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XII FESTIVAL DE JEREZ

La belleza de las pequeñas cosas

  • La sala Compañía acogió la representación de Deóperaflamenco, una estimulante obra a cargo de la coreógrafa madrileña Lola Greco

La expresión máxima de la belleza puede germinar a partir de las cosas más pequeñas, de los detalles más insignificantes: los pies descalzos de una mujer, una silla, un abanico, una mantilla, unas castañuelas, una falda vaporosa... La belleza, empleando la máxima borgiana, es ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica. Y retórica vacía hubo poca en Deóperaflamenco, el estimulante espectáculo, con ciertas reservas, que la bailarina y coreógrafa madrileña Lola Greco, todo un nombre de peso en el universo de la danza contemporánea, estrenó en la tarde de ayer en el XII Festival de Jerez.

La heterogénea gama de registros de Greco se movió entre la estampa diechiochesca del número goyesco, basado en la composición de Enrique Granados y en el que empleó palillos, y el paso a dos, con un imponente Francisco Velasco vestido de esmoquin, al son de Hable con ella. La partitura para la película del mismo nombre que elaboraron Alberto Iglesias -esta misma noche nominado por segunda vez al Oscar- y Vicente Amigo. Score, además, en el que también se oyó el desgarro de El Pele mientras la pareja de bailarines desplegó un pas de deux de los que marcan época: preñado de erotismo y sensualidad en adagios y variaciones, y en una coda trágica de la que salió airoso el bailarín y en la que Greco, plástica hasta el paroxismo, quedó desolada en medio de la escena. Exquisitez estética, técnica y una coreografía capaz de expresar un mundo de infinitas sensaciones partiendo de los planteamientos formales más básicos hasta alcanzar las poses y movimientos más complejos y rebuscados.

Pero el montaje dio más de sí, por suerte para un público entusiasta y ávido de engullir la selecta oferta que propone un año más el certamen. De nuevo Lola, delicada y grácil, apareció en el escenario. Con un tutú de su madre, Lola de Ronda, bailó clásico y español en La Traviata de Verdi, que interpretó, mediante una grabación de los años 40, su tía Norina Greco en el Metropolitan neoyorquino.

Abrazada a una silla, como si ésta fuera el Alfredo al que ama Violeta en la obra del compositor parmesano, la bailarina consiguió escorzos imposibles, capaces de reflejar estados de ánimo entre melancólicos y angustiados. Unos instantes de color que retrotrajeron a Las zapatillas rojas de Powell y Pressburger. Todo belleza, todo armonía y expresivo lenguaje corporal que logró absorber al espectador en un pasaje cadencioso. De nuevo, menos es más. De nuevo triunfó lo minimal frente a los delirios faraónicos de tanta propuesta prescindible y olvidable.

El piano de Cristina Alba-Padial surgió por momentos como gran aliado de las transiciones del espectáculo, con notas de Debussy y con excelsa elegancia, pero el espacio escénico y lo que en él se movió no consiguieron esa agilidad necesaria para obtener la atención plena, el abrazo fundido que consagra la comunicación entre emisor y receptor. Fue el gran 'pero' de la propuesta. La falta de ritmo propia del estreno y cierta incoherencia en su desarrollo narrativo, pues que un montaje carezca de hilo argumental no es óbice para que aquél no encierre cohesión en su planteamiento.

Es plausible esa idea de Lola Greco de volcar su multidisciplinariedad y la de los suyos sobre las tablas, pero, a decir verdad, ante tamaño caudal exhibido en la parte lírica de la producción, el apartado flamenco quedó algo diluido, hasta el punto de que en muchos casos fue absolutamente innecesario y artificial -cf.: las canciones por bulerías y las propias bulerías sin bailarines sobre el escenario-. Eso, a pesar de que Carmela Greco bailó con temperamento y efusividad en el taranto, y con mucha gracia y desparpajo, abanico en mano, en los compases de la guajira. Su presencia y dotes como bailaora son innegables, aunque probablemente por factores ajenos a ella sus mudanzas no terminaron de atrapar.

E irrumpió la farruca, paso a tres mediante, que devolvió parte de la redondez perdida en los momentos anteriores. Y puso de nuevo en órbita al espectador ante un trío de intérpretes absolutamente convincentes y entregados. Elegancia, carisma y versatilidad para un niño, como lo consideró Lola Greco en la rueda de prensa previa al espectáculo, que "tiene que crecer". Por el momento, es un bebé más que encantador.

FICHA

Baile: Lola Greco, Carmela Greco y Francisco Velasco. Cante: Tony Maya. Guitarra: Antonio Gabarri. Piano: Cristina Alba-Padial. Coreografía: Lola Greco y Ricardo Cue. Música original: Antonio Gabarri. Letras: Tony Maya. Diseño de sonido: Raúl Guerra. Diseño de iluminación: Juanjo Beloqui. Día: 23 de febrero. Lugar: Sala Compañía. Aforo: Lleno.

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