Entre la vida y la muerte | Crítica

De la Torre, padre coraje en Bruselas

Antonio de la Torre en una imagen del filme hispano-belga.

Antonio de la Torre en una imagen del filme hispano-belga.

La presencia física y eléctrica de Antonio de la Torre se impone desde el primer momento en este estilizado policiaco belga con el que el popular actor malagueño da el salto al cine europeo y se atreve incluso con el francés. No habla mucho en todo caso su personaje, un tipo solitario y misterioso al que vemos por primera vez con la pistola en la boca, intentando pegarse un tiro. Un prólogo que anuncia ya el tormento interno de un tipo al que le sangran (literalmente) los ojos y que se gana la vida como conductor de metro en Bruselas.

Entre la vida y la muerte reformula el arquetipo del padre-coraje, enjuaga su condición de co-producción con el recuerdo de los años de plomo españoles y condensa tal vez demasiadas peripecias, secretos, giros y relaciones internas en sus apenas 90 minutos de metraje, fruto de un guion empeñado en reunir, desplegar y enlazar todas sus tramas y temas a toda costa. Es así que el pasado ambiguo del protagonista, la relación paterno filial (no conviene revelar mucho más) y una triple relación más entre un padre comisario (Gourmet), su hija policía (Vacth) y un agente infiltrado en una banda criminal se superponen en uno de esos ejercicios de escritura que exigen no hacerse demasiadas preguntas y dejarse llevar por el frenesí de los acontecimientos y, sobre todo, por la determinación, la astucia y la fuerza de un personaje que se abre paso casi con el machete apretado entre los dientes.

Giordano Gederlini (Samouräis) da una potente impronta visual a su filme, donde la ciudad nocturna y su perímetro se convierten en protagonistas, y sabe que sólo tirando hacia adelante al ritmo adecuado y salpicando el asunto con un poco de pirotecnia y tecnología puede conquistar esos rincones algo caprichosos que construyen e impulsan su historia.