Tímbricas Janega | Crítica

Flamenco en vena

Segundo Falcón, junto al guitarrista Salvador Gutiérrez.

Segundo Falcón, junto al guitarrista Salvador Gutiérrez. / Óscar Romero (Sevilla)

Abriendo  Segundo Falcón con unas saetas cantadas desde el patio de butacas y su tío Paco del Viso 'El Sopi' desde el balcón situado frente al escenario, con un clarinete como acompañamiento musical y a capela se han presentado estos artistas en la Iglesia de San Luis de los Franceses para ofrecer un recital clásico de flamenco en vena.

Primero porque ambos querían reivindicar en este reencuentro la saga familiar de la que parten. Ensalzar el legado que los Janega han ido transmitiendo generación tras generación y mostrar, más desde el cariño que desde la pedagogía, que el cante jondo es un oficio serio que se estudia, se medita, se ejerce y se libera. Y, segundo, porque los dos se sentaron en la silla para extraer de su memoria y de sus vísceras todo aquello que atesoran, que no es poco.

Así, de manera directa y frontal, con absoluta entrega y la valentía de prescindir de micrófonos que pudieran disfrazar las carencias, el uno y el otro dio un paso adelante en esta Bienal para cantar al descubierto.

Por un lado, Segundo Falcón comenzó con un repertorio de flamenco sacro (saeta, cante gregoriano, soleá de Santa Teresa de Jesús y petenera) que ejecutó magistralmente, recordando distintas escuelas y jugando en cada tercio con jugosos melismas. Luego siguió con bamberas, bulerías y unas alegrías que quedaron interrumplidas por espontáneos oles cuando llegaron a Córdoba, donde meció cada nota con gran belleza. Si ya el pasado día 8 pudimos ver a un cantaor generoso y seguro cuando acompañó al baile de Pepa Montes, esta mañana Segundo refrendó sus cualidades vocales y se mostró como un artista largo, avezado, creativo y de profundo conocimiento. Con una voz madura y un cante propio donde está Mairena o Marchena pero también Morente.

Tras él, Paco 'El Sopi' vino a dar cuenta que el flamenco es siempre una pelea, una lucha con uno mismo. Por eso, emocionó al público aunque su voz no le alcanzara hasta donde él quería. De hecho, su impotencia y el sufrimiento de no encontrarse en plenitud de facultades -indignación pura con la que se señalaba la garganta- fueron en este caso un revulsivo para que empezara una maravillosa búsqueda hacia el núcleo del cante. El Sopi, por tanto, emocionó por su elegancia en la soleá, por su eco lúcido y rotundp en la seguirilla y, sobre todo, por la emotividad que imprimió en la ronda final de fandangos, con que acabaron juntos.

Aplausos para el cante de verdad y para la guitarra cabal de Salvador Gutiérrez, que con su precisión y su pulcritud dio una lección de toque de acompañamiento.

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