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X congreso de la fundación caballero bonald Las sílabas del futuro

El pesimismo y el fin de las utopías abren un congreso sobre el futuro

  • Demoledora y magistral conferencia inaugural del filósofo catalán Juan Ramón Capella: "El calamitoso presente es el futuro" · Caballero Bonald y Pilar Sánchez ofrecen el semblante optimista en el protocolo: "Es la hora de los jóvenes"

El X Congreso de la Fundación Caballero Bonald nació ayer con una andanada de razonado pesimismo. El filósofo barcelonés Juan Ramón Capella había sido el seleccionado para la lección inaugural de tres días dedicados a mirar el futuro de las letras. A él no le tocaba hablar del futuro en particular, sino del futuro en general. Y el resumen podría ser un qué quieren que les diga, que esto no pinta muy bien.

Previamente, Caballero Bonald y la alcaldesa Pilar Sánchez, acompañados de patrocinadores y colaboradores, habían bordado el protocolo de la inauguración. Bonald habló del contenido y de los objetivos de esta nueva edición. En diez años de congresos los adolescentes de entonces se han convertido en novelistas y poetas de ahora. Conozcámoslos. Sánchez hizo una semblanza de la Fundación como institución y de Bonald como hombre que la mima y la sigue de cerca. "Esta Fundación es uno de los grandes dinamizadores de la cultura en nuestra ciudad", elogió, después de confesarse seguidora anual de este encuentro literario por "lectora de buena literatura" y por sano afán de aprender.

Diez años de congresos. Miremos hacia atrás para enlazar con la conferencia de Capella. Hace diez años no podíamos figurarnos ni un 11-S, ni un 11-M, no sabíamos quién era George Bush hijo, pero tampoco podíamos figurarnos una crisis alimentaria, rápidamente olvidada porque le sucedió una crisis financiera y la primera es una crisis de pobres y la segunda es una crisis de ricos. Si nos atenemos al arranque de Capella en su conferencia, por el cual el tiempo es una rueda, la respuesta a qué nos depara el futuro la encontramos mirando el lugar donde la rueda dio la última vuelta.

Mirar a un nuevo siglo cuando se sale con sangre del siglo de las carnicerías no invita a la pirotecnia.El catedrático Capella, cuyo último libro lleva por nombre Entrada a la barbarie, viene de la izquierda y, por tanto, de la utopía. Comunistas y socialistas son expertos en crear futuros que no se cumplen. Habló, por tanto, de ese invento renacentista de pensar en un mundo mejor dentro de nuestro mundo, y no en otros mundos. Recordó que la utopíadel siglo XIX se asentaba en el progreso y el progreso, de un modo u otro, en la tecnología. "El progreso tecnológico conllevaría un progreso moral, nacería un hombre nuevo ajeno a los arribismos competitivos, al egoísmo y la codicia". Tenía sentido. Si todos somos felices, qué necesidad hay de ir dando puñaladas. Marx y sus contemporáneos del otro ala coincidían en ello. Antes de que Stalin empezara a liquidar a los hombres nuevos y, de paso, la utopía de Marx y todo lo que se le pusiera por delante, la tencnología demostró lo que era capaz de hacer por un puñado de colonias en la I Guerra Mundial, matando a millones de personas corrientes. Y tres décadas después los aliados lanzaban bombas de fósforo sobre ciudades como Dresde y asfixiaban a miles de alemanes corrientes, sólo por poner un ejemplo que se podría extender a la tecnología aplicada a los campos de concentración nazis o a Hiroshima.

Será por eso que las utopías se transformaron en distopías. Aldous Huxley ("casi nadie lee ya a Huxley, casi nadie lee Contrapunto", se lamentó Capella) nos mostró el más infeliz de los mundos en su mundo feliz, Orwell nos enseñó la instrumentalización de la tecnología como tiranía en 1984, en Farenheit 451 el mundo perfecto se defendía de su principal enemigo, los libros, quemándolos. Bertand Russell fue optimista durante 70 años, creyendo en el progreso incesante del hombre hacia la bondad. A los 70 años se sentó en la calle con miles de manifestantes a protestar contra el uso de la energía nuclear para fines bélicos. Rousseau, siglos atrás, era más escéptico. No creía en el progreso. Posiblemente tampoco en el hombre. ¿Y qué será el futuro? Capella se encoge de hombros. "Sigamos a Walter Benjamin. El tiempo es ahora y el futuro es ahora. Miremos el futuro como si no fuera más que este indefinido presente de sucesos calamitosos. Quizá entonces saquemos una delgadísima fuerza mesiánica para cambiar algo de los tiempos que nos siguen". Lo reconoció. "A simple vista, puede que no parezca muy optimista". Así es.

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