El cuerpo triunfante del Resucitado, ingrávido, surge tras una mandorla de luz describiendo una silueta sinuosa gracias al rítmico revoleteo de la capa que lo cubre. Delante, marcando el primer plano, tres soldados nos mostrarían tres fases de reacción ante este hecho prodigioso: el primero, de espaldas, quizás despierta de su sueño; el segundo mira a Cristo estupefacto y comienza a levantarse; y el tercero, armado ya, huye, suponemos que aterrado. Lo inestable de las posturas de los distintos personajes, la potencia anatómica de los soldados, los colores metálicos y tornasolados de las telas, todo nos habla de una pintura inmersa dentro del Manierismo. En efecto, esta tabla, ubicada en el ático del actual retablo mayor de la parroquia de San Marcos, debe fecharse a mediados del siglo XVI, cuando comienza a crearse el mayor y mejor conjunto pictórico que conservamos en Jerez. Un total de diecinueve obras con escenas de la vida de Cristo y la Virgen, junto a santos aislados, la mayoría de estos últimos reaprovechados tal vez de la viga que se ubicaba en el propio presbiterio.

Estas pinturas, merecedoras de un estudio profundo y una adecuada restauración, se vinculan a talleres sevillanos, habiéndose propuesto de manera reciente, para las de mayor tamaño, una autoría compartida entre Cristóbal de Cárdenas y Andrés Ramírez. En todo caso, la historia de este retablo entraña una gran complejidad, estando documentada la participación de otros artistas, sin olvidar que la estructura que hoy vemos se levantó entre 1699 y 1701 por José Rey. Los cuadros preexistentes se adaptaron entonces de forma a veces forzada, quedando algunas de sus partes originales ocultas. Es lo que ocurre con “La Resurrección”, donde los romanos parecen salirse de su estrecho marco, escondiendo extremidades y hasta cabezas tras la madera dorada.

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