Tal día como hoy en 2008, aún lo recordamos muy bien, el avión Boing de la compañía Spanair con destino Gran Canaria se estrellaba e incendiaba en los alrededores del aeropuerto de Barajas después de perder el control durante el despegue, dejando 154 víctimas y 18 supervivientes heridos de diversa gravedad.
Las imágenes que retenemos de aquel día, y que forman parte de esta ejemplar (incluida toda su retórica y sus inevitables tics) mini-serie documental dentro de su formato de investigación true crime, son las de un pequeño infierno a distancia con restos desperdigados del fuselaje y un caos de camiones de bomberos y ambulancias alrededor del lugar del siniestro, también las de los familiares angustiados a la espera de noticias y confirmaciones en los espacios habilitados para su atención.
Han pasado justo quince años, una investigación judicial, un juicio (2011) donde se condenaba a los dos pilotos (fallecidos en el accidente) como únicos responsables del accidente, y una comisión parlamentaria (2021) en cuyas conclusiones se apunta a una responsabilidad mucho más compartida y elevada a otras muchas instituciones y personas, entre ellas la por entonces Ministra Magdalena Álvarez, aunque en ningún caso con repercusiones jurídicas y penales.
Y compartida es casi decir poco: porque lo de aquel accidente fue una verdadera chapuza nacional a tenor de lo que esta serie de tres capítulos nos muestra y demuestra entre testimonios de expertos, abogados, supervivientes y familiares, abundante material de archivo de aquellos días, minuciosas reconstrucciones y simulaciones de aquel fatídico vuelo y, en el que sin duda es su material más preciado, los audios reales o recreados procedentes de la caja negra del avión o las llamadas y comunicaciones de los servicios de emergencia que atendieron el siniestro como pudieron y les dejaron.
Porque Vuelo JK5022 es la crónica minuciosa y bien narrada de una cadena de errores que pudieron haberse evitado, desde la chapuza a pie de pista que permitió un despegue desaconsejable a la pésima gestión del dispositivo de salvamento, del historial de accidentes previos por el mismo motivo técnico al incumplimiento de las recomendaciones derivadas de aquel de cara a las actuales normas de aviación internacional, del incompleto y sesgado informe de la CIAIAC al posterior juicio y sus conclusiones, de la comisión parlamentaria, una más sin efecto real, al trato dispensado a los supervivientes, a la asociación de víctimas y a sus representantes que, a la postre, han terminado siendo los que mejor han sustanciado la investigación que, como demuestra esta serie, nunca sentó en el banquillo a los verdaderos responsables del, por ahora, último gran accidente de la aviación española, señores que se encuentran en las oficinas centrales de Boing o en los despachos de Spanair, el aeropuerto de Barajas, AENA o el Ministerio de Fomento.
