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Francisco Bejarano

Choque de civilizaciones

OCCIDENTE, hasta en los momento de mayor unión entre el trono y el altar, ha vivido desde sus orígenes en una sociedad donde los poderes civil y religioso estuvieron siempre separados. Muchos conflictos hubo por esta causa en el pasado cuando el poder civil quería imponerse al religioso o al revés. Al final triunfó la idea más antigua: continuar separados. Esto no quiere decir que los europeos no fueran religiosos. Lo eran, y mucho. Aún lo son. Todo: las costumbres, las fiestas, las artes, la literatura, el derecho, el pensamiento, la arquitectura, las comidas, los valores morales y cívicos, la forma de pensar y de vivir no han dejado de ser nunca los de la herencia grecorromana cristianizada. Llegar hasta hoy ha costado guerras, revoluciones, totalitarismos, caídas de imperios, nacimientos de Estados modernos, conquista de libertades, derechos y deberes con un ordenamiento jurídico en el que los preceptos religiosos no intervienen.

A pesar de que estamos consiguiendo una sociedad mucho más hipócrita que la del peor franquismo, no hemos dejado de ser libres de pensamiento y de palabra para afirmar que en el mundo no hay más que una civilización: la europea, civilizadora del mundo. Hay culturas más o menos respetables en otros lugares, incluso culturas minúsculas muy contentas de su atraso. Allá ellas. Nosotros no podemos volver atrás. Tampoco se llegó en tiempos de Franco a los grados de cobardía que alcanzamos tras los atentados de los trenes de Madrid: para asombro del mundo, un sector ingenuamente pacifista, en lugar de unirse a su gobierno porque los muertos eran de todos y la agresión iba dirigida a la nación entera, lo dejan abandonado y lo culpan del atentado, un episodio para añadir a la crónica de las villanías en la Historia de España. Los terroristas son pobres, oprimidos e inocentes.

La idea de la Alianza de Civilizaciones es un recurso del temor, muy parecido a la salida en procesión de una imagen para impetrar la lluvia, parar un terremoto o excomulgar a una plaga de langosta. ¿Qué alianza podemos hacer con países donde el poder religioso y el civil son el mismo? Cuando no es así, viven en unas dictaduras corruptas con reflejos democráticos. Después de abolir la pena de muerte y de promulgar la igualdad legal del hombre y la mujer, ¿qué alianza es posible con naciones que ahorcan en públicos a los homosexuales, lapidan a las adúlteras, le cortan una mano a los ladrones y hay una policía de la decencia para apalear en la calle a las mujeres que no vistan como fantasmas? La fe puede hacernos creer en milagros pero la política no puede contar con ellos. Lo que se espera es un choque de civilizaciones. Negarlo es de avestruz. Cuanto más se retrase el enfrentamiento, cuantas más alianzas fantasmagóricas se inventen, más violento y cruel será.

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