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Cultura

El arte a caballo entra en la Academia de San Dionisio

  • El rejoneador Álvaro Domecq Romero es desde ayer miembro correspondiente de esta institución, donde hizo un recorrido por toda su trayectoria profesional

Si la Real Academia de San Dionisio es de Ciencias, Artes y Letras, no podía dejar de pertenecer a esta institución una persona que ha hecho arte con el caballo, el rejoneador Álvaro Domecq Romero. Por este motivo y aunque él asegurara modestamente no merecerlo, ayer se hizo justicia y Álvaro Domecq es ya académico correspondiente. Su presentación, en un acto donde estuvo arropado por una gran cantidad de familiares y amigos, corrió a cargo del presidente honorario de la Academia, Francisco Fernández García-Figueras, quien realizó un perfil humano del caballero resaltando fundamentalmente tres facetas: la de rejoneador y jinete (fundador de la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre, ganador del premio Caballo de Oro y responsable del espectáculo 'A campo abierto', que ofrece en su finca de Los Alburejos), la de ganadero de reses bravas y la de bodeguero.

Por su parte, en su intervención, titulada 'El arte a caballo' Álvaro Domecq, ahondó fundamentalmente en el vínculo que le ha unido desde su niñez a este animal. Asimismo, manifestó su orgullo por pertenecer "a una entidad con tanta solera y que tiene académicos numerarios tan importantes como Manuel Fraga, que era compañero mío de gimnasio, cuando nos trasladábamos de un sitio a otro en Madrid, en un pequeño 4-4, el cardenal Carlos Amigo Vallejo o nuestro anterior obispo, Juan del Río, que dijo cosas tan bonitas en el funeral de mi padre".

Y sin más, se montó "en mi caballo del recuerdo, en Jerez, la ciudad con más arte de España, donde yo nací, en la calle Tornería, en la casa de mi abuelo Juan Pedro. Recuerdo desde pequeño a mi otro abuelo, el padre de mi madre, que me llevaba siempre al campo. Debajo de su casa, en la calle Sevilla, tenía unas cuadras para los caballos que llevaban su enganche y yo jugaba en aquellas cocheras de la calle Sevilla".

También explicó cómo en El Paquete, una finca a las afueras de Jerez, su padre tenía en sus cuadras tres caballos para rejonear y rememoró cómo "mi padre los montaba en el picadero, y yo con mis caballos de palo y cabeza de cartón lo imitaba en su doma. Los recuerdo salir camino de la estación para ir a torear corrida tras corrida, como aquel letrero que había encima de la cuadra que decía: Y el caballo es mi afición".

Tuvo ocasión en otro momento para acordarse de los años en que jugaba en el Ayuntamiento, cuando su padre era alcalde. "Cuando terminaba mis clases en el instituto -contó- me llevaban allí para ir de vuelta al Paquete. Fue una época estupenda para mi padre, que le puso un gran cariño a todo lo que hizo en el Ayuntamiento. Contaba que Franco le dijo: "Me han dicho que no quiere usted ser alcalde". "Mi general, le contestó, es que no hay un duro ni para pagar al personal" y Franco le contesto: "Pues búsquelo".

Esto le sirvió para enlazar con sus vivencias en el bar Volapié, "que era el lugar donde iba mi padre cuando invitaba a algún político. Ya yo tenía la afición al toro y me iba a aprender el descabello al matadero, donde aparecían los matarifes, la mayoría gitanos. Sonaba la guitarra, sonaban las bulerías y cantaban todos con qué alegría, con qué clase, con qué arte".

En definitiva, señaló que "yo heredé una afición grande de mi padre. Él me enseño la equitación; él me enseñó la afición al campo; él me enseño la afición a la plaza, a la alta escuela, y a beber una copa de jerez, para brindar con todos ustedes. Y me dejó en las paredes de la cuadra una frase que dice: "Y el caballo es mi afición".

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