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Cultura

Rey Morao

  • La capital del Reino tributa homenaje póstumo a Manuel Moreno Junquera, monarca de la bulería al que la gran familia del flamenco dedica todas las pinceladas del lienzo de una noche inolvidable en Madrid

De Madrid al Cielo… pasando por Jerez. La distancia no será nunca lo que nos separe, será si no volvemos. Y Manuel Moreno Junquera regresa cada día aunque ya no esté presente físicamente entre nosotros. De una forma o de otra, su espíritu, su legado, su leyenda, su aura, su buen rollo, sigue perviviendo entre los que recuerdan y ensalzan la alargada sombra que proyectó como artista y como persona después de vivir una carrera artística truncada con su fallecimiento prematuro en el pasado mes de agosto a los 55 años. "Ya no está y nos sigue haciendo disfrutar", como decía su gran amigo Agustín, regente del bar Arco de Santiago, de camino al homenaje póstumo que la capital del Reino ha rendido en los dos últimos días al monarca de la bulería. Un excepcional evento que ha tenido lugar entre la noche del pasado miércoles y la de ayer en el Arteria Coliseum de la Gran Vía.

Desde su silla celeste en el tablao eterno del cielo, Moraíto chico, Moraíto grande, el Rey Morao, fijo que disfrutó a rabiar con lo que ha pasado en su honor por las tablas de este antiguo cine reconvertido en teatro musical de Madrid durante más de seis horas de espectáculo repartidas en dos sesiones. Ni que decir tiene que, tal y como sucedió hace un mes en Jerez, la respuesta del mundo del flamenco y de los aficionados ha vuelto a ser masiva, desbordante para la organización. Unas 3.000 entradas vendidas -con reventa incluso en el hall del teatro- y ni se sabe cuántos artistas participantes en un doble concierto-homenaje que será retransmitido el próximo día de Año Nuevo por TVE. Diego y Manuel, sus dos hijos, enmudecieron sobre el escenario de tantas gracias que querían dar a los presentes.

Ni siquiera el 'runrun' entre el público por la baja de última hora de Paco de Lucía, que alegó enfermedad para ausentarse del homenaje a uno de sus artistas más admirados, provocó que el sentido tributo se viese mermado o desmerecido en su primera entrega. Al contrario, la abnegación, el respeto y el cariño con el que un enorme ramillete de primeras figuras del flamenco actual encaró la gala bien merecería, de entrada, un hondo aplauso de agradecimiento del público, la crítica y la familia, a la que como es sabido irá destinada la recaudación por taquilla de estas tres noches mágicas e inolvidables (una en Jerez, dos en Madrid) que ya quedan perennes en la memoria histórica e inmortal del arte jondo y en la retina de quienes han podido disfrutarlas.

En una cita en la que casi todo error se perdonaba, ya fuera técnico u organizativo, las letras compuestas ex profeso para glorificar a Morao y honrar su memoria se entremezclaron con otras dos constantes de la velada: la bulería, el compás festero que celebra el triunfo de la vida, y Jerez, la tierra que vio nacer, vivir y morir al genial tocaor de Santiago. Fue Miguel Poveda el responsable de abrir la primera noche del homenaje rajándose en canal por seguiriyas: "Desde que tú te fuiste, como hemos llorao…"; Diego Carrasco se lamentó con unos versos propios que emocionantes decían "en mi corazón te llevo grabao; qué solito me has dejao, Morao"; y Fernando de la Morena, también por seguiriyas, se dolió casi a lágrima viva acordándose de "mi hermano, mi amigo y mi confidente" con una letanía que caló los huesos e hizo estremecerse al mismísimo Prendimiento: "Qué prontito te has ido, qué pena más grande…".

Fueron pinceladas de arte, de inspiración, plasmadas en el brillante lienzo de un recital coral y mayúsculo en el que de nuevo, como ocurriera en el jerezano palacio de deportes, un pletórico Juan Moneo El Torta levantó de un calambrazo al público con su bulería libre y salvaje donde también tuvo cabida su particular tributo a Morao. Enduendado estuvo el de la Plazuela en la recta final, cuando en el fin de fiesta 'made in' Jerez comandado por el siempre elegante y punzante Jesús Méndez (lástima que no actuara solo) se marcó una pataíta bajo el Torrontrón de Tomasito y cantó para que cerrase la intensa y emotiva gala El Bo.

Siempre con Moraíto en el pensamiento, con continuos gestos de los participantes hacia la imagen del tocaor que colgaba del telón de fondo, el espectáculo aglutinó una amalgama de sensaciones y sonoridades bien diferenciadas en la cascada de actuaciones que se sucedieron durante más de tres horas de un 'show' conducido con más o menos gracia (mejor ni recordar una broma poco afortunada al principio de la noche) por el dúo Gomaespuma.

Si Marina Heredia, con un sensacional Bolita a la sonanta, echó el resto hasta casi desgañitarse por tangos de Granada y bulerías de Jerez dedicadas al "rey" de esta variante, se produjo un interesante duelo de amantes del cuplé por bulerías o la copla aflamencada entre Poveda y Vicente Soto, que estuvieron escoltados por las exigentes guitarras de Manuel Parrilla y Pepe del Morao, respectivamente. El badalonés, con derroche y carisma, se volcó con las letras de Gallardo Molina dedicadas a La Paquera y a Lola, unos apuntes de A ciegas y un remate con Qué borrachera; el jerezano y madrileño de adopción, sobrio y rotundo tras comparecer con unos martinetes fragüeros, puso toda su flamenquería al servicio de una degustación de cante por fiesta y su ya habitual tanda de cuplés en la que rescató fragmentos de La bien pagá y La tarara.

Otro interesante bloque del homenaje, que fue acelerándose hasta acabar exclusivamente en una pincelada por artista invitado, fue el que se vivió con la aparición en escena de los rockeros canasteros. Guiados por el Tate, ofrecieron una suerte de jam session en la que lucieron los climas que propusieron la flauta de Jorge Pardo, el bajo de Tino di Geraldo y la guitarra de Raimundo Amador a partir de variaciones del tema José Monge Cruz del propio Carrasco. Y es que ni Camarón quiso perderse tamaña reunión de amigos. Antes de la soleá que Arcángel y Parrilla dedicaron a Moraíto, y también a Morente en el aniversario de su muerte, Camarón sobrevoló encarnado en la voz del barcelonés Duquende y de ahí, el de la Isla saltó hacia la garganta de El Cigala, impulsor del evento y que también ofreció un ramalazo por bulerías acompañado por Diego del Morao. El hijo mayor trufó algunas de la ya míticas falsetas de su padre con un maduro sello personal que hacen a sus seis cuerdas imprescindibles en el flamenco contemporáneo. La de El Cigala fue la cara más madrileña del homenaje de la capital al guitarrista, "al artista de artistas, al único capaz de reunir a todos a la primera", como llegó a presumir sin miedo a equivocarse el cantaor. También en este pasaje de la noche tuvieron tiempo de salir a escena Enrique El Negri y Antonio Carmona, quien con Tan lejos rememoró la mejor época de Ketama. Dos guiños de dos estandartes de ese nuevo flamenco que quiso acordarse y rendir culto a una mente tan abierta y desprejuiciada como fue la de Moraíto, siempre atento a los nuevos rumbos, ya fuesen acertados o no, de ese arte inabarcable al que se daba por entero. Y como la fiesta flamenca es infinita, habría una segunda cita más en el Coliseum. Fue anoche mismo. Otra noche que igualmente sería para recordar y en la que otro cónclave de cabales volvió a coronar a Moraíto como Rey perpetuo de la bulería. Otro encuentro en el que el disfrute y la alegría fueron bálsamo para combatir la pena y antídoto contra el olvido. Y quedó patente, otra vez, que no hay distancia ni ausencia que no salve el recuerdo y la generosidad de quienes seguimos vivos: Siente tú mis fatigas/siente tú mis penas/que yo también sentiré las tuyas/cuando las tenga. Y el bueno de Manué lo tenía claro.

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