Crítica 'La sombra de los otros'

Elegancia y talento desperdiciados

La sombra de los otros. Thriller sobrenatural, EEUU, 2010, 109 min. Dirección: Måns Mårlind y Björn Stein. Guión: Michael Cooney. Fotografía: Linus Sandgren. Música: John Frizzell. Producción: Emilio Díez Barroso, Neal Edelstein, Darlene Caamano Loquet y Mike Macari. Intérpretes: Julianne Moore (Cara), Jonathan Rhys Meyers (Adam), Jeffrey DeMunn (Dr. Harding), Frances Conroy (Sra. Bernburg), Nathan Corddry (Stephen), Brian A. Wilson (Virgil), Steven Rishard (detective Danton).

Lo primero es la extraordinaria dirección fotográfica del sueco Linus Sandgren, que saltó de la televisión al cine de la mano de Måns Mårlind y Björn Stein con la apreciable La tormenta, la película que les abrió las puertas de Hollywood a los tres. Su dirección fotográfica aporta elegancia, atmósfera y credibilidad a La sombra de los otros, una película que en realidad son dos (como si la patología de la que trata la hubiera contagiado): un buen, denso y creíble thriller psicológico en su primera parte y un disparate de terror en la segunda.

Gracias a la extraordinaria fotografía de Sandgren, a la sobria realización de Mårlind y Stein (que incluye unos pausados y elegantes movimientos de cámara y un indudable talento para recrear espacios desolados), a la estupenda interpretación de Julianne Moore, al correcto trabajo de Jonathan Rhys Meyers -a quien hay agradecerle la contención de la que dota a su(s) personaje(s)- y a la soberbia interpretación de la veterana Frances Conroy, asistimos encantados durante más o menos la mitad del metraje a lo que creemos es buen cine de intriga psicológica al que se le agradece que retenga información creando un eficaz suspense.

Este agradecimiento se torna reproche cuando los directores, llevados por un error de guión, hacen justo lo contrario: dar demasiada información, mostrar más que sugerir, deslizarse del suspense al terror, convertir los guiños sobrenaturales en un efectismo demoníaco heredero de William Peter Blatty y William Friedkin. La interesante historia de la psiquiatra forense que se ve enfrentada a un caso de personalidad múltiple que pone en cuestión todas sus razonables teorías científicas degenera, por desgracia, en terror de segunda y superstición de tercera.

Aún así la elegante precisión fotográfica, la contención estilística -porque Måns Mårlind y Björn Stein no pierden las buenas maneras fílmicas ni tan siquiera cuando todo se desmadra- y la calidad de las interpretaciones de la Moore y la Conroy mantienen un cierto tono. Incluso cuando aparece esa especie de familia Monster necesitada urgentemente de manicura y de un cursillo de profilaxis quirúrgica que nos hace echar de menos a Max Von Sydow: ya ni los caza demonios son los pulcros caballeros de antes. La traca final -esta vez con guiño a Ira Levin y Roman Polansky- es ya del todo insalvable. Lástima.

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