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Tierra de nadie

Vivero de cretinos, irremediablemente mediocres

Escuchaba las noticias hace unos días, cuando el presentador del informativo dijo algo que me dejó entre la sorpresa y la incredulidad. Al parecer un mequetrefe malcriado y gilipollas había denunciado a su madre por haberle quitado el móvil y haberlo mandado a su habitación a estudiar ¡Qué! ¿Cómo lo ven? Yo, desde luego, yo lo tengo claro.

Los remilgos absurdos de los responsables educativos, los exagerados miramientos por "no lesionar la supuesta autoestima" del alumno, la ridícula prevención por aislar a los chavales de cualquier situación real que signifique un problema, esa estúpida obsesión por rodearlos permanentemente de algodones, de sonrisas que no vienen a cuento, la patética testarudez de los ¿educadores? por evitar a los inmaduros colegiales un merecido "¡no!", un ¡hasta aquí hemos llegado!, una reprimenda ajustada, o un castigo útil, ¡coño!, ¡que no pasa nada!, y, sobre todo, el mostrenco y sostenido empeño en menoscabar la imprescindible autoridad del profesor hasta prácticamente anularla, éstas son las circunstancias que han convertido a la mayoría de los colegios en un vivero de inútiles desvergonzados, en un semillero de alevines de futuros insolentes malcriados y egoístas, en un criadero de "chuletas" incapaces y violentos. Serán ellos los adultos del mañana y pasado mañana, los ejecutivos, dirigentes y mandamases… ¡que Dios nos pille confesados, a ser posible, con el Jubileo ganado!

Educar no significa complacer ni consentir ni mucho menos mimar, malcriar o halagar por que sí y por que no también; educar implica =de modo i-ne-lu-di-ble= desarrollar las facultades psíquicas, físicas, morales y sensoriales del alumno; supone enseñar al que tiene que aprender, dirigirlo, encaminarlo, aleccionarlo en los buenos modales, la urbanidad y el respeto, ¡esto también es educación! Y para enseñar hay, primero, que tener muy claro que materias y en qué principios se va a intentar instruir al que comienza; después, para poder llevarlo a cabo, hay que mandar, y para poder mandar hay que tener autoridad. Imposible, de todo punto, que la cosa funcione si no se cumplen estas premisas, tan básicas como imprescindibles. Y, es obvio, incuestionable, triste y evidente, que no se cumplen ni por asomo.

Todo está patas arriba, del puro revés: profesores, y padres, sin autoridad, alumnos que se imponen a quienes deberían obedecer, ausencia de criterios pedagógicos fundados, carencia de sostenibilidad en el sistema, desinterés en arreglar lo que no funciona, falsedad continuada en la comunicación de los desastrosos resultados generales, negación de una autocrítica sincera y objetiva… un auténtico y descomunal caos el que impera en una educación, que no existe, y en una enseñanza que hace cualquier cosa menos enseñar a un chaval a que mañana pueda llegar a ser un hombre cabal.

No hay que cambiar lo que funciona, adaptarlo, sí, cambiarlo, no. Había muchas cosas buenas, saludables y positivas en la enseñanza que hemos recibido todos los que tenemos más de 50 años. La educación que, en general, nos dieron nuestros padres, fue mejor que muy buena: efectiva, válida, y eficiente. Estricta, sí, ¡debe de serlo!, con autoridad, claro, ¡tiene que haberla!, exigente, por supuesto, ¿cómo si no?, con algún que otro guantazo, ¡bien "dao"!, con algunos azotes en el culo, ¡merecidos!, algún tirón de orejas, sí, y tres gritos y cuatro voces también ¿y qué…? Nadie se frustra por eso, nadie se acompleja por eso, la "autoestima" de nadie se menoscaba por eso, nadie se "tuerce" ni se estropea por eso... Lo que si se consigue con eso -con autoridad, disciplina, seriedad y exigencia- es que las personas se formen, de verdad, para lo que luego van a encontrar: ¡la vida!; que los críos entiendan que sin trabajo, esfuerzo y sacrificio, no se consigue nada, nunca; que las niñas se preparen para ser mujeres, de una vez, y los niños, hombres, por derecho; que aprendas, te guste o no, a ser como hay que ser: a tener y mostrar respeto, honestidad y educación, sinceridad, cultura, humildad y dignidad; que sepas que la experiencia es un grado, que más sabe el diablo por viejo que por diablo, y que los mayores son sagrados; que te enteres que de bien nacido es ser agradecido, que a quien buen árbol se arrima buena sombra le cobija, y que no hay capricho que un buen bofetón no quite, y oye: ¡no pasa "ná"!

No sé si ya será demasiado tarde para sacar algún provecho del niñato imbécil que denunció a su madre por quitarle el móvil y mandarlo a estudiar, pero si hubiese alguna posibilidad de salvarlo de la vida cretina y mediocre que sin duda le espera, la encontraría en cualquier colegio o instituto de los años 60, 70, u 80. No hay que ir más lejos.

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