A París en burro | Crítica

¿Al trote o al galope?

  • Renacimiento recupera la singular crónica que Javier Bueno y Carlos Crouselles publicaron en la prensa de los albores del siglo XX de su 'rebelde' viaje al moderno París en burro

Una de las ilustraciones originales recogidas en la edición de 'A París en burro'.

Una de las ilustraciones originales recogidas en la edición de 'A París en burro'. / Editorial Renacimiento

Ningún burro –pobre– ha merecido himnos, cuplés o vanguardistas poemas de entusiasta exaltación, como sí los automóviles allá por los inicios del siglo XX; sin embargo, todavía esas humildes bestias de carga tenían sus defensores. Aunque nada podía compararse con el glamuroso atractivo de estos nuevos carruajes a motor, muchos escritores e intelectuales agoreros alertaban de los peligros de tales máquinas infernales: accidentes de todo tipo, ruido ambiental, contaminación... Más aún después del desgraciado accidente que, en 1903, en una carrera de velocidad entre París y Madrid, terminó con la vida de Marcel Renault y otros dos pilotos.

La polémica en la prensa, teñida muchas veces de saludable sorna, era habitual, y pocos se resistían a ella: "Automóvil, fugaz como la vida, quiero cantarte en metro libre y ágil, rubio como el champagne, como los besos de las semimundanas [...] con sus panzas gruesas como bombos, con sus mofletes colgantes [...] van por las carreteras soleadas despanzurrando gatos y carneros. Porque en tu seno llevas a muchachas elegantes con velos vaporosos [...] y sólo adoras lo que pasa y huye, ¡la eterna poesía de la vida!", declamaba, guasón, Pedro González Blanco.

Así pues, cuando, una mañana –mientras tomaban una cerveza en la madrileña Maisón Dorée a la salida del trabajo–, Javier Bueno relataba a sus compañeros de redacción en el diario Nueva España, Carlos Crouselles y Carlos Micó, anécdotas y curiosidades de unos viajes que, a pie y sin dinero, había hecho a París, la idea salió rodada –valga el guiño automovilístico–: ¡Irían a París!, pero no a pie, sino ¡en burro!, plantándole cara a esa locura de las prisas y la modernidad. Escribirían una crónica diaria que se iría publicando en forma de serial. La idea creó gran expectación –se hizo viral, diríamos hoy–, y los convirtió en personajes famosos aquel verano de 1906.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

España Nueva era un periódico bohemio y republicano, muy polemista, fundado ese mismo año por Rodrigo Soriano. Su combatividad política hizo que fuera continuamente denunciado y que varios de sus directores hubieran de pasar por la cárcel y hasta batirse en duelos de honor (Micó, por ejemplo, tiempo después, se batió con Torcuato Luca de Tena a cuenta de un duelo colectivo entre España Nueva y ABC), ¡cosas de la época! Por las páginas de España Nueva pasaron las divertidísimas crónicas del Diario de un escéptico, del por entonces joven anarquista Julio Camba; las sátiras en verso de Luis de Tapia; los artículos de corresponsalía en París de Eduardo Marquina, etc. Ya Bueno –Javierito en la redacción–, antes de montarse en el burro hacia París, realizó otras crónicas de viaje por "las alcantarillas de Madrid"; y Crouselles manejaba una pluma afilada y satírica que era ya conocida, pues había trabajado antes en otras revistas y diarios.

La publicación de tan peculiar crónica comenzó el 25 de agosto de 1906 bajo el título de A París en Burro. Se ofrecía además animada por tres de esos maravillosos artistas ilustradores con los que la prensa contaba por entonces: Manuel Tovar, "Mó" y Vicente Ibáñez. Las crónicas y los relatos de viajes por entregas –también el cuento, el relato corto y hasta la novela– gozaban de una fecunda edad dorada, a la que contribuyeron autores de la talla de Azorín, Pío Baroja, Unamuno, Rubén Darío, Carmen de Burgos, Pérez de Ayala, Chaves Nogales... Generalmente, al completarse la serie, se editaba como libro, como se ha hecho ahora con ésta.

Y no decepcionó. La mezcla de los artículos más serios y reflexivos de Bueno con los más jocosos y frescos de Crouselles, sus diferentes miradas hacia los sucesos vividos, los paisajes, las ciudades o las personas con que se van cruzando enriquecen el relato. Por otro lado, los dos burros y una burra con los que hicieron la ruta –bautizados con los nombres de las tres firmas más famosas de automóviles del momento: Panhard, Dion-Bouton y Mercedes– fueron cobrando un tierno protagonismo –desde el divertidísimo relato de su compra a unos gitanos, con todos los tópicos al uso–, y se convierten en personajes principales cuyos pensamientos terminamos escuchando, al modo de Cipión y Berganza en El coloquio de los perros de Cervantes. Sucede, además, que a medio camino se incorporó a la expedición una chica –menor de edad huida de su casa– dando lugar a la consiguiente historia de amor y conflictos sobrevenidos entre ellos.

Junto a todo esto, la total ausencia de esa censura que hoy etiquetamos como "políticamente correcto", y la consiguiente libertad y espontaneidad del relato –que llega a ser ácida y cruel en ocasiones– no sólo no defraudará las expectativas del lector de hoy, sino que será todo un descubrimiento. Con el placer añadido para aquellos que disfrutan saboreando una buena edición y saben distinguirla de otra que no lo es, de contar en este caso con una de ellas, que además ha tenido el acierto de incluir todos los dibujos, caricaturas y fotos con que se ilustró originalmente. Y, para los que gusten adentrarse en un panorama de la época, entrar en las redacciones de ésta y otras revistas del momento, así como en las biografías –que igualmente parecen de novela– de estos dos periodistas, la edición se completa con una introducción minuciosamente documentada de José Miguel González Soriano, especialista en la prensa de finales del XIX y primeras décadas del XX.

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