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Creatura | Crítica

La urticaria del deseo

Elena Martín y Álex Brendemuhl, hija y padre en 'Creatura'.

Elena Martín y Álex Brendemuhl, hija y padre en 'Creatura'.

Tras su paso con premio por la Quincena de Realizadores de Cannes, el segundo largo de la catalana Elena Martín (Julia ist) llega a la cartelera para desplegar sin miedo a los tabúes un relato complejo sobre las edades del deseo y la frustración sexual pegado al cuerpo de sus protagonistas femeninas, las tres actrices que interpretan al mismo personaje en la infancia (Mila Borrà), la adolescencia (Clàudia Dalmau) y la edad adulta (la propia Martín), y repleto de ideas visuales y figuras metafóricas que se adentran en el poco explorado territorio de las fantasías, los traumas y sus consecuencias físicas y psíquicas.

Tras un prólogo sobre el descubrimiento de la sexualidad en la infancia, el filme nos traslada a un presente donde nuestra protagonista se ha instalado con su pareja en la casa familiar de veraneo, epicentro simbólico para una creciente crisis dramática donde se cuestionan la masculinidad o los roles en el seno de la pareja desde la imposibilidad de una sexualidad normalizada y a partir de una escurridiza y violenta insatisfacción femenina cuya manifestación más visible aparecerá en forma de urticaria por todo el cuerpo.

Creatura deja pasar flashes y ecos del pasado e imágenes inquietantes y fantasmales que revelan el origen del trauma jungiano (Electra), acompañando siempre las dudas, impulsos y bloqueos de su protagonista, intentando entender sus juegos y estrategias en busca de una curación. Pero también viaja a esas otras etapas de su vida donde encontrar posibles respuestas por más incómodas que estas sean, respuestas que pasan por la tensión en el seno familiar, la relación cambiante con el padre y la madre y el proceso de confusión y experimentación propio de las edades, los rituales generacionales y los gestos cotidianos.

Martín construye el tema de su película por sedimentos, deja entrever desde los márgenes y observa a sus criaturas, también a su entorno, con la distancia del desconcierto ante lo imprevisible y la energía física de sus cuerpos. Su filme, incómodo y revelador, atrevido y consecuente hasta su potente secuencia final, funciona siempre mejor en lo sugerido que en esos otros momentos donde la palabra o lo explícito acuden al rescate de la sugerente ambigüedad de las imágenes y el montaje.