Cine

Imanol Uribe: "Pienso morir con las botas puestas"

El cineasta Imanol Uribe.

El cineasta Imanol Uribe. / Julio González

El director Imanol Uribe (San Salvador, 1950) no sólo cuenta con un pasado glorioso en el cine que va desde sus precoces El proceso de Burgos o La muerte de Mikel, o las multipremiadas Días contados y El rey pasmado, sino con un presente (Llegaron de noche) y un futuro halagüeños que se dibuja ya con “dos nuevos proyectos a la vista”. “Hay uno de ellos que, de repente, se ha acelerado muchísimo, pero no puedo contar nada y luego tengo otro que lleva tiempo, y que parece que se va a poder hacer, que es un thriller ambientado en la actualidad relacionado con el tema de las estafas bancarias”, adelanta.

–Aunque cada uno con su estilo, ¿qué característica debe tener todo director?

–Un director es el que dirige a un equipo de 80-100 personas y es el único que tiene el mapa del tesoro. Los demás sólo tienen partes parciales. También sumaría que otra de sus principales funciones es la de negociar egos, entre el equipo técnico y entre los actores, ni te cuento... Y hay una tercera virtud esencial que es la de vampirizar al equipo, sacar el máximo partido de cada uno de tus colaboradores.

–¿Qué tiene que tener un proyecto para que a usted le interese dirigirlo?

–Es complicado porque por cada película que hago hay, por lo menos, 3 o 4 en las que estoy trabajando bastante tiempo, a veces años, y se quedan en el tintero. Yo he hecho 15 películas y no sé cuántos disparos me quedan, igual dos, no creo que me queden muchos más, así que hay que afinar muchísimo, hay que apuntar muy bien porque una película, en el mejor de los casos, te lleva 3 años de tu vida. Hay casos excepcionales como la última que he hecho que me ha llevado 6 años o la anterior, que sólo me llevó uno. Pero la media es que estás 3 años comiendo, durmiendo y soñando con un proyecto. Entonces, la elección de ese proyecto es importantísima y llega por caminos insospechados.

–¡Qué locura, trabajar 1 o 2 años en algo y abandonarlo...!

–Pues así es. Mira, hace poco, en un curso que di en Cádiz, un alumno que había hecho conmigo un taller de cine hacía un montón de tiempo me dijo, “pues en aquel momento ensayamos con unas secuencias de El asedio, la novela de Pérez-Reverte, que estabas preparando para hacer una serie”. Y ya ni me acordaba que había estado trabajando durante meses en aquel proyecto que, dada la envergadura, era un producción súper complicadísima y al final no salió. Pues como esa, tengo muchas historias.

–Sobre todo, al comienzo de carrera, decían que usted hacía cine político, ¿le molestaba la etiqueta?

–Pues sí que me agobiaba un poco. Yo era de familia vasca pero no había vivido en Euskadi excepto en vacaciones en casa de mis abuelos pero cuando empecé a hacer cine me interesaba mucho la realidad de allí de aquel momento, con la violencia que se vivía. La primera película que hice fue El proceso de Burgos, la producimos desde Madrid, una cosa en cooperativa entre amigos y familia, y la ya a partir de ahí me quedé a vivir en San Sebastián. La segunda y la tercera fueron seguidas, y claro, como eran temas relacionados, La fuga de Segovia, sobre la fuga de los presos de ETA, y La muerte de Mikel, también con contenido político, pues, ya está, yo era cineasta político. Y yo lo que era cineasta pero casualmente esos años estaba haciendo ese tema porque me interesaba y estaba allí... Pero sí, la etiqueta me obsesionó terriblemente hasta que después, por fin, pude hacer otro tiempo de películas.

–Pero siempre ha vuelto al cine político. ‘Llegaron de noche’ lo es y, si me apura, ‘El rey pasmado’, también. Quizás todo cine político se convierte en histórico con el tiempo...

–Sí, sí, hablar de La inquisición, ya ves... Y Llegaron de noche habla de la matanza de los jesuitas en el 89 en El Salvador, es cierto... También ahí me pillaba de cerca porque yo nací en El Salvador y conocí a Ellacuría un poco, estaba un poco predestinado a hacer esa película... Es cierto que hago cine político definido como cine que está conectado con la realidad... Te iba a decir que lo único que no he hecho es comedia pero sí, El rey pasmado...

–Por cierto, ¿le costó mucho convencer a Torrente Ballester?

–Mucho, tuve que hacerme cuatro o cinco viajes a Salamanca. Según decía él, había tenido malas experiencias con el cine y no quería cederme los derechos pero, bueno, al final lo convencí aunque me puso una condición, que es que el nivel de erotismo y de comedia fuera similar en la película. Yo le dije cuando acabe el rodaje usted va a ser el primero que la vea. Y así fue, y le gustó, me dijo que había cumplido con mi compromiso.

–¿Qué le llevó al cine? ¿Existió una chispa o el camino lo fue llevando?

–Pues nunca lo sabes exactamente, esta es una reflexión a posteriori, pero creo que tuve una época, cuando me mandaron desde El Salvador a España a estudiar interno y pasaba las vacaciones, a veces, en casa de mis abuelos, que era un niño muy solitario. Entonces me refugiaba en el cine, me metía tres sesiones los domingos. El cine era un refugio, me aislaba un poco de la realidad, un poco triste, que vivía en aquel momento. Y yo creo que eso tuvo algo que ver. Lo cierto es que mi abuela decía que cuando yo tenía 13 o 14 años y me preguntaban que quería ser yo decía director de cine.

–De niño, un refugio, ¿y ahora qué es el cine para usted?

–Es que no me explico a mí mismo sin cine. Mi vida no se explica sin cine. Desde que tengo uso de razón y, sobre todo desde que salí de la Escuela de Cine, he vivido para, por, con y en el cine. Si me preguntas ¿qué hacías en el 92?, pues inmediatamente pienso, ¿qué película estaba haciendo yo entones…? Sólo así es cómo se me sitúan todos los recuerdos... A lo largo de este tiempo he dirigido 15 películas y he estado implicado en mucho más proyectos de cine. Nunca me he dedicado a otra cosa y pienso morir con las botas puestas. Pienso seguir ahí.

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