Corazones valientes | Crítica

Los niños de la Mona Lisa

Corazones valientes tiene la gran virtud de convertir el trauma de la persecución de los niños judíos por los nazis en la Francia de la Segunda Guerra Mundial en una fábula hasta cierto punto liberadora y catártica que compensa la carga dramática de los acontecimientos reales con un aire de aventura incierta (aunque peligrosa) de verano.

Estamos en 1942, las familias judías son perseguidas y enviadas a los campos, y un puñado de niños ha conseguido esconderse en el castillo de Chambord en la región del Valle del Loira donde se guardan muchas obras de arte procedentes del Louvre y otros museos nacionales y colecciones privadas. Desde allí emprenderán una escapada por el bosque cercano hacia zona libre que termina convirtiéndose en una experiencia de iniciación en el miedo pero también en la camaradería, el instinto de supervivencia e incluso el amor prohibido.

Mona Achache (El erizo, Las gacelas) rebaja así el tono trágico de este tipo de cintas y hace de la suya una aventura que progresa sobre el terreno natural sin demasiados paños calientes ni sobreexplicaciones del contexto. Es más, se atreve a confrontar la muerte de manera seca y dolorosa, tal vez para demostrar que su película, aun con niños protagonistas, no es precisamente otra cinta infantil más.