Andalucía Big Band y Salvador Sobral | crítica

Salvador Sobral, el delicado irreverente

Salvador Sobral, arropado por la Andalucía Big Band

Salvador Sobral, arropado por la Andalucía Big Band / Gracia Gata

Anoche tuvo lugar la esperada aparición anual de la Andalucía Big Band que, por tercera vez, en los meses de febrero viene a nuestros teatros acompañada de un artista al que dan realce con los magníficos arreglos de las canciones que interpreta. En los dos años anteriores las citas tuvieron lugar en el teatro Lope de Vega, junto a Rosario La Tremendita y Rita Payés; al estar este teatro cerrado por reformas, ayer tuvo lugar el concierto en el amplio Cartuja Center CITE, prácticamente lleno de un público entusiasta, y la estrella -perfectamente aplicado el término- que brilló junto a ellos fue Salvador Sobral. Casi idéntico al del año pasado, el formato de la Big Band fue de cinco saxofonistas, cuatro trompetas, cuatro trombones y una sección rítmica de contrabajo, batería, percusiones, guitarra y piano, entretejiendo los hilos el director Miguel Ángel López.

El cantante portugués fue quien eligió las canciones a interpretar, todas ellas del repertorio de Ignacio Jacinto Villa Fernández, el pianista, compositor y cantante cubano que todos conocemos mucho mejor como Bola de Nieve. Una docena de canciones, de las que Sobral dijo que conjugan perfectamente la irreverencia y la delicadeza, la mayoría de ellas de compositores diferentes e incluso recordadas mejor en otra voz que no era la del cubano, como Aquellos ojos verdes que popularizó Nat King Cole, aunque también hubo alguna propia de Bola de Nieve, como Ay amor, una canción de las primeras que cantaba Sobral mucho antes de ser reconocido internacionalmente y los sevillanos teníamos la fortuna de poder verlo y escucharlo frecuentemente en espacios pequeños como el Naima o la cafetería del CAAC. Durante la hora y media que duró el concierto menudearon los boleros, líricos, íntimos y lentos, que contrastaron marcadamente con las canciones en las que se enfatizaba el ritmo afrocubano, de un tempo más rápido.

Todo se inició con No puedo ser feliz -si las almas hablaran, las nuestras se dirían cosas de enamorados- dejándonos ya desde el principio el corazón en carne viva para entender, sentir y valorar todo lo que vendría después. Los arreglos de esta canción eran de Javier Ortí, el primer saxo tenor de la Big Band, y como todos los demás arreglos, que les daban a las canciones un brillo especial y un sabor a jazz de alta escuela, se estrenaban en este concierto. La mitad de ellos eran del pianista Javier Galiana, pero también colaboraron con arreglos personales Alejandra Artiel y Nacho Loring, ambos trompetistas presentes ayer en la banda; Leandro Perpiñán, uno de los saxos habituales, al que anoche sustituía el marchenero Bernardo Parrilla, y Miguel Ángel López, el director, muy acertado al decirnos que deberíamos hacer mucho más estas canciones en español en clave de jazz porque, además de ser fantásticas, son nuestros verdaderos estándares y tendrían que ser lo habitual de nuestros repertorios.

Salvador Sobral respaldado por Javier Delgado y Nacho Megina Salvador Sobral respaldado por Javier  Delgado y Nacho Megina

Salvador Sobral respaldado por Javier Delgado y Nacho Megina / Mario García

Ortí fue también quien abrió paso, mano a mano con el percusionista Malick Mbengue, a Babalú, una canción sobre Babalú Ayé, adorado como el orisha residente en el cementerio, responsable de la selección de los muertos, a quien Sobral le pedía una pelirroja que no tenga otro negro y que no se muera, cambiando un poco la letra de Bola de nieve, que pedía una negra bembona. Entre los floridos aires africanos muy propios del Caribe destacó el contrabajo de Javier Delgado, que repetiría protagonismo más tarde al ser sus notas graves el único acompañamiento de Sobral. Todos los miembros de la Big Band tuvieron sus momentos de lucimiento; contra el remolino de la sección rítmica y el lienzo cambiante de color de los diferentes arreglos, varios solistas dejaron impresiones duraderas, brillando la guitarra de Álvaro Vieito, la batería de Nacho Megina, las trompetas, fulgurantes en Amor internacional, la canción que siguió. Y sobre todo, destacaron la voz y la actitud de Salvador Sobral.

Hablaba y cantaba Sobral con una cualidad suave y clara que a menudo le daba a su voz un atractivo calmante y pacífico. Proyectaba constantemente una sonrisa amable que iluminaba todo el recinto, conectando con la audiencia y creando una sensación de complicidad íntima. A ello ayudaban las canciones elegidas, referidas a la condición humana, al amor íntimo, la fidelidad, la sinceridad, el dolor, el altruismo. La magia de su voz reconciliaba sentimientos, modulaba sin problemas desde la asertividad hasta la súplica, desde la declamación hasta el susurro. Sobral podía evocar simultáneamente una sensación de distancia y calidez; podía parecer juguetón a la vez que profundo, tierno a la vez que fresco, en un contraste que dio a su actuación una energía intensamente humana y afectiva.

El concierto siguió con Vete de mí, una de las canciones más representativas de la música cubana, a pesar de ser un bolero que nació en Argentina y que lo hicieron unos compositores de tangos. Loring le dio un pulso jazzy inmenso con este arreglo, muy diferente a la manera de empezar después Ay, venga, paloma, venga, caótica, con los metales chirriando, hasta que se acompasaron y dieron paso al piano de Galiana, suave, arropado por los platos que golpeaba Megina casi con dulzura. La letra de la canción era la del poema Balada, de Nicolás Guillén, y la banda la enlazó con Alma mía, para que Sobral nos susurrase al oído de cada uno -a veces me pregunto qué pasaría, si yo encontrara un alma como la mía- un bolero en todo su esplendor.

Salvador Sobral y Miguel Ángel López, director de la Big Band Salvador Sobral y Miguel Ángel López, director de la Big Band

Salvador Sobral y Miguel Ángel López, director de la Big Band / Gracia Gata

Para interpretar Si me pudieras querer Sobral invitó al escenario a Lola Santiago con la que formó una pareja encantadora. La canción tuvo un preámbulo de Galiana, que comenzó como broma con las notas de una marcha nupcial, en respuesta a Lola, que dijo que ella y Sobral parecían los muñecos de una tarta de boda, para convertirse enseguida en la introducción de esta pieza, que la pareja de cantantes llevó a la excelencia. Después de Aquellos ojos verdes, Sobral, con la única compañía del piano, recitó el inmenso Retrato de Antonio Machado -mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla-, para enlazar el poema a Pobrecitos mis recuerdos, todavía con Galiana al piano solamente.

La recta final fue más exuberante. Se inició con el pregón de Botellero, para seguir, tras un amago de despedida y vuelta al escenario, con Ay amor, que se fundió con Drume negrita y terminó, tras la presentación de todos los músicos, con una festiva conga -la conga que canto yo es la conga de Salvador- que el público acompañó en la medida de sus posibilidades mientras algunos de los músicos y el propio Sobral se paseaban por los pasillos del recinto. La Andalucía Big Band es un recipiente de grandiosas posibilidades y estoy seguro de que esta tradición, aunque corta todavía, encontrará otra vez gran resonancia en febrero de 2025 con el artista que tenga la fortuna de contar con estos maestros como mentores e instrumentistas.

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