El fútbol ganó al 'Apartheid'
La Copa Confederaciones evidenció que el fenómeno de segregación en Suráfrica ya es historia y que el balompié se ha convertido en el deporte rey en el Estado
El país del arco iris acaba de despedir al fútbol mundial hasta dentro de un año (cuando acoja la primera Copa del Mundo en suelo africano de la historia) envuelto en una bandera que representa desde hace 15 años con sus seis colores la convergencia de 44 millones de personas en una sola nación, Suráfrica.
El fervor mostrado por el gran público hacia los iconos del fútbol actual durante las dos semanas que ha durado la Copa de las Confederaciones evidenció un hecho ya totalmente insoslayable: el fútbol le está ganando la batalla al rugby y al cricket, los otros dos grandes deportes con los que compitió en clara desventaja durante largas décadas de segregación racial, hasta el punto de convertirse en el principal elemento integrador social.
Poco importa que la televisión local, en un alarde reminiscente de tiempos pretéritos, inunde su parrilla sin solución de continuidad con partidos de cricket o de rugby, ya que son pocos en Suráfrica los que prestan atención a las evoluciones de los cricketters; o de los fornidos y hercúleos rugbiers. La razón es bien sencilla: a los negros, casi el 85% de la población del coloso africano, no les tiran para nada los deportes que la elite blanca hizo suyos durante los 40 años de Apartheid. El fútbol, en cambio, es su coto privado de caza. En ese terreno son capaces de recitar sin titubear hasta la alineación del mítico Brasil del 70. Y es que el balompié es el deporte de la negritud, todo lo contrario que el rugby y al cricket, aunque es de justicia reconocer que los dos primeros lograron romper barreras otrora insondables para contribuir a la integración racial una vez abolidas las leyes segregacionistas de la elite blanca.
En esa labor de integración tuvo mucho que ver Nelson Mandela y su tremenda habilidad para meterse en el bolsillo a los Africaners -descendientes directos de los agrestes Boers- por medio de un acercamiento al rugby, un deporte que es aún hoy toda una religión entre la minoría blanca. El ejemplo del líder espiritual y más tarde también político de los negros sudafricanos caló hondo entre la plebe y los fanáticos del fútbol, arracimados en condiciones infrahumanas.
Hasta el punto de ver hoy día en los estadios surafricanos aclamar al gigantesco Matthew Booth con un estridente sonido gutural cada vez que toca la pelota. Parecen gritos desaprobatorios, aunque en realidad es un signo de adoración a un jugador que ejemplifica mejor que nadie ese espíritu integrador, ya que está casado con una famosa modelo de raza negra, la ex miss Sonia Bonneventia. El central blanco de los Mamelodi Sundowns de Johannesburgo es el gran ídolo de la hinchada de color, algo realmente inimaginable hace menos de dos décadas .
Esa cruel pesadilla acabaría en 1994 con la elección como presidente de Suráfrica de Mandela, quien ingresó en la arena política tras 27 años en prisión con la complicada misión de evitar un derramamiento de sangre ante la más que previsible oposición al nuevo orden por parte de los Boers y del sector más radical de su propio partido, el CNA.
El que fuera Premio Nobel de la Paz se sirvió de dos armas infalibles para conseguir aplacar las iras de las nuevas facciones políticas enfrentadas: el rugby y el fútbol. Mandela trabajó con inteligencia y tesón a dos bandas para conseguir que la comunidad internacional levantara el veto deportivo a Suráfrica, obteniendo casi de inmediato un golpe de efecto determinante para meterse en el bolsillo a los desconfiados blancos: la organización del Mundial de rugby de 1995, torneo que ganaron en una final inolvidable sobre el césped del Ellis Park de Johannesburgo ante la entonces imbatible Nueva Zelanda, con el primer presidente negro del país enfundado en la elástica verde oliva de los Springboks.
Mandela completaba su ardua obra de integración social y racial un año más tarde con la celebración de la Copa de África, ganada también por los Bafana Bafana -Chicos, Chicos- en el FNB Stadium de Johannesburgo ante Túnez, en medio de un fervor popular inusitado y 80.000 almas impulsando en un solo grito de aliento a su selección. Aquel equipo contó, sin embargo, con el liderazgo de dos blancos: uno fue Neil Tovey, su capitán; el otro, su técnico, Clive Barker. Barker tuvo la gran habilidad de aglutinar en torno a él a un grupo de diferentes razas unidos por el amor a un pueblo y a una bandera, la de la nueva democracia instaurada en Suráfrica tras la caída del Apartheid en 1991.
El título continental, en la primera participación de los Bafana elevó a la categoría de héroe nacional a Theophilus Khumalo, un genial mediocampista ofensivo que llegó a disputar el galardón de personalidad del año al mismísimo Mandela y al pastor Desmond Tutu, los auténticos padres fundadores del nuevo orden político en el país.
La segunda final africana consecutiva, perdida esta vez frente a Egipto (1998), y el estreno de los Bafana Bafana en una Copa del Mundo ese mismo año consolidaron la posición del fútbol como el deporte del pueblo. Blancos y negros vibraron con los goles de Benni McCarthy (fue pichichi de la Copa de África con 7 tantos) en Burkina Faso y después alentaron a los suyos en su bautismo de fuego mundialista.
A pesar de que la legión de seguidores que se desplazó a Francia era prácticamente de raza negra, el emblema con el que desembarcaron en Europa no podía ser más integrador: "Un gol, una nación". Era el gran triunfo de Mandela.
También te puede interesar
Lo último