Todos los caminos | crítica

La estrella solidaria y el 'buenismo' épico

Dani Rovira en una imagen del documental 'Todos los caminos'.

Dani Rovira en una imagen del documental 'Todos los caminos'.

Más allá de sus limitaciones como cómico, inversamente proporcionales a la popularidad y el éxito masivos, Dani Rovira también ha demostrado ser el prototipo del yerno perfecto, comprometido con todas las causas nobles imaginables, vegano, animalista, solidario con el sufrimiento ajeno, paradigma millennial de ese buenismo optimista tan de nuestro tiempo que blinda con su perenne sonrisa y buen rollo cualquier discurso crítico que se atreva a cuestionar su natural santidad laica.

De reforzar ese perfil se encarga este documental con el pretexto de un viaje-reto en bicicleta desde Barcelona a Roma con el fin de acompañar a Paco Santiago, padre extremeño de Martina, una niña con Síndrome de Rett, y asistir a la audiencia concedida por el Papa Francisco en el Vaticano. Un viaje por rutas secundarias que, para colmo de azares redentores, incluye un accidente que, además de ser aprovechado para una nueva cuña concienciadora sobre el respeto vial a los ciclistas, insufla un poco más de trascendencia y espiritualidad baratas al insistente mensaje de autoayuda sobre la esperanza, el sentido de la existencia, la fe y demás lemas sentimentales para almas sensibles.

El envoltorio formal no deja apenas respiraderos: constante música de piano a lo Ludovico Einaudi, testimonios en primera persona de un Rovira ego-protagonista, anecdotario de carretera y manta y pequeños insertos de la vida de Martina, en una combinación tan desproporcionada (a favor de la estrella y su filosofía) que, por momentos, se nos olvida por qué está esta gente haciendo lo que hace.     

Y no, no somos insensibles, fríos ni carentes de empatía y corazón: la vida dura y la enfermedad son una cosa; las estrategias de la solidaridad mediática y el sentimentalismo épico, otra bien distinta.