Michel Legrand, un genio del jazz, la 'chanson' y el cine

Adiós a una leyenda de la música de cine

Muere a los 86 años el compositor francés, auténtica leyenda que se consagró en 1964 al escribir para Jacques Demy la bellísima partitura del musical 'Los paraguas de Cherburgo'

Michel Legrand, en una imagen de 2004.
Michel Legrand, en una imagen de 2004. / D. S.
Carlos Colón

26 de enero 2019 - 22:42

Sevilla/En 1959 un joven aspirante a realizador de 28 años y un joven compositor de 27 intentaron convencer a Georges de Beauregard para que produjera una comedia musical en color sobre la historia melodramática de una prostituta de buen corazón que trabaja en un cabaret de Nantes frecuentado por marineros.

Beauregard, pese a ser un vocacional productor de películas de alto riesgo y promotor de jóvenes talentos –fue clave en las carreras de Schoendoerffer, Godard, Melville, Chabrol o Rivette–, no podía asumir tal riesgo (¡un melodrama cantado en plena explosión de los nuevos cines de autor!) y debía recuperarse de los malos resultados en taquilla de A bout de souffle de Jean-Luc Godard.

Produjo la película, pero el proyecto pasó de color a blanco y negro, y de comedia musical a tener una única canción. Fue un moderado éxito pero lanzó la carrera de su director y su compositor. La película era Lola (1960). El director debutante era Jacques Demy, que hasta entonces sólo había firmado cuatro cortometrajes. Y el compositor era Michel Legrand, el genio francés del jazz, la chanson y la música de cine que nos ha abandonado este sábado a los 86 años.

Era hijo de Raymond Legrand, músico de formación clásica –estudió con Gabriel Fauré– que se dedicó a la canción y el jazz creando una orquesta que acompañó a Tino Rossi, Maurice Chevalier, Lys Gauthy o Edith Piaf, además de componer una veintena de bandas sonoras. Michel estudió en el Conservatorio Nacional con Henri Challan, Noël Gallon, Lucette Descaves y la prestigiosa e influyente Nadia Boulanger, la primera que reparó en su excepcional talento, licenciándose en 1949 con dos premios extraordinarios.

Con 19 años debutó como arreglista de la orquesta de su padre. Seducido por el jazz –que había conquistado definitivamente París en la posguerra– y la chanson, se abrió camino componiendo y haciendo arreglos para Maurice Chevalier, Jacqueline François, Henri Salvador o Zizi Jeanmaire. En 1955 compuso su primera banda sonora, Les amants du tage de Verneuil, a la vez que se iniciaba en el jazz.

Catherine Deneuve, en 'Los paraguas de Cherburgo' (1964) de Jacques Demy, su gran piedra de toque.
Catherine Deneuve, en 'Los paraguas de Cherburgo' (1964) de Jacques Demy, su gran piedra de toque. / D. S.

Fue esencial su contacto con el productor musical Jacques Canetti –hermano del Nobel de Literatura Elias Canetti– que produjo sus primeros discos de jazz: I love Paris (1954, enorme éxito), Michel Legrand plays Cole Porter (1957) y sobre todo Legrand Jazz (1958, grabado en Nueva York con la participación de Miles Davis, John Coltrane, Art Farmer, Ben Webster y Bill Evans: nunca un músico europeo había trabajado con tan grandes maestros). A lo largo de toda su carrera fue fiel a la canción y al jazz, trabajando con Montand, Brel, Streisand, Aznavour, Sinatra, MStephane Grapelli o Dizzie Gillespie. Pero será en el cine donde encontrará su gloria mayor.

Antes de su encuentro con Demy había compuesto cinco bandas sonoras, pero será su colaboración con este gran director a contracorriente la que lo convierta en uno de los mayores maestros de la banda sonora. Tras Lola (1960) vino La bahía de los ángeles (1963) con su extraordinario tema para piano que construyó uno de los más poderosos arranques de la historia de la unión entre la música y el cine.

A finales de los 60, con Miles Davis en un un estudio de grabación de Nueva York.
A finales de los 60, con Miles Davis en un un estudio de grabación de Nueva York. / D. S.

Y tras ella, por fin con los medios suficientes, la casi suicida propuesta de una comedia musical íntegramente cantada que se convirtió en un gigantesco éxito internacional: Los paraguas de Cherburgo (1964). La partitura de Legrand era tan original, fundiendo el jazz y la chanson, que Jacques Demy le otorgó el honor de asociarlo como coautor en los títulos de crédito con esta hermosa fórmula: "mise en musique [puesta en música] par Michel Legrand", trasladando a la partitura el mise en scène propio de los directores. De su banda sonora nacieron cinco estándares interpretados por todos los grandes de la canción y el jazz, con Je ne pourrais jamais vivre sans toi (en su versión inglesa I Will Wait for You) en cabeza.

La colaboración Legrand-Demy se prolongó en Las señoritas de Rochefort (1967). El éxito anterior les permitió contar con el legendario Gene Kelly y el George Chakiris de West Side Story (homenaje al musical americano clásico y moderno). Para ella Legrand compuso otro puñado de grandes canciones convertidas en estándares, sobre todo Chanson de Maxence, Chanson de Delphine y Chanson D'Andy. Piel de asno (1970) fue el último musical de Demy y Legrand. Lastrado por problemas de producción, y pese a su bellísima partitura, fue un fracaso. Legrand siempre lo lamentó hasta el punto de que medio siglo después la muerte le sorprendió trabajando en su adaptación escénica.

Su consagración con Demy fue paralela a su colaboración con Godard en Una mujer es una mujer (1960), Vivir su vida (1962) o Bande a part (1964). Le faltaba Hollywood. Su éxito con Demy y la admiración de Henry Mancini y Quincy Jones le abrieron las puertas. En 1968 se estableció en Los Ángeles. Quincy Jones le presentó a Norman Jewison, para quien había compuesto En el calor de la noche, que le encargó El caso de Thomas Crown: además del éxito mundial de su tema principal, la canción Windmills of Your Mind, le valió el primero de sus tres Oscar.

Steve McQueen en 'El caso de Thomas Crown' (1968).
Steve McQueen en 'El caso de Thomas Crown' (1968). / D. S.

A partir de ahí, entre Los Ángeles y París, su carrera fue deslumbrante en sus colaboraciones con Welles (Fraude), Losey (El mensajero, una de sus más hermosas composiciones), Brooks (The Happy Ending, con otra de sus grandes canciones: What Are You Doing the Rest of Your Life), Sturges (Estación Polar Cebra, una de sus pocas superproducciones de acción), Katzin (Las 24 horas de Le Mans, una de sus obras maestras jazzísticas para el cine y otra de sus grandes canciones: A face in the Crowd), Mulligan (Verano del 42, cuyo tema principal fue otro éxito), Malle (Atlantic City), Lelouch (Los unos y los otros), Kershner (el Bond Nunca digas nunca jamás), Wajda (Un amor en Alemania) o Streisand (Yentl).

Una vida plena y larga, llena de creatividad, premios y éxitos. Lo disfrutamos en Sevilla el año pasado en el teatro Lope de Vega, joven octogenario cantando al piano acompañado por un trío de jazz. Le debemos mucha felicidad.

Una generación irrepetible

Sólo cuando nació el sonoro y los estudios se vieron obligados a contratar en un breve plazo una elevada nómina de compositores –debut casi simultáneo a principios de los años 30 de Max Steiner, Alfred Newman, Dimitri Tiomkin, Franz Waxman o Victor Young– se ha producido un fenómeno tan espectacular como la emergencia de músicos europeos en los primeros años de la década de los 60, impulsados por el auge de los nuevos cines (realismo italiano, Nouvelle Vague francesa, Free Cinema inglés) y por el éxito comercial de la serie Bond o del espagueti western. A esta generación irrepetible pertenecía Michel Legrand.

La coincidencia entre las fechas de emergencia de estos genios asombra. Si Legrand se consagra en 1964 con Los paraguas de Cherburgo, entre 1960 y 1965 se dan a conocer y triunfan John Barry con los tres primeros Bond –Dr. No (1962), Desde Rusia con amor (1963) y Goldfinger (1964)– y The Knack (1964) de Lester; Richard Rodney Bennet con Satán nunca duerme (1962) de McCarey y Billy el embustero (1963) de Schlesinger; John Addison con The Entertainer (1960), Sabor a miel (1961), La soledad del corredor de fondo (1962) y Tom Jones (1963) de Richardson; Georges Delerue con Tirad sobre el pianista (1960) y Jules y Jim (1962) de Truffaut y El desprecio (1963) de Godard; Pierre Jansen con Les bonnes femmes (1960), L’oeil du malin (1962) o Landru (1963) de Chabrol; Maurice Jarre con Lawrence de Arabia (1962) de Lean, Therese Desqueyroux (1963) de Franju o Les dimanches de Ville d’Abray (1963) de Bourgignon; Francis Lai con Un hombre y una mujer (1965) de Lelouch; Riz Ortolani con Este perro mundo de Jacopetti e Il sorpasso de Risi (ambas de 1962); Ennio Morricone con Por un puñado de dólares (1964) y La muerte tenía un precio (1965) de Leone o Antes de la revolución (1964) de Bertolucci y Las manos en los bolsillos (1964) de Bellocchio.

Nunca tanto y tan variado (porque procedían tanto de los conservatorios y la música contemporánea como de la beat music, el jazz o la música ligera) talento compositivo había explotado en tan pocos años en el cine europeo. Si se pone en paralelo con la emergencia en Hollywood de la generación de Elmer Bernstein, Henry Mancini, Jerry Goldsmith, Quincy Jones, Lalo Schiffrin o Jerry Fielding, el momento es verdaderamente extraordinario. Y fundamental para la difusión de la música en el cine ya que muchos de estos temas vendieron millones de discos. Los singles de Goldfinger, Los paraguas de Cherburgo, La muerte tenía un precio o Un hombre y una mujer alcanzaban los números uno de las listas de éxitos.

Estos compositores, además de geniales creadores e innovadores, fueron esenciales para la divulgación de la música de cine. A este momento fabuloso y por desgracia sin continuidad creativa pertenece, como uno de sus nombres mayores, Michel Legrand.

stats