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Tierra de nadie

Lo subjetivo

Pensadores, científicos y filósofos nos lo han dicho: "Todo es relativo", "todo, depende del color del cristal con el que se mira". Es nuestra actitud la que determina el efecto que las circunstancias que nos condicionan, van a tener sobre nuestro ánimo, sobre nuestras vidas.

El sol sale por el horizonte todos los días, sin embargo cada uno de nosotros siente su calor o percibe su luz de modo bien diferente. Nosotros mismos lo apreciamos de un modo o de otro muy distinto de acuerdo con el estado en que nuestro espíritu se encuentre.

Ocurre que, como la pescadilla que se muerde la cola, si nos sentimos alegres, interpretamos el entorno en positivo; si, por el contrario, estamos tristes o deprimidos, todo se nos vuelva gris. Y puede suceder que nuestro talante, que se ve influenciado por lo que nos rodea, también determine el modo, jovial o melancólico, con el que éste se nos muestre: ¿qué fue antes, el huevo o la gallina?

Dejarse llevar por los problemas que nos agobian implica ahogarnos más y más en esas mismas complicaciones, hasta que llega un momento en que la situación nos supera y tiramos la toalla. Enfrentar las dificultades con optimismo, valorando todo lo bueno que, a pesar de las mismas, nos está sucediendo, puede ayudarnos a solucionar lo que creemos sin solución y, en cualquier caso, seguro que nos anima a soportar la pelea contra el destino de manera mucho menos nociva para nuestro bienestar mental.

"Dios aprieta, pero no ahoga", dice el refranero, la cuestión, muchas veces, es por cuánto tiempo va a estar apretando. No sabemos hasta dónde seremos capaces de seguir avanzando antes de ver la lucecita al final del túnel. Caminamos con la esperanza y, al mismo tiempo, la duda, de ver si al doblar la siguiente esquina aparece ese pequeño resplandor que nos confirme el próximo fin de los desvelos que nos agobian… ¡bien, si es así!, si está allí, pero si no, la energía que necesitaremos para recuperar la entereza perdida por los reveses acumulados, cada vez será mayor, a la par que nuestro ánimo estará, por momentos, peor.

¿Es o no es nuestra actitud la que determina si el final de la oscuridad estará o no cercano? En ocasiones puede que sí, en otras puede que no. Lo que no es discutible es que, tanto en un caso como en el otro, el espíritu con el que afrontemos la vuelta a cada una de esas esquinas que nos vamos a encontrar a lo largo, o larguísimo, del camino y lo que hallemos tras ellas, será trascendental para ser capaces de alcanzar la fortaleza que nos permita llegar hasta el final, que haberlo, aunque muchas veces cueste creerlo, "haylo".

"…El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil", lo dijo Alguien que sabía muy bien de lo que hablaba. Es muy difícil poner buena cara al mal tiempo, lo sabemos, pero lo que es cierto es que aunque le pongamos mala cara, el tiempo no va a mejorar por eso y, además, la mala cara nos pondrá el cuerpo malo y, esto, hará mal al espíritu, a ese que sí es fuerte -"está dispuesto…"-, lo suficiente como para mantenernos en pie hasta que el tiempo cambie, porque, antes o después, tiene que acabar por cambiar.

Tenemos, pues, que tratar de "hacer de nuestra capa un sayo", hay que intentar subjetivizar, lo que de primeras se nos muestra como algo objetivo e incuestionable, al menos cuando el no hacerlo supondría un mal mayor, y peor. Es muy complicado, también lo sabemos, pero disponemos de una herramienta que puede llegar a ser mágica, y no porque haga magia, sino porque nos acerca a la posibilidad de contextualizar la inquietud, atemperar la angustia y relativizar la ansiedad -que no es 'moco de pavo'-, transformando un entorno hostil en, al menos, soportable, y ese instrumento no es otro que la fuerza objetiva de nuestra mente espiritual y subjetiva.

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