GODZILLA Y KONG: EL NUEVO IMPERIO | CRÍTICA

Apoteosis monstruosa: Godzilla, Kong, Mothra y compañía

Fotograma del largometraje dirigido por Adam Wingard.

Fotograma del largometraje dirigido por Adam Wingard. / D. S.

Unir monstruos de películas distintas es casi tan antiguo como el propio cine fantástico sonoro. Ya se trate de monstruos más o menos humanos -vampiros, momias, hombres lobo, Frankenstein- reunidos desde la pionera Frankenstein y el hombre lobo (1943) a la que siguió un año después la superpoblada por criaturas La zíngara y los monstruos en la que se apelotonaban Frankenstein, el Hombre Lobo, Drácula, el Jorobado y el Doctor Loco. O de monstruos más o menos prehistóricos, como hizo la referencia directa de la película que hoy nos ocupa: King Kong contra Godzilla de Ishiro Honda (1962). Fue la inspiración de la franquicia MonsterVerse que une con éxito de taquilla y en ocasiones resultados tan interesantes como divertidos las criaturas e intereses estadounidenses-japoneses de Warner, Legendary y Toho. En 2014 resucitaron al monstruo japonés en Godzilla de Garreth Edwards, en 2017 al monstruo americano en Kong: la isla de la Calavera de Jordan Vogt-Roberts -estupenda película de fantasía con la que el proyecto empezó a cuajar como bien engrasada máquina de entretenimiento y espectáculo, nunca mejor dicho, a lo bestia-, en 2019 le volvió a tocar el turno al bicho japonés en Godzilla 2: el rey de los monstruos de Michael Dougherty y por fin, en 2021, los unieron en Godzilla vs. Kong de Adam Wingard, que ahora repite con Godzilla y Kong: el nuevo imperio.

Tras una larga carrera en la serie B de terror o fantasía Wingard logró reconocimiento con la sangrienta Tú eres el siguiente (2011) y sobre todo con la interesante The Guest (2014), a las que siguieron los tropiezos de Blair Witch (2016), fallida secuela de The Blair Witch Proyect, y Death Note (2017), igualmente fallida adaptación de la serie manga del mismo título. Afortunadamente para él y para nosotros salió a flote con la pareja Godzilla-Kong y repite éxito con esta secuela en la que el monstruoso dúo está a punto de acabar con todo -desde Sao Paulo a las pirámides de Egipto, Roma o Cádiz- para salvarlo todo y para gozo de los espectadores. Como Michelle y ma belle, Kong y Godzilla son les mots qui vont très bien ensemble, nacido el primero de los miedos muy reales de la Gran Depresión y el segundo de los por desgracia peores de Hiroshima y Nagasaki, como venganzas de la naturaleza ultrajada por la civilización capitalista, en el caso del gorila llevado a Nueva York para exhibirlo, y por la guerra atómica, en el caso del imaginario Godzillasaurus agigantado por las radiaciones.

La suma de bichos con los que luchan da a la película un aire fresco, juguetón, divertido, que se agradece tras tantos años de querer convertir tebeos y fantasías heroicas en tragedias griegas, shakespearianas o wagnerianas. Esto es pura diversión fantástica llevada a los límites del absurdo. Los humanos y sus conflictos pasan al discreto segundo lugar que les corresponde, con la excepción de Rebecca Hall y la niña Kaylee Hotte, para dejar todo el protagonismo a los muchos bichos que se suman a Godzilla y Kong -que casi le roba la película al Godzillasaurus- entre los que quienes somos fieles desde nuestra infancia a los kaiju, los monstruos de las películas japonesas, nos felicitamos de reencontrarnos con Mothra, la polilla gigante que debutó allá por 1961 en Mothra y tres años más tarde reapareció en Mothra contra Godzilla, ambas del gran Ishiro Honda. Añadiéndose estupendas nuevas criaturas como Skar King o Shimo. Se agradece también que pese al carísimo y apabullante derroche técnico se conserve algo del encanto de las ya viejas -como nosotros, sus coetáneos- películas de monstruos de los fabulosos años 50 de nuestra infancia en los que coincidieron en las pantallas los monstruos de la Toho japonesa y las producciones de Charles H. Schneer con criaturas de Harryhausen y música de Bernard Herrmann, además de Gorgo, por supuesto. En su género, una cinco estrellas.

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