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Tribuna libre

La orilla de Ángel García López

CON ‘Desde la orilla’ (Ayuntamiento de Cáceres, 2013), Ángel García López (Rota, 1935) ganó la XXV Edición del Premio de Poesía Cáceres, Patrimonio de la Humanidad, que viene a sumarse así a la larga lista de galardones obtenidos –entre estos, el Premio Nacional de Literatura o el Nacional de la Crítica— por quien está considerado una de las referencias ineludibles de la lírica en lengua española de los últimos cincuenta años. De un magisterio formal impecable, a partir de los ritmos tradicionales construye su propia melodía para dar cauce a la hondura de pensamiento y desbordarlo de rebosante humanidad. Un creador que no ha partido desde cero, precisamente, sino desde un aplicado conocimiento de la literatura en su historia. De ahí la variedad de registros, capaz de afrontar la selva del culteranismo o la sencillez de la copla popular. 

Los libros, los textos, los poemas llegan en un determinado momento de la edad. No sólo el poeta a su punto de sazón, sino también el lector. Versos que nos iluminan y su lucidez brilla como el vientre de las granadas, abiertas especialmente para nosotros: tal es el vínculo sagrado entre la literatura y las almas. ‘Desde la orilla’ es un libro con la perspectiva de lo vivido, jalonado de recuerdos y reflexiones, donde son frecuentes las referencias a los amigos: Manuel Ríos Ruiz, Antonio Hernández, Juan José Vélez, José Antonio Sáez, Juan José Téllez, etc. Y a los ausentes: Miguel Fernández, José Hierro, Rafael Soto Vergés, Gerardo Diego… 

La orilla de Ángel García López es la orilla de la vida, la misma de aquellos ríos de Jorge Manrique. El poeta roteño, como Machado ligero de equipaje, está presto, “remando ya en el río/ la vida que hoy me mata y acabó de matar”. Junto con la amistad, no faltan referencias a las voces más queridas, como ese contundente poema cuyo título es un verso de San Juan de la Cruz y que termina remachando: “Juan de Yepes, a quien yo sigo./ Y reverencio. Y amo”. Nuestros clásicos más universales empapan la voz de García López, que los actualiza y reivindica. Pero también hay poemas descriptivos, que rescatan un paisaje o un momento, en la Bahía de Cádiz o en la plaza del Mentidero, o en esa ‘Casa en el mar’ que dedica a Joaquín Márquez. 

El lenguaje brilla dúctil y maleable en la voz de este autor, que encuentra en el soneto una forma redonda para habitarla de verdad poética. Particularmente, el penúltimo texto del libro, ‘Poética (Homenaje a Luis Cernuda)’, que dirige a su paisano Felipe Benítez Reyes, “uno de los mejores árboles del bosque”, alcanza un grado de sublime excepcionalidad. De perfección clásica, se trata de un soneto bellísimo, donde el fondo y la forma van a la par, al vincular indisolublemente poesía y vida. Un soneto canónico, cuyo comienzo induce sugestivo a perpetrar su lectura: “Hasta el fin de mi vida no he sabido/ distinguir quién el lobo, cuál la hiena”. Un universo de fieras transcurre por los dos cuartetos para herir la palabra del poeta con “la envidia y el odio y el olvido”. Los dos tercetos conducen a un final demoledor: “Y es justo ahora, la cabeza cana,/ cansado y viejo, enfermo de desgana,/ cuando, a golpes, sé el mundo que habité./ Cuando sin fuerzas de vivir la vida,/ al borde de entregarla concluida,/ nada importa lo mucho que ahora sé”.

Ángel García López comenzó su carrera literaria con Emilia es la canción (Arcos de la Frontera, 1963), un poemario consagrado al amor de su vida, esposa y madre de sus hijos. Hace varios meses que Emilia ya no está. Aunque Desde la orilla tiene sabor de despida y cierta nostalgia amarga y epilogal, es de desear que la memoria de la amada florezca nuevos versos para cerrar el círculo de una obra que nos negamos a considerar culminada.

Mauricio Gil Cano es escritor

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