Men | Crítica

Fantasmas del patriarcado

Con apenas tres largos y una serie, Ex-Machina, Aniquilación, Devs y esta Men, el británico Alex Garland cotiza ya al alza entre los amantes del cine de género con sello de autor dispuesto a tomarle el pulso a los fantasmas y neurosis del capitalismo o a ver materializadas las pesadillas de un humanismo amenazado por el empuje de la tecnología o el algoritmo.

Men se aleja de la ciencia-ficción o los universos distópicos para abrazar eso que siempre se ha llamado terror psicológico, intentando convertir el duelo y la culpa de una joven viuda (Jessie Buckley) en una proyección siniestra declinada en estampas arraigadas en la campiña británica convertida en un kubrikiano laberinto mental al tiempo que pantalla simbólica para un desfile de figuras masculinas (todas interpretadas por Rory Kinnear) que, de manera cada vez más obvia y redundante, entre manzanas caídas, roles y edades, encarnan a ese omnipresente patriarcado que acorrala a nuestra protagonista.

Garland apenas es capaz de sostener su mecanismo en un primer tercio que coquetea con las marcas y formas del terror en un espacio tan hermoso como amenazante, pero su filme se resiente de ese empeño en reelaborar una misma idea a cada nueva escena y, sobre todo, de un tramo final de desinhibida vocación grotesque donde no queda ya espacio sino para lo explícito, lo desbordado y lo evidente. Los amantes de las imágenes extremas, algunas de indudable potencia baconiana, tal vez aplaudirán esa salida (literal) a los atolladeros de la conciencia. Uno hubiera preferido la sugerencia de unos fantasmas sin rostro ni carne.