Jota Linares: "Esta novela es un viaje emocional porque me ha costado mucho perdonar al pueblo"
Literatura
El director de cine algodonaleño debuta en la literatura con ‘El último verano antes de todo’, una novela que nació del diario adolescente de su madre y que supone un reencuentro con sus raíces
El realizador Jota Linares presenta en Cádiz su primera novela
Javier Linares, Jota Linares, (Algodonales, 1982), director de cine con tres películas (Animales sin collar, ¿A quién te llevarías a una isla desierta? y Las niñas de cristal) y una serie (Días mejores) a sus espaldas, y con otra película y otra serie en su horizonte, ha recorrido por voluntad propia el camino más difícil al que todo ser humano se enfrenta, al menos, una vez en la vida. El camino de vuelta. Lo anda desde la ficción, sí, en su primera novela, pero con los zapatos de su adolescencia puestos, volviendo a mirar de frente las piedras en el camino, los lobos, las sombras pero que, quizás, ya no asustan tanto o se erosionaron con el paso del tiempo... El último verano antes de todo, dice el título de esta obra debut que se ha presentado este miércoles en la Fundación Cajasol en Cádiz, o, si acaso, el primero de una nueva vida.
–¿Por qué una novela?
–Como dos semanas después de haber estrenado ¿A quién te llevarías a una isla desierta? (2019), que fue un fenómeno en Netflix, yo estaba como muy sobrepasado, se sentaron conmigo de la editorial Planeta, porque les había gustado mucho la forma en que estaba narrada la película, y me preguntaron si tenía ideas para un libro. Al principio me causó rechazo porque, aunque siempre había fantaseado con escribir un libro, soy un gran lector y, por tanto, me daba mucho pudor escribir una novela, que no es lo mismo que un guion. Pero, finalmente, decidí formarme y acepté.
–Y escribió una historia muy personal
–Es que en ese momento yo acababa de perder a mi madre, se fue muy pronto, con 54 años, por un cáncer de pulmón muy agresivo... Ella se quedó embarazada de mí con 17 años, fue madre soltera, joven, en Algodonales, en los 80... Vamos, no lo tuvo fácil... Y justo en su velatorio mis tíos me regalaron su diario de adolescente, que abarcaba de los 14 a los 17 años, la última página, que está reproducida casi íntegra en la novela, es como una despedida de ella a mi padre, porque ya la había abandonado, y justo le acababan de decir que yo iba a ser un niño, y dejó de escribir... Así que quise hacer esta historia, hacer justicia con mi madre y llenar todas esas páginas en blanco del diario que ella nunca pudo escribir. Tres años y medio después, la he conseguido publicar.
–Si no sabía usted de ese diario, se quedaría de piedra...
–Efectivamente, y todavía más cuando vi que escribía muy bien. Mi familia es muy humilde. Mi madre era limpiadora, mi tía, también, mi abuelo agricultor, mi tío trabajaba en Francia, con las manzanas... Así que ahí descubrí lo bien que escribía mi madre, lo bien que organizaba las ideas, era muy concisa, escribía de puta madre, vamos. Y luego me invadió un sentimiento mucho más feo, el sentimiento de culpa, ¿por qué yo no sabía que escribía tan bien?. Ahora lo hablo mucho con mis amigos, les digo que le pregunten a sus madres qué querían ser ellas, con qué soñaban, qué aspiraciones tenían, porque a veces damos por hecho que el sueño de sus vidas era ser madres y ya está... Fue devastador sentirnos tan culpables, mi hermano y yo, cuántas cosas pudimos preguntarle y no lo hicimos...
–‘El último verano antes de todo’ es un reencuentro con un lugar, su pueblo, y un momento, su adolescencia. ¿No ha sido fácil, no?
–Ha sido un viaje emocional al pueblo, a los orígenes y al perdón, porque a mí me ha costado mucho perdonar al pueblo. A mí me pasó mucho lo que le ocurre a la pandilla de amigos protagonista, que en el verano del 2000 estaba deseando salir para no volver. Ismael hace lo que hice yo cuando me marché a estudiar Periodismo, desmantelar el cuarto entero. Yo no quería volver. Me ha costado mucho perdonar lo que pasó allí en la adolescencia y en la niñez porque cuando creces siendo el diferente, cuando sufres bullying y homofobia, pues lo que en teoría debería ser tu hogar se convierte en un lugar muy inhóspito y hostil. Pero no se puede vivir en el rencor, y parte de la historia de la novela es abrazar los orígenes, perdonar y seguir adelante. Aunque cuando te pasan cosas terribles en un pueblo tan pequeño, pues no es fácil. De todas formas, parte de la motivación de la novela era retratar esa adolescencia y cómo el tiempo, la memoria, va cambiando la percepción de cómo contemplas ese lugar. De cómo el paso del tiempo va haciendo que Laguna, el pueblo de la novela que es una mezcla entre Algodonales y Zahara de la Sierra, se convierta en versiones diferentes para cada uno de los amigos, porque ninguno lo recuerda igual.
–Por lo que cuenta, sus vivencias no sólo están volcadas en Ismael también en otros personajes.
–Sí porque era un mecanismo mucho más interesante para llegar a la verdad de la emoción, que es lo que a mí me interesa. Si contaba las cosas con sus nombres y apellidos iba a tener más vergüenza y más cortapisas, así que pensé que lo más fácil era, además de nombres inventados, dividir a una persona en varios personajes. Obviamente, es muy fácil identificarme a mí como Ismael pero yo también tengo mucho de Raúl, del bullying que sufre, o historias como la de El Zapata, realmente, está basada en la historia de una chavala.
–Ismael se siente frustrado con su carrera en el cine, ¿se sintió usted así al principio, eso es real?
–Casi todo es realidad. Yo no adapté a Shakespeare pero adapté a Ibsen (Animales sin collar). Yo sufrí mucho con mi primera película, de hecho, no sé si hubiera seguido teniendo una carrera si cuando la estrené, y fue un fracaso, no hubiera tenido rodada la segunda, que resultó ser un éxito y, a partir de ahí, salí disparado. A ver, el fracaso de Ismael no es mi fracaso. A mí la crítica me trató bien, pero fue un fracaso de público tremendo, literal, siete días aguantó en cartelera... Me petó mucho la cabeza y más cuando descubrí las envidias, la competitividad, lo que supone estar expuesto, pero yo lo llevé de una manera más estable que Ismael gracias a la terapia y quitándome por supuesto de casi todas las redes sociales... La gente te insultaba o te deseaba la muerte porque no le había gustado la película... A mí eso me cogió de nuevas y yo no entendía nada. Así que sí, tuve una entrada en el cine bastante traumática, como la de Ismael.
–En la novela hay un asesinato, ¿tenía claro que el aire de thriller?
–Pues surgió... Yo soy lector de thriller y esto no es un thriller al uso, pero sí tenía claro que había un muerto en el pantano y que eso cambiaba la vida de los personajes. Quería verlos reaccionando ante un asesinato y ante un montón de secretos que se iban descubriendo conforme se desvelaba la verdad sobre ese asesinato. A mí es que me gusta mucho mezclar géneros porque pienso que la vida misma es una mezcla de géneros. También me acordé en el proceso de escritura que de pequeño mis amigos y yo estábamos completamente obsesionados con una casa cerrada que había en Algodonales y que en tiempos un vecino había matado a otro con un hacha en la cabeza durante la celebración de un Corpus Christi. Esa casa nos daba pavor pero, a la vez, nos pasábamos los veranos enteros fantaseando con qué había pasado ahí, qué lleva a un vecino a matar a otro de una manera tan violenta... Y como en la vida real no estuvimos implicados en la resolución de ese crimen pues pensé, ¿por qué no tenerlo en la novela? También está lo de los suicidios en el Tajo de Ronda, los cadáveres que no han aparecido, así que al final, al haberme criado con esas historias, tu mente, como creador, pues fabula con eso...
-Y en la parte luminosa, esos cielos cruzados por parapentes y ala deltas que usted utiliza como metáforas de la huida, de la libertad...
-A mí me pasaba como a los chavales de la novela, de ir al Cerro Alto, en el libro, en la realidad, el Mogote, a ver cómo volaban e impresionarte mucho. La parte del vómito, ¿no?, que lo conté como una anécdota en la novela y a los lectores les ha gustado mucho. Eso está basado en una amiga mía que siempre dice, "la sensación de volar es increíble pero si te da mareo acuérdate de vomitar a favor del viento, sino te vuelve". Y de repente, nosotros pensar, cuánta gente ha vomitado allí arriba y ha caído sobre Algodonales... He crecido con la palabra volar... Me hizo mucha ilusión, por cierto, una story que publicó uno de los vecinos de Algodonales que estaba en su patio leyendo la novela y enfocaba después hacia el cielo que estaba lleno de parapentes.
-¿Cuál fue su principal sensación cuando terminó la escritura de la novela?
-Se dice que las películas y las novelas no se terminan, se abandonan, ¿no?, pero yo sentí una sensación de despedida, de que por fin me había despedido de mi madre. Creo que nuestra cultura tiene una relación muy problemática con la muerte, y yo me refugié mucho en el trabajo después de la muerte de mi madre, y luego me di cuenta de que no había pasado el duelo. Y cuando terminé la novela, sobre todo el último capítulo que es uno de mis favoritos, porque no te deja un poso triste, pues quise que generara esa sensación de esperanza, que fuera luminosa y que diera muchas ganas de vivir, fue entonces cuando me dije, ahora sí, ahora me he despedido de ella.
-¿Y el principal reto que le ha supuesto como escritor?
-La paciencia. Tienes que estar mucho a solas contigo mismo, no es un rodaje de cine. Además se ha extendido durante tres años y medio porque quería que fuera la mejor novela posible. El mayor reto ha sido tener paciencia y aprender a pensar con palabras, claro, porque cuando eres director de cine tu cabeza piensa en imágenes. Y creo que lo conseguí porque una pregunta que me hacen mucho es si va a ser peli o serie y creo que es muy difícil de adaptar.
-Entonces, ¿no la iba viendo cuando la iba escribiendo?
-No, me lo prometí a mí mismo porque hubiera sido un error, la hubiera condicionado a las problemáticas del lenguaje cinematográfico y yo quería que tuviera una vida autónoma como novela.
-Bueno, y en el proceso de escritura, se le cruzó además el rodaje de 'Las niñas de cristal' y la serie 'Días mejores'... ¿De dormir, poco?
-Ha sido muy duro. La gente idealiza mucho nuestro trabajo pero de verdad que cuando te metes en un proyecto no tienes vida. El director siempre tiene que estar en el rodaje, son muchas horas, acabas cansado físicamente, pero emocional y mentalmente, ni te imaginas. De repente renuncié a vacaciones, tiempo libre, fines de semana, y procurando que mi vida personal no se fuera a la mierda. Pero en Planeta lo entendieron, me dijeron que no se trataba de tiempo, sino de sacar la mejor historia posible, y fueron súper respetuosos. El momento más duro fue cuando terminé el rodaje de Las niñas de cristal, que fue una peli a nivel físico para todos agotadora, por el tema del ballet. Terminamos de rodarla un sábado de madrugada y cuando terminas una peli te dan dos semanas de vacaciones antes de empezar el montaje y recuerdo que terminamos el sábado, me levanté el domingo a mediodía, me tomé la tarde del domingo libre y el lunes estaba encerrado escribiendo. Ese momento fue duro pero ha merecido mucho la pena.
-Por cierto, aspiraciones a los Goya...
-Es un gran año del cine español pero estamos luchando por ciertas candidaturas. ¿Que cómo lo veo? Dificilísimo pero estamos luchando. Con Animales sin collar la productora tenía una forma muy diferente a la mía de entender la promoción, pero esta vez lo estamos intentando con todas nuestras ganas porque creo que la película se lo merece. Está siendo un mes loquísimo pero creo que hay que pelearlo. Yo estoy peleando mucho por que se valore el trabajo de los departamentos técnicos: música, vestuario, arte... Y también las actrices, que han hecho un trabajo maravilloso. Pero es que es un año potente... A mí me ha encantado Mantícora de Carlos Vermut, Cinco lobitos me ha flipado, As bestas es tremenda, el cine andaluz con Modelo 77, que es brutal, me ha gustado muchísimo todo lo que hace Alberto (Rodríguez) en esa peli... Hay mucho bueno, hay donde elegir.
–¿'El verano antes de todo' es el comienzo de una buena amistad con la literatura?
–Ojalá... Me encantaría desarrollar una historia que tengo en la cabeza, que me gustaría que fuera una novela, no una película; pero, afortunadamente, me va muy bien. Yo tengo ocupado ya hasta mediados de 2024... También me pasa esa sensación como de serle infiel al proyecto... Ahora, en dos semanitas, me bajo de nuevo unos cuantos meses para dirigir una serie aquí en el sur y quiero estar concentrado. Pero sí, me gustaría seguir desarrollándome como novelista.
–Me ha puesto el caramelo, cuénteme proyectos
–De la serie no te puedo contar más pero sí que mi próxima película, si todo va bien, la rodaremos a finales del año que viene y la produce María del Puy, Malvalanda, nominada al Oscar por El agente topo y estamos en un proceso creativo muy bonito con ella. Era un guion que debería haber sido mi tercera película pero Las niñas de cristal cogió carrerilla en la pandemia y se coló. Así que estoy muy contento porque me he dado cuenta que poder elegir cuáles van a ser tus proyectos es el mayor premio que puedes tener. La libertad... Es que he descubierto que soy bastante indomable...
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