Nuestro patrimonio artístico se ha ido conformando gracias a los aportes de artistas y obras venidos desde diversos puntos de la geografía nacional e, incluso, internacional. Resulta corriente y tópica la vinculación de Jerez con lo sevillano pero cuanto más se investiga, más se evidencia una realidad menos simple, justificable por la localización de la ciudad dentro de circuitos mercantiles relacionados con la fecundidad de su campo y la elaboración de su vino. Y donde hay comercio, también existe intercambio estético. En este contexto permeable hay que entender la llegada, hacia 1578, de un escultor holandés, Hernando Lamberto.

De Lamberto contábamos con un estudio publicado por Jácome González y Antón Portillo que logró establecer las líneas básicas de su biografía y demostrar la gran fecundidad y proyección de su taller. Sin embargo, la calidad muy discreta de las escasas piezas que nos han llegado no ha favorecido el interés por parte de la historiografía. Es por ello que buscando profundizar en su vida y en su producción surgió el artículo que acabo de publicar junto a Antonio Romero Dorado en la revista Accadere de la Universidad de La Laguna.

En dicho texto se han logrado identificar trabajos documentados, como el crucificado que remata el retablo mayor de San Francisco, el San José del convento de Madre de Dios o el conjunto escultórico en piedra para la sacristía de la Oliva de Lebrija; se han localizado nuevos testimonios de su labor profesional y se han formulado un buen número de atribuciones, a partir del mejor conocimiento de su estilo. Por otro lado, ahora conocemos más pormenores sobre su vida, como su muerte en 1617 o su integración en la colonia neerlandesa local, formada sobre todo por mercaderes. El propio Lamberto se dedicó de forma paralela al comercio con los Países Bajos, de manera que él mismo participó activamente en esa necesaria simbiosis, entre desarrollo económico y actividad artística.