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Tregua(s) | Crítica

Amantes pasajeros

Salva Reina y Bruna Cusí en una imagen del filme.

Salva Reina y Bruna Cusí en una imagen del filme.

Dos personajes, tres escenarios, tres actos bien diferenciados y un epílogo, palabras de ida y vuelta y cuerpos en atracción. El primer largo de Mario Hernández traslada sus esquemas teatrales y sus diatribas más o menos tópicas sobre la relación entre dos viejos amantes ocasionales (un Salva Reina luchando contra su vis histriónica y una Bruna Cusí que puede con lo que le echen) a una habitación de hotel, un bar de copas y una terraza con piscina en la noche malagueña para reflexionar en voz (demasiado) alta sobre lo no menos viejos asuntos de la infidelidad, la complicidad, los celos o las oportunidades perdidas entre una actriz de éxito y un guionista sin mucha suerte que aprovechan los festivales de cine para encontrarse a espaldas de sus respectivas parejas oficiales.

Sin demasiadas ideas de puesta en escena más allá de algún espejo y la transparencia explícita de sus diálogos y réplicas, Tregua(s) busca una naturalidad que encarne lo escrito en los gestos de dos intérpretes bastante desiguales, carne generacional del cuarentón en crisis demasiado autoconsciente y algo automatizada en su propia locuacidad o su claridad a la hora de diseccionarse como modelo de la insatisfacción de toda pareja de largo recorrido: el compromiso, el sexo, la profesión, el ego, el autoengaño, el matrimonio o la paternidad asoman progresivamente como temas de fondo entre líneas, juegos y distensiones de manual que no consiguen disimular la teorización de los conceptos previos que los sostienen.

Y bueno, en fin, decíamos que Salva Reina tal vez necesite un director más firme que dome o anule esa tendencia inevitable al clown que desbarata identificaciones e impide que toda escena no deje de ser un apunte involuntario de comedia televisiva.