Sin trampa ni cartón | Crítica

Unos diarios a lo Sheldon Cooper

  • Lo vivido aparece bajo el prisma de la literatura en esta nueva entrega de los diarios de José Luis García Martín que prologa con libertad Juan Bonilla

José Luis García Martín (Aldeanueva del Camino, Cáceres, 1950) es poeta, crítico literario, profesor y director de la revista 'Clarín'.

José Luis García Martín (Aldeanueva del Camino, Cáceres, 1950) es poeta, crítico literario, profesor y director de la revista 'Clarín'. / D. S.

José Luis García Martín continúa sus diarios –que Renacimiento ha ido publicando en sucesivas entregas– con dos nuevas entregas separadas por unos meses en su edición: Sin trampa ni cartón y Hablando claro. Como en las anteriores, García Martín va vertiendo vivencias y opiniones, más las segundas que las primeras, aunque, cuando éstas aparecen y se tiñen de alguna pincelada de intimidad, son lo mejor del diario. Y es que se trata de, al hilo de las incidencias de cada día, tener la oportunidad de comentar y compartir con el papel, y más tarde con sus muchos lectores, inquietudes, sensaciones y juicios, aplausos y enfados. En general, lo vivido aparece bajo el prisma de la literatura, aunque los temas sean, como el transcurrir diario, muy plurales.

Sorprende en Sin trampa ni cartón el prólogo de Juan Bonilla, quien, al igual que el prologado, opina libremente sin ajustarse al protocolo ensalzador y laudatorio que se le presupone a estos textos. Es, en cambio, un reto provocador, un pulso. Bonilla no tiene empacho en contar su propio "drama" con José Luis García Martín (a quien echa la culpa, a causa de unos comentarios suyos, de que Visor no le publicase unas traducciones de Housman), o en decir que sus temidas reseñas le recuerdan los pellizcos que daban las monjas en los colegios, con los que la infringidora parecía gozar y que hacían que inmediatamente la víctima la odiara; pero tampoco se contiene en reconocer que sus columnas periodísticas eran "un modelo", y que le admira el no arredrarse ante los grandes nombres, y esa combinación de frescura y rigurosidad que siempre lo han definido.

No sé si a García Martín le habrán agradado estas páginas de Bonilla, que mezclan la admiración con el reproche, pero lo cierto es que le sientan bien al conjunto. La amistad es algo importante para García Martín, eso es evidente, y así, habla de sus amigos, los nombra, debate..., y pese a confesar que se esfuerza por que no haya nada en su biografía de lo que tuviera que avergonzarse, no se anda con la sutileza de considerar de antemano si lo que vierte públicamente sobre ellos les pueda molestar o no. Y es que lo que también le importa es "mantener intacta" su fama "de justiciero incorruptible", y disfrutar con lo que hace: “hablar mal de lo que todos hablan bien es un placer al que resulta difícil resistirse”.

A estas alturas García Martín no necesita de la chismografía para atraer con sus diarios, pues hay que admitir que uno se engancha a estas crónicas y cierra el libro quedándose a la espera y con ganas de ver qué nos ofrecerá el siguiente. Porque la vida, dice, "tiene muchas cosas que contar, pero no sabe hacerlo", así que "la vida contada, la vida imaginariamente recreada, acaba siendo la verdadera vida, no la que se difumina en la memoria". Y esa recreación es la que está presente en ésta y las demás entregas de los diarios del autor, que son, al fin y al cabo, objeto literario, aunque con la ilusión de confesionalidad que da el contar en primera persona vivencias personales, y el poner fecha y datos reales a lo que se relata.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

Un año da para hablar de todo: libros y literatura ("un laborioso placer que nunca cansa"); viajes, amistades, la televisión (no esconde que dedica un tiempo a los realities, "cinco o diez minutos en cada uno de esos programas enseñan más que un máster en sociología" [...] "Del mundo y de mí mismo aprendo más en los malos programas de televisión que en la gran literatura"); política (que aborda continuamente pese a su reiterada afirmación de que no quiere hablar de ella); religión (confiesa ser "un ateo fascinado por la experiencia religiosa", pues "Dios es un invento humano, como el Quijote o el milagro de Internet"); confidencias ("A veces pienso que si yo nunca he sido capaz de odiar de verdad a nadie es porque nunca he sido capaz de amar de verdad a nadie"), recuerdos, amor y desamor...

Pasajes realmente estupendos son aquellos en que comparte momentos que recibe como verdaderos regalos de la vida. Por ejemplo, el abrazo que sintió –en uno de esos momentos de soledad y melancolía que se suelen tener cuando uno viaja solo–, al entrar en el Citicorp de New York: "Alcé los ojos: a las ventanas del primer piso, por los cuatro lados, rodeándome, se asomaban los libros. Y me sentí abrazado y me di cuenta de que, por muy solo que estuviera, nunca me faltarían, en prosa y verso, razones para vivir".

García Martín dice ser "un hombre rutinario, al que nunca le pasa nada, al que le gusta que nunca le pase nada"; lo que me recuerda a aquel Juan Dahlmann, protagonista del cuento El Sur, de Jorge Luis Borges, en el que un oscuro secretario de la biblioteca municipal escondía en realidad –como se dice del propio Borges– una personalidad atraída por la violencia del salvaje aventurero. Un Borges del que admira la acidez verbal, como la de la maledicente anécdota que cuenta recordando la mítica visita del poeta a Sevilla (vaya el lector al libro a buscarla). Igual que declara su admiración por Sheldon Cooper, el protagonista de The Big Bang Theory, cuya incapacidad para la empatía, a la vez que genialmente descarnada, le hace ser justo hasta el desprecio, pero tierno a la vez, por lo que todos sus amigos lo quieren y soportan.

Lo que leo –lo que leerá cualquier lector– contraría o irrita a veces, pero otras hay que aplaudir; en ocasiones uno se reconoce y compenetra, pero, acto seguido, quizá se distancie con cierto rechazo. Junto a momentos de sensibilidad aparece la ironía más hiriente; y hay pasajes dulces y divertidos a los que se solapan reflexiones muy personales. Así pues, valorar Sin trampa ni cartón ajustándose a estar o no en sintonía con sus opiniones es un error. Y hay que considerar el hecho de que las dé abiertamente, y queden ahí, por escrito, con su firma bien clara. Aunque desde fuera lo parezca y disfrutemos con ello, eso no debe ser nada fácil.

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