Historia política de la rueda | Crítica

La metáfora de la bicicleta

Un ciclista en 1909, inmortalizado en una fotografía por Leon Georget.

Un ciclista en 1909, inmortalizado en una fotografía por Leon Georget. / D. S.

Existe en Francia una clase de individuo que responde al nombre de bobo: la nomenclatura resulta de la combinación de dos términos, bourgeois y bohémien, que creo que no necesitan mayor elucidación. Todos conocemos a semejante especie, presente y activa también en la mayoría de nuestras ciudades: la del profesional de clase alta, dedicado preferentemente al sector terciario, que, enemigo de la cosificación capitalista, presume de sus privilegios de clase no mediante la acumulación y el lujo sino sus exactos contrarios: el ingeniero despeinado, el jefe sin corbata, la directora tatuada, el secretario general que veranea en una playa nudista. Es este tipo de individuo el que aboga por una ciudad más humanitaria, más luminosa, liberada de neumáticos y humo, sin reparar en que muchos otros menos afortunados que él (no viven en el centro porque el suelo es prohibitivamente caro) necesitan de esas cosas antipáticas para ir a trabajar o desplazarse desde esa periferia en que transcurre su triste existencia. Por lo antedicho, se comprenderá que el bobo es un gran amante de la bicicleta.

El autor del libro que presentamos hoy reconoce explícitamente su pertenencia a la clase de los bobos, y, lo que es más, presume de ello. Ha escrito, como muy bien recalca su título, una historia política de la rueda, lo que advierte al lector de lo que puede esperar encontrar dentro y también de lo que no. Empezando por esto, no nos hallamos frente a una historia de la tecnología, un catálogo de autores, patentes o innovaciones industriales; no es, tampoco, una crónica cultural del desarrollo de la rueda ni del impacto que su aparición pudo producir en los ámbitos diversos del arte, la literatura, la economía, la política, la guerra. Bueno, sí, la economía, la política y la guerra se tocan, pero menos con afán erudito que polémico. Por decirlo redondamente (y qué menos que eso tratándose del tema del que se trata): lo de Meltz, a pesar del título y del pretexto inicial, consiste menos en una historia, o Historia con mayúscula, que un panfleto confeso contra la situación actual del transporte y de qué modo ha usado un invento venerable, redondo y giratorio, para imponer los abusos del capitalismo rectilíneo.

Así que, más que una historia de la rueda, nos las vemos con una historia contra la rueda. Aquí, un párrafo típico (la página es la 113, y "ellos" son los aztecas, que, como se trata de ilustrar a lo largo de más de un tercio del libro, no conocieron la rueda ni falta que les hacía): "Ellos, por lo tanto, esta gente antes de Cristóbal Colón, estos hombres que aún no han sido golpeados por Occidente, su viruela, sus caballos, su estupidez, su carrera por el progreso… Esta gente que pensaba que no tienes que ser el más eficiente, más rápido, más rentable; que podrían haber pensado que el crecimiento económico… no es obligatorio…, que un camión con mercancías no trae la felicidad, que un auto de lujo no es necesariamente un signo de vida exitosa —ellos, estos pueblos, fueron derrotados por otros, por "nosotros", por aquellos que creen en todo esto—."

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro.

Ideas vertebrales, por tanto, de la obra de Meltz: la rueda tiene un prestigio inmerecido; la importancia de la rueda depende de la forma tradicional de referir la historia de la tecnología, que ve en la rapidez, el avance, el ascenso las únicas metas de la creatividad humana; el progreso no es una ideología universal, ni tiene por qué serlo; hubo pueblos benditos (precolombinos, pero también australianos o malayos, por ejemplo) que no conocieron la rueda y se arreglaron perfectamente sin ella, en un mundo donde no todo era correr y enriquecerse y machacar a los vecinos; la rueda, encarnada en el carruaje, el tren y (¡anatema!) el coche, ha convertido nuestro planeta en el lugar horrible que hoy es, donde, obnubilados por la penosa necesidad de llegar a alguna parte, no nos detenemos a apreciar el valor auténtico de lo que nuestra ventanilla deja a un lado; la bicicleta, forma benigna de la rueda e invento genial, puede salvarnos de la destrucción si los estados se convencen de su uso y la hacen más o menos obligatoria.

Definitivamente, la bicicleta es una metáfora excelente de los tiempos en que vivimos: ya emprenda una carrera o escriba un libro, uno se mantendrá vertical mientras siga adelante, mientras no se detenga, mientras la inercia no le impida desplomarse y cesar.

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