Miradas limpias
Piensa en mí
Los amigos de Cedown me han ofrecido este espacio y me han dado libertad para llenarlo. Así que quiero aprovechar la oportunidad para recordar a mi hermano Arcadio, a quien la vida negó ciertas capacidades y que desgraciadamente hace ya unos años que no está con nosotros. Y con él, recordar también a mi padre, otro Arcadio, que hace ya más de cincuenta años supo ver que ser diferente no implica necesariamente tener que vivir oculto ni dejar de exponerte a diario a todo aquello que la vida te vaya ofreciendo o exigiendo, sea bueno o malo. Mi padre sabía que las singularidades son el rasgo más definitorio de los seres humanos y entendió que la especial condición con la que mi hermano debía vivir la vida requería construir puentes y no muros. Suya fue la decisión de que mi hermano viviera sus limitaciones en sociedad; a la vista de todos y no escondido en la aparente seguridad del hogar. Algo que yo -hermano de casi la misma edad- vivía con total naturalidad, porque la decisión fue tomada antes de que yo tuviera uso de razón.
Fue sin duda una decisión arriesgada, porque el mundo no era hace cincuenta años como es hoy y mi hermano Arcadio quedó expuesto a más de una situación desagradable: la crueldad de los niños, la incomprensión de algún adulto… Situaciones que a todos -y a mi padre el primero- nos partían el corazón. Sin embargo, fue precisamente esa decisión de mi padre la que verdaderamente le dio a mi hermano la oportunidad de ser feliz: porque la felicidad no es un estado permanente del espíritu sino, simplemente, la suma de todos esos momentos fugaces en los que te sientes pleno, en armonía contigo y con lo que te rodea. Sé que Arcadio tuvo muchos de esos momentos fuera del ámbito familiar: en el colegio, en el curso de sus distintas ocupaciones laborales y también en los ratitos de escaqueo de las mismas. Y siempre en compañía: a Arcadio, como a cualquier persona buena, le gustaba compartir la felicidad. Creo firmemente que, a pesar de todos los pesares, su vida fue un regalo y mereció la pena ser vivida.
La decisión de mi padre nos dio también a todos la oportunidad de ser mejores personas. Porque Arcadio, sin pretenderlo, nos señalaba con el dedo; su presencia nos interpelaba, nos recordaba que, si bien no podemos evitar un reparto injusto de las capacidades, sí debemos de hacer un buen uso de las que se nos otorgan y volcarnos con aquellos que han resultado más desfavorecidos en esta incomprensible lotería.
Hoy quiero -como casi a diario- recordar a mi hermano y compartir esa memoria. El enorme vacío que él dejó en su familia y en sus muchos amigos ha ido paulatina e inevitablemente llenándose con las preocupaciones cotidianas, laborales o familiares. Pero siempre nos quedará un lugar para los recuerdos gratos, esos que nos llenan de paz y que nos dibujan una sonrisa: sus entradas triunfales en la caseta de La Penúltima, sus cigarritos de gorra con el portero o con el primero que pillara, sus salidas por libre con Clara Eugenia o las tardes de cine con Don Fede… Y por supuesto, su Barça. También ese último viaje con toda la familia, con el que nos obsequió para que celebráramos juntos el éxito de su trasplante de médula.
Hoy quiero recordar la mirada limpia de mi hermano, en la que no cabía ni la hipocresía ni la maldad. Y también el amor y la sabiduría de mi padre, que supo ver que cada persona que nos rodea, y especialmente los menos afortunados, son una oportunidad que nos da la vida para entender que todos somos distintos, para abrazar las diferencias y actuar en consecuencia. En definitiva, para hacernos más humanos.
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