Joker | Crítica

Entre el fantasma de Gotham y Taxi Joker

Joaquin Phoenix caracterizándose como Joker en una escena de la película.

Joaquin Phoenix caracterizándose como Joker en una escena de la película.

No he visto la película más agobiantemente incómoda que se haya visto en mucho tiempo, desasosegante hasta casi lo intolerable, cruel hasta el punto de ser difícilmente disfrutable, destructora de los fundamentos del orden social, incómoda por su amoralidad cínica, tóxica, peligrosa por su despliegue tal vez contagioso de violencia, espejo deformante que nos sitúa frente a las miserias del tiempo presente… Tomo los calificativos de las críticas de colegas españoles, franceses y americanos. Sí he visto, como la mayoría de ellos y como el jurado de Venecia que le dio el León de Oro, un estupendo ejercicio de cine, una película poderosa y fascinante que desactiva en su nula relación con la realidad esos supuestos peligros o agresiones. Porque este discurso ciertamente lúgubre, pesimista, oscuro y trágico-grotesco se proyecta simultáneamente en varios universos referenciales de la alta cultura y la cultura popular.

Uno, por supuesto, es el entorno Batman. Se trata del Joker, desde luego, y la deprimente Gotham City. Aunque es lo más alejado del universo del cómic que pueda imaginarse. No es una película de superhéroes. Ni tan siquiera en la versión existencialista -una especie de cruce entre un tebeo y Dostoievski- de Nolan. Aunque sin Nolan este Joker hubiera sido imposible. Otro universo de gran peso en la película, incluso el decisivo, es el de los malos que lo son para vengarse tras haber sido maltratados por la vida y por los hombres. El muy buen guion de Todd Phillips y Scott Silver (autor de los de Ocho millas, The Fighter y La hora decisiva: excelente y decisiva elección por parte del director) bebe directamente de El hombre que ríe de Víctor Hugo (tan importante para la configuración del Joker por influencia de la versión cinematográfica muda de Paul Leni interpretada por Conrad Veidt, como reconocen Finger, Robinson y Kane, sus creadores) y de El fantasma de la ópera de Gaston Leroux. Sin olvidarnos del conde de Montecristo y su venganza de Danglars, que aquí serían los poderosos Wayne. Y por supuesto de Travis Bickle: no es casual que Gotham parezca las peores calles del Nueva York de los 70 con todos los cines convertidos en salas porno, ni que Fleck/Joker finja suicidarse apuntándose con dos dedos en la sien, ni que reaccione violentamente ante un mundo podrido, ni que Robert De Niro aparezca aquí. Taxi Joker o Joker Driver podría llamarse esta película.

Phillips y Silver cuentan la vida de Joker, o mejor, la serie de desdichas, humillaciones y traumas que convertirán al aspirante a payaso y a dialoguista Arthur Fleck en Joker. Y no ahorran elementos: abusos en la infancia, un fracaso tras otro, una ininterrumpida serie de humillaciones, palizas, pobreza extrema, una madre enferma y para que no falte nada un trastorno mental. Al explicar que el Joker es tan malo por la misma razón que hizo de Jeanette una rebelde, porque el mundo lo ha hecho así, los guionistas dan humanidad al personaje a la vez que le quitan misterio. En la presentación de la película en Venecia Todd Phillips dijo: "Hasta ahora el Joker no tenía un verdadero historial, ninguna de las novelas gráficas en las que el personaje aparece le dota de unos orígenes. Y eso me ha resultado muy liberador porque no he tenido ninguna regla que respetar. La única condición que nos impusimos al escribir el guion fue ser tan dementes como pudiéramos". Pero su demencia tenía los referentes citados: el Joker es el fantasma de la ópera, el Edmundo Dantes convertido además de vengador en archi villano o el Travis Bickle de Gotham City.El mérito mayor de estos inteligentes cruces entre matrices de la alta cultura (Hugo) y de la cultura de masas (Dumas, Leroux, Leni y Veidt, Scorsese) aplicados al personaje creado en 1940 por Bill Finger, Jerry Robinson y Bob Kane para incorporarlo a las historietas de Batman aparecidas un año antes, es crear un robusto y sólido relato que se beneficia a la vez del atractivo de lo familiar (las historias de villanos vengadores con un pasado desdichado) y de lo nuevo hasta el límite de lo insólito (Fleck ocupando todo el metraje salvo los últimos 15 minutos, en los que se convierte en el Joker). Pero su fuerza está en la severa contundencia de sus imágenes. Asombra que el director de comedias gamberras (Aquellas juergas universitarias), las tres entregas de Resacón o fracasados intentos martinscorsesianos (Juego de armas) sea capaz de armar un tan contundente espectáculo de puro cine. Corresponsables de esta fuerza son Joaquin Phoenix, con una interpretación memorable que funde el Bickle de De Niro con el Joker de Heath Ledger dándoles un giro muy personal, y la portentosa banda sonora de la islandesa Hildur Guðnadóttir (ya conocida por sus trabajos en El renacido, Prisioneros, La llegada y Sicario) que logra aunar tensión, oscuridad y épica trágica consiguiendo momentos de tan intenso y espectacular dramatismo musical como si de una ópera de Puccini se tratara.

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