Análisis
Rafael Salgueiro
El cambio climático, excusa para todo
Estamos sumidos en un período de transición de dimensiones globales marcado por tres corrientes determinantes: la geopolítica, con las tensiones Asia-Occidente; la revolución de la post-digitalización y la irrupción de la IA; y, por último, el cambio de modelo energético y la manera en la que la sociedad civil y las empresas e industria hacen uso de la energía.
Además de estas corrientes, el ser humano se enfrenta a uno de los mayores riesgos de su existencia, el cambio climático, que ha dejado de ser un desafío del futuro para convertirse en una amenaza del presente, que se manifiesta en olas de calor, sequías o inundaciones, entre otros fenómenos extremos.
La humanidad afronta este enorme reto a través de la negociación internacional, que ha dado lugar, entre otros, al Acuerdo de París de 2015, que tiene como objetivo principal limitar el aumento de temperatura a 1,5 grados, para lo que sería necesario alcanzar la neutralidad en carbono a partir de 2050, tal como se ha intentado acordar en las últimas Conferencias de las Partes, COPS, posteriores al acuerdo de París.
Pero, no solo la emergencia climática es un riesgo para nuestra sociedad, también la seguridad energética es otro concepto determinante para entender los retos actuales.
La historia nos recuerda periódicamente que el suministro energético no está garantizado. Ya lo hizo con la crisis del petróleo de 1973, y lo ha vuelto a hacer con la crisis del gas derivada de la guerra de Ucrania. El suministro energético de España, y de toda la Unión Europea, depende de las importaciones de combustibles fósiles de terceros países a través de complejas redes logísticas. En los últimos dos años y medio hemos aprendido, una vez más, que necesitamos alcanzar un grado mucho mayor de independencia energética. Y el problema no viene sólo de la geopolítica: el cambio climático también afecta a nuestra seguridad de suministro, al distorsionar la producción de nuestras centrales hidroeléctricas, dificultar la refrigeración de nuestras centrales térmicas y nucleares y aumentar nuestra demanda de energía para la climatización.
Además, esta seguridad de suministro está íntimamente ligada a la competitividad. Un suministro incierto conlleva volatilidad de los precios de la energía, que puede convertirse, y de hecho se ha convertido en estos años, en un bien inasequible para muchas familias y en un factor que ha dañado la competitividad de nuestras empresas. Hacer frente con éxito a estos tres retos, cambio climático, seguridad de suministro y competitividad/accesibilidad de la energía, es clave para el futuro de nuestro sistema energético y de nuestra sociedad en general.
En este sentido, la inversión en tecnologías limpias junto con el necesario desarrollo, refuerzo y automatización de las redes de distribución y la electrificación de los consumos finales, harán de la energía eléctrica la gran aliada del desarrollo económico y social.
La electrificación se alinea con los ambiciosos objetivos de reducción de emisiones de la Unión Europea y de la ONU antes descritos, igualmente, favorece el cumplimiento de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud en cuanto a las emisiones de contaminantes en nuestras ciudades. Por otro lado, la electricidad también aumenta la seguridad de suministro. La electrificación diversifica nuestras fuentes energéticas, reduciendo la vulnerabilidad y la dependencia del exterior. Asimismo, la electrificación basada en energías renovables permite sustituir un sistema energético basado en importaciones de combustibles fósiles, que suponen miles de millones de euros de gasto anual que no redunda en el propio país, por un sistema basado principalmente en inversión, mejorando la balanza comercial.
La contribución de la electrificación a la seguridad de suministro y a la independencia energética redunda en una energía más asequible y de coste mucho más estable. Por su mayor disponibilidad de recursos renovables y de terreno, en comparación con la mayor parte de nuestros socios europeos, España tiene la capacidad de atraer industrias que necesiten energía, siempre que nos dotemos de las infraestructuras de red y de un entorno regulatorio adecuado.
La electrificación, además de contribuir de forma fundamental a la lucha contra el cambio climático, es un aliado para el progreso, ya que impulsa la innovación tecnológica y crea empleos en la industria local, en los suministradores de equipos y servicios para las redes, y en los nuevos negocios que aparecerán en un sistema energético más descentralizado, digitalizado y más eficiente.
Por tanto, la electricidad es clave en la lucha contra los efectos de la alerta climática, pero también es clave para garantizar la seguridad del suministro eléctrico y garantizar que los costes energéticos sean asequibles, asumibles y estables.
Y en este gran reto de la electrificación, los clientes, en definitiva, las personas, las familias y las empresas, serán también actores decisivos en la electrificación del consumo.
Pero para que esto suceda, tienen que darse algunas condiciones previas: La primera es que la energía debe ser asequible, además de limpia. Por esto es imprescindible e inevitable que la electricidad sea más barata para sustituir otras formas de energía, y esto solamente va a suceder si la electricidad es generada por renovables, que son tecnologías descarbonizadas y más baratas que otras tecnologías emisoras.
La segunda es asegurar un acceso sencillo y de alta calidad a cualquier necesidad eléctrica, lo que significa que la electricidad debe ser distribuida y entregada a los clientes de manera eficiente, confiable y segura, y para ello es preciso incrementar la eficiencia de la red y su digitalización. Habrá un progresivo incremento de nuevas necesidades de los clientes como la carga de vehículos eléctricos, el autoconsumo o una respuesta rápida para solucionar problemas, necesidades o incidencias.
Esto exigirá una elevada fiabilidad de la red de distribución, que necesitará de importantes inversiones para adaptarla tanto al nuevo mix de generación como al incremento de consumo eléctrico por sustitución de otras energías. Se trata de una actividad regulada prácticamente en todos los sistemas eléctricos y su correcta planificación, regulación y remuneración será esencial.
La tercera es que será necesaria una fuerte coordinación de planes, es decir, un esfuerzo unificado entre gobiernos, reguladores, empresas energéticas, industria y ciudadanos.
Y la cuarta, que nada de esto se conseguirá si el resultado no es competitivo para el consumidor y rentable para el inversor.
Y todo ello bajo el marco de la Sostenibilidad. Creo que estamos en un punto de inflexión en el que la Sostenibilidad ha pasado de ser una aspiración legítima u obligada a algo inherente a la actividad económica: no habrá rentabilidad sin sostenibilidad; y sin un desarrollo sostenible, no hay futuro.
Por tanto, el desafío de la emergencia climática y la tensión geopolítica nos obligan a evolucionar hacia una nueva economía más sostenible, basada en un modelo eficiente, eléctrico y renovable, y contemplando los principios de economía circular. Un modelo que asegure la independencia energética y la seguridad de suministro, para lo que habrá que implementar la electrificación con otras tecnologías no emisoras de uso final. Un futuro que considero que será eléctrico, sostenible e inclusivo, o no será.
Extracto del discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Sociales y del Medio Ambiente de Andalucía
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