Blanca Luz Brum | Crítica

Blanca Luz y las corrientes

  • Miguel Albero aborda la arrebatada vida de Brum, la poeta y aventurera uruguaya, en una brillante e ingeniosa biografía que discurre entre el fervor de las vanguardias y la militancia política

Blanca Luz Brum (Pan de Azúcar, Uruguay, 1905-Santiago de Chile, 1985).

Blanca Luz Brum (Pan de Azúcar, Uruguay, 1905-Santiago de Chile, 1985).

Descubrimos el sonoro nombre de Blanca Luz Brum en la amplísima constelación de autores semidesconocidos que nos regalaba la extraordinaria antología de Juan Manuel Bonet y Juan Bonilla, Tierra negra con alas, donde la poeta uruguaya –un poco peruana, también argentina o mexicana y finalmente chilena– aparecía con sus poemas propios y por su estrecha relación con las revistas de la vanguardia latinoamericana, entre ellas la mítica Amauta en la que confluyeron, de la mano de su fundador José Carlos Mariátegui, los principios del arte nuevo, el indigenismo y el pensamiento marxista. Ya decía allí Bonet, en la sugestiva semblanza que acompañaba a la selección, que la obra más singular de Brum fue su vida. Y de la mano de Bonilla, el autor de Totalidad sexual del cosmos –dedicada a otra mujer de avanzadilla, Nahui Olin, con la que Brum, aunque bastante más joven, presenta curiosos paralelismos– y director de la estupenda colección Vidas Térmicas de Zut, nos llega esta brillante y nada convencional biografía de Miguel Albero, estructurada en "una conversación" preliminar y "seis postales", que recorre los arrebatados pasos de una figura verdaderamente excepcional cuya trayectoria, entre la realidad y la leyenda, es tan extremosa y alucinante que parece inventada.

Polémica, seductora, libérrima, Brum no tuvo reparos a la hora de alimentar su leyenda

Polémica, seductora, libérrima, Brum no tuvo reparos a la hora de alimentar esa leyenda, empezando por el ennoblecimiento de su apellido, pero los datos contrastados, que Albero toma de fuentes como Blanca Luz Brum, una vida sin fronteras de Alberto Piñeyro, bastan para convertirla en un personaje fascinante. Desde su fuga del internado para casarse con el poeta futurista Juan Parra del Riego, fallecido en plena juventud, a quien le seguiría otro poeta de vanguardia, César Miró Quesada, Brum coleccionó matrimonios e incontables aventuras, ciertas o atribuidas, que dan fe de la turbulenta vida sentimental de la poeta, seguidora del citado Mariátegui y abanderada –no hay más que ver el retrato que acompaña a los Cantos de América del Sur (1939)– del comunismo en el continente. Su "gran amor", sin embargo, fue el volcánico Siqueiros, con quien Brum formó una pareja explosiva y compartió los años de la militancia revolucionaria, que dejó atrás cuando sustituyó a los poetas o los artistas por acaudalados hombres de negocios. De la época anterior datan anécdotas apócrifas como la de la bofetada que habría propinado al presidente Hoover en nombre de Sandino, a quien sí había conocido. Andando el tiempo, se pasó al bando de Perón, de quien fue íntima, hasta el punto de desatar los celos de Evita, y de esta etapa peronista data el rocambolesco y exitoso plan en el que un célebre diputado de la secta huyó de la cárcel disfrazado de monja. Parece que su lamentable apoyo final a Pinochet, que le concedió la nacionalidad, no le llevó a implicarse demasiado en su política, retirada como vivía en la isla –antes llamada Más a Tierra, a ella se debió que le cambiaran el nombre en los sesenta– de Robinson Crusoe, parte del archipiélago Juan Fernández, pero la ahora olvidable pintora, de quien se decía que había retomado su costumbre de pasear desnuda, negó públicamente que en Chile hubiera desaparecidos.

Pocas mujeres de su tiempo habrá habido tan firmes en sus convicciones cambiantes

Lejos de las biografías convencionales, el fresco, ingenioso y desenfadado relato de Albero contiene momentos de excelente humor y una envoltura metaliteraria que define muy bien los propósitos y los límites del narrador –de cualquier narrador– a la hora de contar una vida. "Y qué vida", concluye. La de Brum, al margen de sus obras, de las que Albero salva los escritos confesionales, como Penitenciaría-Niño perdido (1931) o Blanca Luz contra la corriente (1935), y sobre todo la correspondencia, pues en las cartas, dejando de lado las consignas programáticas, es donde el talento y la cruda maledicencia de la autora fluyen sin inhibiciones, constituye por sí misma una novela apasionante, con "momentos de gloria" y otros menos esplendorosos. Más que a la contra, como ella misma se vio, puede decirse que Brum se abandonó a todas las corrientes, con una insólita confianza en sí misma que hasta cierto punto la redime, pues pocas mujeres de su tiempo habrá habido tan firmes en sus convicciones cambiantes y a la vez –hoy mal diríamos empoderadas– tan dueñas de su destino.

Blanca Luz Brum en 1940. (Foto de Alfredo Molina Lahitte, Biblioteca Nacional de Chile). Blanca Luz Brum en 1940. (Foto de Alfredo Molina Lahitte, Biblioteca Nacional de Chile).

Blanca Luz Brum en 1940. (Foto de Alfredo Molina Lahitte, Biblioteca Nacional de Chile).

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