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Cultura

Cuerpos de Cristal

  • A punto de cumplir un año, el Museo de Vinos y Toros de Cádiz, reúne en sus vitrinas lo más granado de los caldos de la provincia y curiosidades de la fiesta

Cádiz es tierra de vinos. Y también de toros, pues por sus tierras pastan algunas de las ganaderías más renombradas que después se lidian en las plazas españolas. Vinos y toros, este binomio gaditano en ocasiones inseparable, comparten protagonismo en un joven museo -en marzo cumplirá su primer año- que abre cada día sus puertas en la capital gaditana para mostrar la riqueza vitivinícola de una provincia con insuperables caldos y numerosas curiosidades y detalles, polémica aparte, de la fiesta taurina. Pero en el museo hay sobre todo botellas, cuerpos de cristal de tamaños y volúmenes diversos y que aún, en la mayoría de las ocasiones, albergan en su interior el aroma y la sabiduría de su esmerada elaboración.

Es, de hecho, lo primero que se encuentra el visitante que franquea la puerta del museo, situado en el número 17 de la calle Feduchy de Cádiz: una larga hilera de vitrinas que cobija cientos de botellas. ¿O miles? María José Durán, responsable del pequeño museo, aclara la primera duda: "Estoy inventariando todo el contenido de los expositores, ahora estoy con los botellines, llevo más de 900 y aún me faltan muchos. Además, quedan las botellas grandes".

Otra duda, el origen del material expositivo: casi todos los contenidos de este museo proceden del coleccionismo, salvo algunas donaciones, las menos, realizadas por bodegas de la zona. El propietario del museo ha ido adquiriendo el material a coleccionistas privados, hasta disponer del suficiente contenido para mostrar con garantías la exposición. Tres son fundamentalmente los coleccionistas de los que se nutre el fondo museístico: Ramón Bayo, Emilio Rosales y José Mariano Gómez. A ellos precisamente está dedicado el museo.

En las vitrinas están prácticamente todos los vinos que en algún momento de la historia han salido de los viñedos gaditanos, con especial protagonismo, como no podía ser de otra forma, para los caldos jerezanos, una denominación de origen de renombre internacional que desborda el museo en sus diferentes variedades. Vinos de Jerez y El Puerto -finos, secos, olorosos, brandies e incluso anises o quinas-, pero también vinos de Sanlúcar, Chipiona o Chiclana. Y de la misma capital, de dos de las bodegas que antaño existieron: Miguel Gómez y Lacave.

Los botellines alcanzan el millar. Son las coquetas miniaturas que las bodegas sacan a imagen y semejanza de sus hermanos mayores, y que generalmente han servido para degustación, promoción o regalo a los visitantes de las bodegas. No falta, no puede faltar, la flamenca botella de Tío Pepe con su vestido rojo plastificado y su guitarra bajo el brazo.

Pero hay más: el brandy Conde de Osborne en una botella diseñada por Dalí; el vino de Pucherete; botellas firmadas por Carlos Cano, Felipe González o Carmen Romero; otras que se han servido en bodas reales; alguna de la que bebió el Papa Juan Pablo II; vinos dedicados a Franco; colecciones que conmemoran alguna efeméride, como el centenario de las bodegas Sánchez-Romate, o un curioso vino, llamado de Jesucristo, un quinado de las jerezanas bodegas de Gil galán, con una etiqueta que no tiene desperdicio: "El mejor aperitivo y el más potente restaurador del mundo, recomendado por eminencias médicas de todos los países".

En las etiquetas, de hecho, se localiza buena parte de la historia de las bodegas de la provincia de Cádiz. En las etiquetas y en las explicaciones de María José Durán, pues todas las visitas que se hacen al museo, salvo que se exprese lo contrario, son guiadas. Entre 30 y 40 minutos que sirven para conocer a fondo el contenido del museo, tanto de la zona de vinos como de la de toros. Los vinos se completan con carteles publicitarios, instrumentos de laboratorio de las bodegas Osborne, sellos, una curiosísima colección de sacacorchos, tapones, revistas, postales, facturas y otros documentos propios de una bodega.

La mayor parte del museo está dedicado a los vinos, de manera que el apartado taurino se muestra independiente, en una sala contigua que permite además al visitante, a veces contrario a la fiesta, entrar o no a contemplar la colección de carteles taurinos, fotografías o libros que, fundamentalmente, integran esta zona museística, donde incluso hay un capote que se puede coger y con el que se comprueba que su peso, nada ligero, requiere del torero, además de maestría, una correcta preparación física.

En el museo se muestran carteles de las antiguas plazas de toros de Cádiz, e incluso cuatro fotografías de ellas, dos del coso que se construyó en el Campo del Sur y otras dos del que ocupaba los terrenos donde hoy se encuentra la plaza Asdrúbal. Hay también carteles y fotografías de otras plazas, incluso de Cuba, y de toreros de renombre, así como una colección de dibujos del torero estadounidense John Futton Short, que fue apoderado de El Niño del Sol Naciente y que pintaba con sangre de toro.

El museo, que el 10 de marzo cumplirá su primer año de vida, abre de lunes a viernes, de 10 a 14 horas y de 16 a 20 horas, y los fines de semana, aunque con cita previa, de 10 a 14 horas. El precio de la entrada, cinco euros, incluye si así se desea una degustación de dos tipos de vinos de Jerez. Si no, se puede visitar por tres euros.

María José Durán explica que este primer año les ha servido de rodaje. Han echado a andar con calma, como se van asentando los buenos vinos, y han comprobado que los turistas extranjeros son de momento quienes más se interesan por el contenido de un museo que quiere seguir creciendo, un museo menos frágil de lo que aparentan los miles de cuerpos de cristal que visten caldos centenarios y que se han hecho famosos, también, por su buen cuerpo.

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