne; y otra en la atraviesa desde Cartuxa al Puente Grande, que es indispensable camino de toda la costa desde Puerto Real y Cádiz hasta Alcalá, Ximena y toda la Serranía y costas del mediterráneo, por ser este tránsito el alambique por donde deben pasar quantos fueren y vinieren de una y otra marina Atlántica y Mediterránea" (16). El primero de los puentes mencionados permitía el paso del Salado en el Hato de la Carne, paraje situado en los Llanos de Caulina, en las proximidades del actual cruce de las autovías de Arcos y Sevilla. Por este paraje salvaban el río los caminos que se dirigían a la Torre de Melgarejo, Arcos y Bornos, casi por el mismo lugar en el que hoy se cruza este arroyo. El segundo de los citados, quizás el más conocido después del de Cartuja ("el Puente Grande"), era la llamada "alcantarilla del Salado", que estuvo situada en un punto muy próximo al lugar por el que en la actualidad cruza este arroyo el puente por el que se accede a Viveros Olmedo que estuvo en uso hasta finales de los 60 del siglo pasado. Desde este mismo puente, aguas abajo, se aprecian aún los estribos de dos de las antiguas alcantarillas, una de los cuales estuvo en servicio hasta comienzos del siglo XX. Esta alcantarilla del Salado, que aparece también reflejada en antiguos mapas y planos (17), era para la ciudad de Jerez de una gran importancia estratégica, por ser el paso obligado para acceder también al puente de Cartuja y a los caminos que se dirigían a Medina, Vejer, La Puente y Cádiz. No es de extrañar por ello que a lo largo de los últimos seis siglos existan abundantes referencias documentales acerca de las numerosas reparaciones de las que fue objeto. El profesor Abellán, en el estudio anteriormente mencionado, informa que ya en la sesión concejil del 10 de junio de 1457, se dan instrucciones para que el regidor Íñigo López, junto al jurado Alfonso de Trujillo, acompañen a los "alcaldes de los alarifes de esta ciudad que vean la dicha alcantarilla e vean lo que es menester para reparar bien la dicha alcantarilla e lo traygan por escripto para que ellos lo vean" (18). La ruina del puente debió de continuar al menos un año más, a juzgar por las noticias que de él nos da el historiador Bartolomé Gutiérrez quien informa al respecto que "en 14 de septiembre se trató de componer la Alcantarilla del Salado que va a Medina y destinaron para ello por Diputados a Pedro de Sepúlveda y a Alfonso de Trujillo, que fue el que dio el aviso para que con los Alarifes entendiesen en su fábrica. Era obrero de los muros de Xerez Fernan Ruiz Cabeza de Vaca 24 de Sevilla y Regidor de Xerez su Patria" (19). Tras numerosas vicisitudes, en las que se narra como el puente estuvo en ruina durante unos años en los que los vecinos arrancaban sus piedras para "enriar lino", parece que, como indica Abellán, la obra se había reparado ya en 1466.

En los siglos posteriores se siguieron realizando numerosas obras de mantenimiento y reformas. De algunas de ellas nos da cuenta el historiador Joaquín Portillo en su obra "Noches Jerezanas", donde se apunta que "… el año 1706, siendo corregidor don Andrés Santo de Rosas, y diputado del pósito don Diego Suárez de Toledo y Torres, […] se reedificó la alcantarilla del Salado… y últimamente, por acuerdo del constitucional Ayuntamiento de 1837, siendo alcalde 1º don Juan Esteban Apalategui, se renovaron las alcantarillas del antedicho Salado y se consumó su arrecife. Empezó la obra el 17 de agosto, y se concluyó el 9 de noviembre, gastándose en tan preciosa y útil alcantarilla que tiene 80 pasos de largo, 83.193 ½ reales, siendo director el arquitecto don Manuel Zayas, y diputados don Juan Antonio Zalazar y don Sebastián Benítez…" (20). En esta última referencia parece apuntarse la existencia de dos puentecillos, los mismos de los que aún se conservan los arranques en el cauce del Salado, junto a Viveros Olmedo. Los estribos de la más cercana sirvieron de apoyo, hasta el año pasado, a la tubería que transportaba el agua hasta el Polígono Industrial de El Portal y que cruzaba también adosada al Puente de Cartuja.

En el Museo Arqueológico de Jerez se conserva una lápida que recuerda las obras de mejora llevadas a cabo en el puente de Cartuja y la reedificación de la alcantarilla del Salado en 1706 a la que aludía Joaquín Portillo. La transcripción de la misma es la siguiente:

"REINANDO EN ESPAÑA LA MAG(ESTAD) DE D(ON) FHELIPE 5 POR AC(UER)DO DE LA M(VY) N(OBLE) I M(VY) L(EAL) CIV(DAD) DE XEREZ DE LA FRA S(IEN)DO SV COREXIDOR EL SR D(O)N ANDRES ANTO(N) DE ROZAS MARQ(VE)S DE AÑAVETE COM(ENDAD)OR DE TOROBA DEL ORDEN DE CALATRABA CAVA(LLERI)ZO DE S(V) MAG(ESTAD) SVPERINT(ENDEN)TE E REN(TA)S R(EALE)S DE ESTA z(IVDAD) I PARTIDO CAV(ALLER)O 24 DIP(VTA)DO DE POSITO EL SR D(ON) DIEGO SVAREZ DE TOLEDO I TOR(R)ES SE REDIFICARON ALMAZ(ENES) AZUDAS CANNALES MPLINO PVENTE I LA DE LA ALCANTARIL(LA) DEL SALADO AÑO DE 1706".

Aunque con el transcurso del tiempo los viejos puentes y alcantarillas del Salado se fueron renovando, conservamos algunas imágenes que nos evocan sus últimos restos, como las realizados en las primeras décadas del siglo XX por el fotógrafo jerezano E. Butler, verdaderamente idílicas. Ojalá que los planes de restauración de riberas y de trazado de un paseo fluvial previstos en estos parajes, sirvan para recuperar el entorno de aquellas alcantarillas del Salado, junto a La Cartuja, que tantos servicios prestaron a los jerezanos.

José y Agustín García Lázaro

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