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Jerez

¿Un mundo feliz?

Hace algún tiempo conocí a un joven de unos 37 años, alegre y vital, que tenía la habilidad de disfrutar de todo lo que encontraba en su camino. Todo el que lo conocía podía describirlo como una persona feliz y sin problemas, todo se lo tomaba a bien, tenía un don para reconvertir los problemas en soluciones. Si un día tocaba ir de compras, se apuntaba sin problemas. Si se trataba de ir a la playa, igual. O, si había que quedarse en casa, en casa se quedaba sin el menor problema. Siempre con una sonrisa.

Así había vivido todo este tiempo, presumía de tener estrategias para afrontar cualquier adversidad, al fin y al cabo, sólo se vive una vez y no merece la pena sentirse mal por nada.

Sin embargo, había algunas personas a lo que esto no les parecía bien, se preocupaban de que todo en él fuera felicidad. ¿Dónde estaban las preocupaciones, los miedos y los enfados de su hijo? Los padres de este joven, tenían que llamarlo para despertarlo cada día para que buscara trabajo y no pasara toda la mañana durmiendo. Querían que pudiera trabajar para que formara su propio hogar, su propia familia, que fuera independiente y autónomo para que estuviera preparado el día en el que ellos ya no pudieran estar con él. Sabían que su objetivo fundamental, como padres, era ese, enseñar a su hijo a ser fuerte y a valerse por sí mismo.

Desgraciadamente, habían empezado a darse cuenta de esto, cuando el joven decidió dejar sus estudios. Levantarse temprano le parecía un esfuerzo inútil que no llegaba a comprender y tener que hacer tareas escolares por las tardes era aún más incomprensible para él. Podía vivir mucho mejor y más cómodo si se levantaba tarde y sus padres le daban algún dinero todos los fines de semana para estar con sus amigos y amigas. ¿Dónde estaba el miedo de este joven al enfado de sus padres?, ¿dónde estaba el miedo de este joven a no tener dinero algún día?, ¿y la tristeza por perder todos los privilegios y momentos positivos a los que renunciaba?

A medida que el chico fue cumpliendo años, se hacía cada vez más patente su falta de madurez, pero sólo en el sentido de la responsabilidad y de la obligación. Porque conociendo a este joven, cualquiera diría que él sería capaz de conseguir lo que se propusiera, su problema estaba en que ni siquiera se lo planteaba. Una vida sana y feliz, sin emociones negativas, que recuerda al clásico de Huxley "Un mundo feliz".

Seguro que todos conocemos a más de un chico como éste, al que de vez en cuando nos gustaría ver sufrir y preocuparse para que así crezca y se supere. Las posibles causas de estas dificultades para experimentar las emociones negativas son muchas, desde un trastorno físico que haya afectado el desarrollo madurativo de una zona del cerebro llamada prefrontal derecha que parece tener una importante implicación en la generación de las emociones negativas hasta unas pautas educativas inadecuadas que se caracterice por la creencia de que hay que evitar todo sufrimiento a los menores para que sean felices, que se llama sobreprotección. En el caso del retraso del desarrollo, éste puede venir condicionado por unas malas condiciones durante el embarazo (consumo de drogas o mala alimentación, por ejemplo) o por la falta de la estimulación adecuada durante el crecimiento. Otra causa frecuente de lesiones en esta zona del cerebro son los traumatismos provocados por accidentes de tráfico, que igualmente generan este tipo de comportamientos donde las preocupaciones y las emociones negativas se distinguen por su ausencia.

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